POR QUÉ ES INMORAL LA MONARQUÍA SEGÚN NUSSBAUM
Ramon Alcoberro
Una de las aportaciones más significativas de Martha Nussbaum a la filosofía política es su análisis de la importancia de las emociones en la política. La racionalidad política no es abstracta, sino que se funda sobre una complicada red de relaciones sociales, emociones e intereses. Una de las emociones más poderosas e incapacitantes es el miedo. El tipo de gobierno absolutamente inmoral porque se funda sobre la coacción y el miedo, en vez de basarse en la confianza es la monarquía. Recuperar la democracia hace imprescindible luchar contra las tendencias monárquicas allí donde se encuentren.
La monarquía del miedo (ed. or. 2018) es uno de los libros más significativos para entender la importancia de las pasiones tristes en el mudo actual. Escrito como una reflexión sobre las causas que condujeron a la presidencia de Donald Trump en el año 2016 y sobre el clima que se creó en Estados Unidos por la sensación de degradación de identidad nacional y de crisis social del país, el libro va mucho más allá para convertirse en un análisis del papel del miedo como sentimiento corrosivo de las relaciones sociales (y en ese sentido se puede leer incluso prescindiendo del contexto político que le llevó a escribirlo). El primer párrafo del libro ya nos da una idea bastante clara de la temática
«En Estados Unidos hay actualmente mucho miedo, y es un miedo que está a menudo entremezclado con la ira, la culpa (que se atribuye a otros) y la envidia. El miedo tiende con demasiada frecuencia a bloquear la deliberación racional, envenena la esperanza e impide la cooperación constructiva (…)»
Podríamos poner en la frase cualquier país en vez de Estados Unidos porque más o menos lo mismo sucede en muchas otras partes del mundo. No solo las dictaduras producen miedo; muchas “sociedades decentes” están viendo cómo se degrada la democracia a pasos agigantados por la pérdida de puestos de trabajo, por la tecnología que expulsa trabajadores y enriquece a especuladores, por la corrupción política, por la bajada de niveles educativos, por la inmigración, etc. Más o menos en todas partes, «Los problemas que la globalización y la automatización crean (…) son reales, profundos y, en apariencia, tienen muy difícil remedio». Ese sentimiento no solo lo expresan gentes conservadoras que se quejan por la pérdida de los valores familiares y tradicionales. También arraiga en personas progresista que «(…) temen, sobre todo, el posible derrumbe de las libertades democráticas» como consecuencia de la crisis económica y cultural. Eso no significa que el pasado hubiera sido feliz y sin problemas. En Estados Unidos después de la II guerra mundial los judíos difícilmente podían entrar como socios en los grandes bufetes de abogados, los negros, las personas con discapacidad, los gais y las lesbianas eran marginados y el acoso sexual era una transgresión absolutamente normalizada. Ni que decir tiene lo que sucedía en América latina con los derechos de los pueblos originarios o con los catalanes en el Estado español. Pero hoy existe una sensación social de pérdida de los valores comunitarios, de temor hacia los demás y de aislamiento social cada vez más extendida.
«Cuando las personas se temen unas a otras, y temen lo que les depara un futuro desconocido, el miedo las lleva fácilmente a culpar a unos cabezas de turco, a fantasear con venganzas y a que cunda una tóxica envidia a la suerte de los afortunados»; y eso es más o menos lo que ha sucedido durante la presidencia de Donald Trump y el sentimiento que se nota en las calles durante los años 20 del siglo 21. Dar la culpa de todo lo malo que sucede a los emigrantes (y no a los banqueros) es la salida fácil para problemas difíciles.
En esta situación resulta fundamental entender el miedo, que es el sentimiento monárquico por excelencia, mientras el sentimiento democrático fundamental es la confianza. Hablar de la monarquía del miedo es no solo criticar una institución medieval y obsoleta sino una forma de hablar sobre el papel de los sentimientos (y en especial de las pasiones tristes) en la corrupción de las sociedades liberales, donde cada vez más los poderes democráticos adoptan formas de corrupción monárquica.
El miedo puede tener, a veces, un sentido positivo, en la medida en que nos protege o nos induce a ser prudentes y a no hacer daño a los demás o a nosotros mismos. El miedo sirve para que valoremos nuestra supervivencia, pero también puede esclavizarnos, volvernos hipocondríacos e incapaces de establecer relaciones de confianza y anular nuestra creatividad. Como dice Martha Nussbaum: «El miedo también tiende ostensiblemente a sobre pasarnos y a impulsarnos a obras de forma egoísta, imprudente y antisocial (…) El miedo más que otras emociones nos obliga a un escrutinio y a una contención muy cuidadosa si no queremos que nos intoxique».
El miedo es monárquico porque se fundamenta en una afirmación que solo puede ser sostenida mediante la violencia o por la idiotización generalizada de la sociedad. El principio monárquico se fundamenta, contra cualquier evidencia, en tres hipótesis que son absolutamente falsas: (1) la superioridad de los derechos de alguien por el simple hecho de pertenecer a una familia que gobierna desde tiempos más o menos remotos, (2) el derecho superior de un individuo por el simple hecho de haber nacido de una madre de esa determinada familia que le otorga privilegios por encima de los demás miembros de una sociedad (3) la suposición de que uno solo (el rey) debe estar al margen de los obligaciones a las que está sujeto el colectivo.
Dado que esas tres afirmaciones son estúpidas, la única manera de sostenerlas es por imposición, por el miedo o por la creación de situaciones de un alto grado de emotividad mediante los cuales los individuos viven cegados e ignorantes por la fascinación que crea el poder. Es importante atender a este texto de Nussbaum:
«Los monarcas se alimentan del miedo de sus súbditos. El miedo al castigo del monarca garantiza la obediencia. Y el miedo a las amenazas exteriores garantiza la servidumbre voluntaria: cuando las personas tienen miedo, quieren protección y cuidado. Y en busca de esa protección recurren a un gobernante absoluto fuerte. En una democracia, sin embargo, debemos considerarnos unos a otros en pie de igualdad, lo que significa que debe establecerse una confianza horizontal (…)»
La monarquía es un sistema político indecente en la medida en que por una parte produce miedo y por la otra libra de ese miedo a quienes se someten a ella al precio de aceptar la pérdida de la dignidad. En una monarquía se penaliza la inteligencia y se valora la sumisión. En la monarquía, el pasado (la tradición) pretende condicionar el presente y el futuro. Por eso una de las estrategias monárquicas es la de acentuar la vulnerabilidad. Todos somos vulnerables por naturaleza, y mucho más durante la infancia y la vejez. El frio, la falta de un hogar, de familia o de amigos, el hambre, etc., crean situaciones de vulnerabilidad ante las cuales es muy fácil que las personas pierdan su dignidad y se sometan a quienes consideran más poderosos que ellos. Además, cuando sentimos miedo nos aislamos de los demás, vemos enemigos por todas partes y no encontramos ninguna salida a nuestros problemas que no resulte emocionalmente frustrante. Por eso todas las democracias han de luchar contra el miedo y crear confianza cívica.
Volviendo a Nussbaum: «Somos vulnerables y nuestras vidas son proclives al miedo. Incluso en momentos de felicidad y éxito, el miedo va royendo los márgenes de interés por los demás y de la reciprocidad, alejándonos así de las otras personas y llevándonos a sentir una preocupación narcisista por nosotros mismos. El miedo es monárquico y la reciprocidad democrática es un logro que cuesta mucho conseguir».
Crear situaciones de miedo (a la pobreza, a la guerra, a la soledad de quien no se siente amado…) es típico de las monarquías donde el poder decide y el pueblo arrastra cadenas y dependencia. Que esa dependencia sea económica o emocional, que derive de la religión, de la política o de las limitaciones físicas (vejez, enfermedad, etc.) es secundario. Lo importante es que desde el miedo se generan pasiones tristes como la envidia, el resentimiento, el sexismo o la crueldad y que se disuelven los vínculos de confianza. Con el miedo se disuelve la esperanza y se abre la puerta al autoritarismo. Las otras personas dejan de ser consideradas como tales y se ven como peligros potenciales, a la vez que se juzgan mediante estereotipos.
De hecho, lo que preocupa a Nussbaum es que incluso en regímenes democráticos y republicanos hay tendencias monárquicas cada vez más acusadas, como ha mostrado la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Hay incluso toda una retórica tendente a hacer crecer el miedo que es realmente una amenaza cada vez más grave en las redes sociales. Contra la monarquía del miedo necesitamos lo que Nussbaum denomina «esperanza práctica», una esperanza ligada a la acción transformadora, republicana y exigente con la dignidad de todos los seres humanos.