En
el mercado de las ideas, por llamarle de algún modo,
la competencia entre marxismo y utilitarismo definió
buena parte de los debates de las ciencias sociales a finales
del siglo XIX y de principios del XX. Marxismo y utilitarismo
compitieron como mínimo en tres ámbitos: economía,
política y filosofía moral y en los tres el utilitarismo
logró salir victorioso del debate, en el sentido que
ofreció la evaluación y la metodología
más ajustada de los hechos sociales. Pero el utilitarismo
es una teoría de gestión de los problemas sociales
con una ontología de mínimos, mientras que el
marxismo tiene una capacidad emocional muy superior, por lo
que en sociedades con un bajo nivel de desarrollo del capitalismo,
pudo lograr una movilización social que el utilitarismo
jamás logró –y que ni siguiera quiso buscar.
Puede parecer que utilitarismo y marxismo son teorías
radicalmente contrapuestas, sin embargo, la pregunta desde la
que ambos sistemas conceptuales se articulan es la misma: reflexionan
a partir de las consecuencias del progreso tecnológico.
En definitiva, utilitarismo y marxismo son metodologías
que derivan de la máquina de vapor y del carbón.
Nacen del trabajo del hombre y no de la (supuesta) voluntad
divina. Surgidas de la revolución industrial, tanto la
teoría utilitarista como el marxismo se interrogan básicamente
por el criterio más justo sobre reparto del crecimiento
y por las consecuencias –no sólo materiales–
de extensión de la tecnología, de la industrialización
y del cambio de jerarquías políticas que comporta
la nueva distribución de la riqueza.
Ambas
teorías son igualmente conscientes de la existencia de
un problema grave en la democracia: la falta de clarificación
de los criterios de representación política Y
ambas coinciden en una concepción no substancialista
de la ética. Como teorías consecuencialistas la
teoría marxista y el utilitarismo consideran a justicia
de una decisión se mide por sus resultados y no por la
metafísica de una determinada concepción del bien.
Supuestamente ambas teorías niegan que ninguna metafísica
pueda dilucidar el conflicto social. Así, por ejemplo,
tanto para Marx como para Mill el hecho de que la clase obrera
sea explotada no la convierte de ninguna manera en ‘buena’;
el conflicto social tiene consecuencias morales pero no es un
conflicto de origen moral, ni se puede describir en tales términos.
Dónde
erró el marxismo
Evidentemente,
tanto el marxismo como el utilitarismo constituyen lo que hoy
llamaríamos ‘una tradición’ o una
‘metodología’, un marco conceptual o un estilo
de análisis social, más que una teoría
cerrada. De manera que existen ‘muchos’ marxismos
y ‘algunos’ utilitarismos que pueden tener mayor
o menor proximidad entre sí: no todos los utilitaristas
son liberales –los hay socialdemócratas–,
de la misma manera que no todos los marxistas –aunque
si la mayoría–, son economicistas. Por eso mismo
debiera irse con cuidado al analizar la crisis del marxismo
si no se quiere incurrir en aquel dicho castellano de ‘a
moro muerto, gran lanzada’. Que la descripción
marxista de la lucha de clases no sea efectiva para describir
la sociedad actual no niega, ni por asomo, que los conflictos
existan. Lo que niega es que sea eficaz describirlos y resolverlos
de una determinada manera, que es bien distinto. Propondremos,
pues, tres ámbitos (economía, política
y ética) donde a nuestro parecer la evaluación
utilitarista resulta más ajustada a la dinámica
social que las propuestas del marxismo realmente existente.
Y como es obvio, prescindiremos de caer en la vieja trampa retórica
de suponer que el marxismo supuestamente auténtico ‘no
se realizó jamás’. Una afirmación
de ese calado, sería simplemente un insulto a la memoria
de millones de hombres y mujeres que, como víctimas o
verdugos –y a veces como ambas cosas– no se merecen
ese trato.
1.-
Errores en el ámbito de la economía.
Evidentemente hay errores metodológicos del marxismo
que el utilitarismo no comete. Los conceptos marxistas de ‘valor’
y ‘plusvalía’ no son científicos porque
no permiten una traducción ajustada a valores monetarios
–o tal vez lo fueron en algún momento, es decir
cuando las técnicas econométricas estaban menos
desarrolladas, pero hoy ya no lo son.
Marx
recogió de Ricardo la idea de que el valor de una mercancía
está determinado exclusivamente por el trabajo necesario
para producirlo. Pero esta idea es falsa por diversas razones
que el utilitarismo argumentó más correctamente.
Al consumidor no le interesa si el producto que adquiere ha
sido producido por una persona o por mil, o si he hecho en un
minuto o en diez años. Sólo le preocupa si el
producto le sirve y si el precio le conviene.
Marx tampoco logró encontrar –porque simplemente
no existe– una fórmula que vincule el valor de
uso con el valor de cambio de un producto. El valor de uso ha
acabado siendo algo así como una de esas cualidades ocultas
que los filósofos medievales usaban para explicar lo
que no entendían. El criterio de utilidad marginal y
la asignación de preferencias del utilitarismo es un
criterio mucho más eficaz y más simple, que además
permite un cierto nivel de previsión de futuros y que,
por no depender de un organismo central de planificación,
resulta mucho más adaptativo ante circunstancias cambiantes.
En
tercer lugar, al medir el valor por la cantidad de trabajo socialmente
necesario, se hace caso omiso de la oferta y la demanda –es
decir de la escasez o de la abundancia como criterio–
y es fácil ver que ello contradice la experiencia.
Además,
para el marxismo el comercio no añade valor a un producto
y eso les lleva a menospreciarlo. Como consecuencia en los países
socialistas la distribución de alimentos y de bienes
era un desastre y la gente se desesperaba haciendo colas para
adquirir productos básicos, lo que además encarece
la producción y causa descontento.
2.-
Errores en el ámbito de la teoría política
y social. Al explicar la sociedad, el marxismo
afirma dos cosas contradictorias: que el motor de la sociedad
es la economía y, a la vez, que la lucha de clases es
la regla que permite explicar la historia. Ambas hipótesis
serían defendibles por separado, pero no juntas. El análisis
de los conflictos sociales muestra que economía y conflicto
social no siempre van de la mano. Hay más luchas sociales
por problemas de identidad y de reconocimiento de grupos que
por pobreza social y resulta incluso fascinante ver lo fácil
que ha sido controlar a los más pobres de la tierra mediante
la religión o los prejuicios étnicos.
Diferenciar
entre infraestructura y supraestructura en las sociedades resulta
estéril. Más bien convendría preguntarse
por la utilidad de las instituciones sociales y por su aportación
al bienestar colectivo que por su vinculación con lo
económico. Economía, cultura y política
interactúan pero no necesariamente dependen de la primera.
En
la teoría social y política, el cálculo
de utilidades y el individualismo metodológico ha sido
mucho más eficaz que las referencias, muchas veces moralizantes,
a la solidaridad y al individualismo. Y aunque el ‘homo
economicus’ sea una falacia, como lo es, mucho peor resulta
la sumisión al grupo en nombre de la realización
futura de alguna especie de ideal más o menos religioso.
El
marxismo que pretendía la liberación de la clase
obrera, en realidad sólo fue eficaz consolidando –que
no creando- una clase social nueva: la burocracia global vinculada
a la administración y a la gestión del Estado.
Y en eso paradójicamente no dio la razón a Marx…
sino a Weber. El utilitarismo ha sido, en cambio, una teoría
meritocrática y ha realizado una gestión mucho
más eficaz porque ha limitado los poderes de las administraciones
burocráticas estatales. Al poner más dinero en
manos de la gente, el utilitarismo liberal ha dado mayor libertad
y un mayor empuje a la iniciativa creadora que la planificación,
sólo centrada en lograr la confiscación de los
beneficios mediante impuestos que las más de las veces
alimentan ineficacias.
Se
podría objetar que la teoría marxista ha impulsado
realmente las revoluciones y los cambios sociales centrales
en el siglo XX. Es decir, que el marxismo ha realizado una práctica
social transformadora, o ha sido su motor ideológico.
Sin embargo eso es también falso. Convendría distinguir
entre el hecho de que algunas revoluciones tuviesen dirigentes
marxistas y el hecho, mucho más discutible, de que tuviesen
contenidos marxistas. Lo que ha movilizado a las masas populares
en el siglo XX, y la sigue movilizando hoy, es la independencia
nacional, la lucha contra dictaduras etc. De la misma manera
el hecho de que la lucha contra la dictadura burocrática
comunista de Polonia lo encabezase en su momento el sindicato
católico ‘Solidarnosc’, inspirado por el
papa Juan Pablo II, no significa que los obreros fuesen partidarios
del tomismo o de la fenomenología scheleriana. Simplemente
la gente estaba harta de sufrir y apoyó el movimiento
que, dadas las circunstancias, creyó más útil
para vivir mejor.
3.-
Errores en el ámbito de la teoría moral.
Aquí la cuestión se centra en el problema de la
imparcialidad como criterio y el de los usos morales de la igualdad
y en su valoración de las necesidades. El utilitarismo
niega lo que denomina ‘necesitarismo’, es decir,
la hipótesis según la cual existe una necesidad
histórica inevitable que nos conduzca a uno u otro horizonte
social. En este aspecto, al sustituir la teleología histórica
por la evaluación imparcial de las consecuencias de los
actos, la metodología utilitarista ha permitido una gestión
del conflicto social mucho menos ideológica que la propuesta
por el marxismo.
Pero
conviene no olvidar que utilitarismo y marxismo comparten unos
mismos antepasados: Epicuro y el hedonismo moral. No sólo
Marx escribió su tesis doctoral sobre Epicuro y se puede
identificar buena parte de su utopía con la realización
para todos del ideal del Jardín. Su teoría de
las necesidades se acerca mucho a la del hedonismo (la felicidad
consiste en la realización de actos ‘naturales
y necesarios’ mientras los sujetos se alienan al decantarse
por acciones ‘no naturales y no necesarias’). Marx
puede aproximarse, además, al utilitarismo por su concepción
del progreso en términos de mejor aprovechamiento de
la riqueza cuando se socializa y en su creencia en el papel
creador de las crisis sociales. Allí donde el marxismo
ha tenido tendencia a identificar la crisis con la catástrofe,
el utilitarismo la ha considerado como oportunidad.
Suponiendo
que exista una teoría moral marxista (algo que no todas
las ramas del frondoso árbol marxista aceptan) podría,
en todo caso, describirse como antinidividualista, comunitaria
o clasista, historicista y no-imparcial. Y a cada uno de esos
elementos de la moral marxista se le puede oponer una respuesta
utilitarista muy clara.
El
utilitarismo propone un marco claramente individualista –defiende
el mismo valor intrínseco para cada sujeto, imparcialmente
considerado. La concepción de la dignidad del sujeto
(supuesto que la palabra ‘dignidad’ pueda describirse
adecuadamente, algo no tan obvio desde el punto de vista metodológico),
deriva de la máxima: ‘cada uno vale por sólo
uno y por nadie más que uno’. Es decir, en el marco
utilitarista no existen grupos particulares cuyos intereses
deban ser privilegiados a priori y todo privilegio para un grupo,
caso de que sea imprescindible, debe encaminarse a aumentar
el bienestar global de todos –aunque no necesariamente
en la misma proporción.
El
utilitarismo (especialmente en la versión de Mill) privilegia
el individuo y muy especialmente al individuo creador capaz
de introducir diversidad en el grupo frente a los intereses
del colectivo. O dicho de otro modo, no considera al colectivo,
la comunidad o la clase como una unidad más o menos orgánica,
sino como un agregado de intereses particulares y, por tanto,
contingentes. El sujeto de los actos no es la comunidad, sino
el individuo en tanto que portador de una identidad propia y
distinta.
Para
el utilitarismo la historia nunca es un criterio que pueda justificar
la desigualdad. El hecho de formar parte de un grupo oprimido
en el pasado no autoriza a ser opresor en el futuro, ni el éxito
actual de una determinada opción no es garantía
de su idoneidad en el futuro. Una característica fundamental
del cálculo de utilidades es la posibilidad de hacer
reversible una decisión guiándonos por el criterio
de la práctica. Eso obliga también desde el punto
de vista político a una cierta estabilidad institucional
y a un equilibrio de intereses. Por lo demás la igualdad
utilitarista, entendida como promoción de la ‘igualdad
de oportunidades’, ha resultado más eficaz que
una ‘igualdad de resultados’ prometida por la utopía
comunista, pero nunca realizada y seguramente imposible por
puros y crudos condicionantes biológicos.
Pero
lo que hace radicalmente superior al utilitarismo frente al
marxismo es la defensa de la imparcialidad moral frente a hipótesis
que sitúan como guía a un ‘intelectual orgánico’,
sea partido o líder. La idea de que el Estado debe ser
neutral y el poder debe ser laico (en la imagen habitual, actúa
como un árbitro de fútbol, no como un delantero
centro), se enfrenta a toda hipótesis de clase (que privilegia
o sacraliza intereses de un grupo). La libertad para elegir
y para aprender de los errores es exactamente lo contrario del
dirigismo marxista.
La
superioridad de una idea sobre otra nada tiene que ver con la
cantidad de individuos que estén dispuestos a morir por
ella, sino muy al contrario, con la mejora de la vida de los
individuos concretos. Al fin y al cabo, también algunos
hinchas están dispuestos a inmolarse por su equipo de
fútbol y sería un auténtico desperdicio,
además de una inmoralidad, confundir los instintos fanáticos
con las reglas de gestión del conflicto social.