"Recto, No enderezado"

UN TEMA CENTRAL EN MARCO AURELIO

 

 

 

 

La tesis según la cual debemos vivir «rectamente, no enderezados» aparece dos veces en las Meditaciones de Marco Aurelio (III, 5 y VII, 12) y es una de las claves que permiten entender el estoicismo.

De entrada, la recomendación de Marco Aurelio parece clara: hay que disciplinarse, vivir conforme a la razón. En las Meditaciones VII, 12 (aunque la traducción de Javier Campos, ponga la frase entre interrogantes) se nos dice cómo vivir: “recto, no enderezado”. Actuar rectamente significa actuar con sobriedad, conforme a las prescripciones estoicas, y no ser ni de muchas palabras ni de obras vanas. Pero ¿por qué no debería uno “enderezarse”? ¿Qué hay de censurable en ello? Parecería que una conversión a la filosofía significa, estrictamente, un cambio de vida, una transformación; de manera que “enderezarse” sería tanto como dejar de seguir las inclinaciones inmediatas, transformarse, optar vitalmente por la filosofía en vez de hacerlo por las pasiones…

Se hace difícil comprender por qué alguien como Marco Aurelio que, como buen moralista, insiste en la necesidad de la conversión filosófica, nos propone eso. Si hay que renunciar a las propias debilidades, si hay que superar la limitación que para la vida moral significan los deseos, ¿por qué no habría que “enderezarse”? En realidad, lo malo de que alguien necesite “enderezarse” es que uno no hubiese tenido necesidad de hacerlo si previamente no hubiese errado el rumbo. El error que hay en la necesidad de “enderezarse” es haberse perdido previamente.

Lo que Marco Aurelio quiere decirnos encaja perfectamente en la concepción estoica de la virtud. Para los estoicos no existe término medio entre la virtud y el vicio. A diferencia de los aristotélicos, en el estoicismo no hay grados de mayor o menor injusticia. Quien actúa injustamente es injusto y no solo “uno poco injusto”. Quien es malo no es un poco malo, sino que es malo. Un poco de mal es mal. En cambio, quien vive con rectitud vive una vida reposada, tranquila, calmada, escuchando los dictados de la propia razón como corresponde al sabio.

En definitiva, el estoicismo ignora la tesis del progreso moral. En el estoicismo todo cuanto no es rigor moral es flojera. Una imagen muy habitual en los estoicos para explicar por qué no hay término medio entre hacer el bien y no hacerlo es la del hombre que se ahoga en el mar. Da lo mismo ahogarse bajo cinco centímetros de agua que bajo cinco metros, porque el resultado es el mismo. No es posible “enderezarse”. O uno se ahoga o no se ahoga. Mientras estoy vivo no estoy muerto y viceversa. Lo mismo sucede en la moral del sabio. O alguien es justo o no lo es. Ser un poco injusto es también ser injusto. Sin eximente.

La idea de “redención”, católica y contemporánea, no existe en el marco mental estoico. Los estoicos son deudores de la idea griega de “autarquía” (autosuficiencia); es la razón la que se basta a sí misma y no necesita un tutor. No se es virtuoso por una asistencia exterior, sino por un esfuerzo interno. Cada cual se salva a sí mismo. No tiene sentido que alguien externo a uno mismo –un gurú, un tutor– nos “salve”, sino que cada ser humano ha de hacer el esfuerzo de exigirse a sí mismo, de escuchas la propia voz interior y de atenerse a ella. Eso no significa que no debamos ser reflexivos, sino que la voz moral interior debe resonar inmediatamente, sin caer en la tergiversación, en la autoindulgencia o en la vana excusa.

De ahí la importancia que los estoicos confieren a los hábitos morales. Desde Zenón, los estoicos consideraron siempre que su modelo moral era “natural”; es decir, no una creación, sino una transposición de lo que sucedía en la naturaleza. Si alguien se habitúa a vivir con naturalidad, es bueno. Si vive de cualquier otra manera, sofisticadamente, intelectualizando sus dudas, etc., simplemente ha errado en su modelo de conducta moral. Actuar bien en los humanos es como actuar por instinto moral, como por un reflejo o por un resorte interno, es decir, escuchando las órdenes de la voz moral interior, sin más.

No hay que pedir a nadie que resuelva nuestras dudas o tranquilice nuestros miedos. En el estoicismo es uno mismo quien debe hacerlo. El filósofo que dice “no saber” es un puro insensato. El sabio estoico significa, en buena manera, un paso más allá del filósofo porque ha adoptado un criterio claro de actuación y obra según lo que en su opinión es el criterio de la naturaleza. La filosofía desde el punto de vista estoico no “endereza” la conducta, sino que, al contrario, da a la conciencia un criterio claro y sin esa conciencia clara ninguna rectitud resulta posible.

 

No obres de mala gana, ni de forma egoísta, ni sin examen, ni dividido en sentidos contrarios; tampoco adorne tu inteligencia la afectación, no seas ni de muchas palabras ni de muchas obras. Además, sea el Dios que en ti hay guía de un animal varón, anciano, político y gobernante, uno que se ha puesto a sí mismo en la formación, como quien espera, dispuesto a partir, la llamada para abandonar la vida, sin necesidad de juramento ni de testigo humano. De ahí la jovialidad, el no necesitar de servicio externo o del solaz que otros ofrecen. Por lo tanto, hay que estar erguido, no enderezado.

Marco Aurelio, Pensamientos; III, 35

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay