PREFACIO A MARCO AURELIO (FRAGMENTO)

Pierre HADOT

La obra del emperador Marco Aurelio, a la que se puede dar por título PENSAMIENTOS PARA MI MISMO, nos ha llegado dividida en 12 libros que se presentan todos ellos bajo la forma de una sucesión de aforismos o de párrafos más largos pero discontinuos. La mención a Carnunto (una base militar) y al río Gran, al principio de los libros II y III, permite datar como mínimo una parte de la redacción de la obra durante las campañas del emperador en el Danubio hacia los años 170 a 173 de nuestra era. Se trata de notas personales, de lo que entonces se denominaban hypomnemata, observaciones o reflexiones cuyo recuerdo se quería perpetuar. ¿Diario íntimo? Sí, pero no en el sentido romántico de una efusión de estados de ánimo. Las notas personales de Marco Aurelio tienen por objeto influir sobre sí mismo, exhortarle a vivir como estoico. Enuncian dogmas estoicos, entendiendo aquí la palabra «dogma» como sinónimo de regla de vida.

Esos dogmas estoicos son los que se enuncian en la obra de Epicteto y que pueden reconocerse en el Libro VI. En principio nos dicen que no existe ni el bien ni el mal, sino en la medida en que bien y mal se sitúan en la voluntad del hombre, en lo que depende de nosotros. Lo demás, lo que no depende de nosotros, sino del destino o de los demás hombres, no es ni bueno ni malo, sino «indiferente», (párrafos 32, 41). El segundo dogma fundamental es que hay en el universo un «principio director», la Razón universal, personificada a veces como «el destino», o por «los dioses», que produce seres y acontecimientos según un plan rigurosamente racional, un plan que puede incluir, por lo demás, elementos desagradables o repugnantes, o que intentan oponerse a ella (párrafos 1, 5, 9, 36a, 42, 44, 58). De este principio (la Razón universal) deriva en el hombre un principio director, la razón, o la facultad de reflexión, que da al hombre la posibilidad de ser tal cual él quiere y de ver las cosas como él las quiere (párrafos 8, 52). De estos principios resultan reglas de vida en los tres ámbitos de la vida humana definidos como tal: lo que el hombre piensa, hace o sufre. Lo que el hombre sufre es todo lo que no depende de él, los acontecimientos independientes de su voluntad, lo que le reserva el destino; lo que el hombre hace y debe hacer es todo cuanto depende de él, incluyendo todos sus deberes, el servicio de la comunidad humana; en tercer lugar lo que el hombre piensa son las representaciones de la realidad y los juicios de valor que depende de él realizar.

Las reglas de vida correspondientes a estos tres ámbitos de la vida humana se encuentran en el libro VI. En principio, en el dominio del pensamiento, hay que separar las cosas y los acontecimientos de su falso valor, verlos en su realidad física, verlos en su realidad física y no juzgarlos como buenos o malos si no dependen de nosotros (párrafos 41, 52). En el ámbito de lo que el hombre sufre hay que aceptar e incluso amar los acontecimientos que la Razón universal nos ha atribuido como parte del encadenamiento necesario de causas que constituye el destino. Tales acontecimientos resultan de un plan racional que tiene como meta la utilidad del todo que es también la utilidad de cada uno (párrafos 1, 9, 16 46a, 39, 40, 44, 45, 54). Finalmente, en el dominio de la acción y de los deberes hacia los demás, hay que amar «verdaderamente» a los otros (párrafo 39), actual al servicio de la comunidad humana (párrafos 7, 23), y tratar a los demás con benevolencia y delicadeza (párrafos 20, 21, 27, 48, 50).

En todo el libro sólo hay tres momentos autobiográficos (párrafos 12, 30, 44a) que dejan entrever el conflicto entre la función de emperador y la vocación de filósofo. Es la filosofía lo que le permite seguir siendo simplemente un hombre, un ciudadano del mundo, y le impide confundirse con su función, absorbido por los fastos del Imperio. El modelo de Marco Aurelio es el emperador Antonino, su padre adoptivo, que vivió una vida sencilla, parecida a la de un ciudadano ordinario y que estuvo abierto a las críticas y a los buenos consejos.

Ver la realidad tal como es, amar a los hombres y ponerse al servicio de la comunidad humana, aceptar el propio destino; las tres reglas de vida de Marco Aurelio, son siempre actuales. ¿No parece estar oyendo al emperador filósofo cuando se leen textos como éste de Nietzsche [Ecce Homo, II, 10]: «No querer más que lo que hay (...),no contentarse con soportarlo, sino amarlo»?

 

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay