Resonancia y crisis democrática

Ramon Alcoberro

Was stimmt nicht mit der Demokratie? ¿Qué está pasando con la democracia? ¿Qué falla en la democracia? Es una pregunta que lleva planteándose con mucha fuerza desde la crisis de 2008 y fue la cuestión de un debate muy significativo en Jena entre la filósofa Nancy Fraser y los sociólogos Klaus Dörre, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa, que se publicó en alemán en 2019, en edición de Hanna Ketterer y Karina Becker, y en español en 2023.

En diversas obras, Hartmut Rosa ha descrito la sociedad actual en términos de una triple crisis combinada; estamos ante una crisis ecológica (cambio climático), una crisis de la democracia (desilusión política, involución) y una “psicocrisi” (burnout, aumento de las tendencias suicidas, de la violencia social, etc.). ¿Qué falla en la democracia? plantea básicamente una pregunta: ¿está en crisis el capitalismo y eso repercute en la calidad de las democracias, o lo que está en crisis es el sistema representativo y la falta de órganos democráticos suficientemente ágiles repercute en una degradación de la vida social y comunitaria?

No se trata aquí de resumir en profundidad las posturas de cada uno de los participantes en el debate de Jena (aunque lo intentaremos), sino de plantear la respuesta específica que propone Hartmut Rosa en términos de resonancia. Digamos, sin embargo, que para Klaus Dörre la cuestión esencial es que en estos primeros años del siglo XXI se ha producido un aumento de los superricos.

La democracia, según Klaus Dörre, se desdemocratiza cuando se hunde la igualdad y una ínfima minoría tiene tanto dinero que puede controlar la información, manipular los mercados y comprar voluntades políticas. Sin lo que las editoras del texto denominan «una política de igualdad básica que esté garantizada institucional y constitucionalmente» la democracia tiene pocas opciones de supervivencia, muy tocada por lo que Dörre describe como una «desenfrenada dinámica de las apropiaciones capitalistas que ni siquiera respetan las relaciones sociales y las esferas públicas». Sin que la democracia se haga «transformativa» o «neosocialista» (una propuesta que incluso el mismo autor considera «sumamente polarizadora»), la democracia tiene un difícil futuro.

Nancy Fraser también participa a grandes rasgos de la misma tesis. Para la pensadora feminista y profesora de la New School: «Los actuales defectos de la democracia, que no son aislados ni exclusivamente sectoriales, constituyen la dimensión específicamente política de una crisis general, que amenaza con engullir todo nuestro orden social». Para Fraser no es solo el neoliberalismo sino el capitalismo el que es en sí mismo «propenso a las crisis políticas y hostil a la democracia». Obviamente, el hecho de se haya introducido por la puerta trasera un “nuevo constitucionalismo global” mediante las reglas de la Organización Mundial del Comercio, los acuerdos de libre comercio, etc., limitan las posibles iniciativas estatales y el control de las grandes empresas, etc. No habría, pues, democracia, según Fraser, sin repensar en profundidad las estructuras del capitalismo global «moralizaremos sobre la necesidad de la cortesía, la imparcialidad y el respeto a la verdad, y se nos pasarán por alto las causas profundas del problema».

Stephan Lessenich no se centra en el análisis del capitalismo sino básicamente en la cuestión de la democracia. Su propuesta es la «democratización de la democracia», es decir, propugna la extensión del «derecho a tener derechos» en una «nueva sensibilidad democrática». En un capitalismo del bienestar, la democracia no puede ser un mero criterio formal de distribución del poder; en definitiva, hay que ampliar los límites de la democracia haciéndola más inclusiva porque los viejos tiempos del pacto social socialdemócrata no volverán.

Cuando la vieja normalidad liberal y socialdemócrata no resulta viable porque han aparecido nuevos actores, Lessenich, actual  director del Instituto de Investigación Social de Frankfurt, cree que la democratización pasa por entender que la normalidad “ya no es normal” (como anuncia el título de un libro suyo publicado en 2022) y que al vivir en una sociedad fragilizada (como se ha visto en temas como la inmigración, la  crisis del 2008 o el coronavirus) la democracia necesita abrirse a nuevos derechos y nuevos sujetos para continuar manteniéndose y evitar que las sociedades continue viviendo al borde de una crisis nerviosa que se expresa en el populismo.

En contraposición a los otros participantes en la polémica de Jena, Hartmut Rosa plantea una cuestión que está en el núcleo mismo de la filosofía clásica: ¿y si resulta que la democracia está perdiendo su conexión con el bien común? Esto es tanto como situar la cuestión de lo que falla en la democracia en conexión con las advertencias de la teoría republicana clásica. ¿Y si resulta que la democracia está en crisis porque cada vez hay menos valores compartidos que “resuenen” en la comunidad de los ciudadanos? Lo que tradicionalmente se ha llamado “civismo” (y que es, por lo menos, una parte esencial de lo que Rosa entiende como “resonancia”) está dejando de ser compartido por los ciudadanos y ese es el problema, en parte derivado del sistema económico pero con una clara significación política y de constitución del colectivo cívico.

Rosa mantiene que: «la distinción conceptual entre hacer política y perseguir interés no se puede mantener sin la idea del bien común». No sé si sería resumir excesivamente su posición diciendo que en su opinión la democracia entra en crisis cuando los ciudadanos empiezan a maliciar que los intereses que se persiguen en la política no son los del bien común y, consecuentemente, dejan de colaborar con la polis, porque lo que en ella se cuece no tiene que ver con sus necesidades o sus intereses, por no decir que directamente sienten que la política atenta al bien común.

«El bien común no debe ser definido exclusivamente por grupos particulares», dice Rosa, pero es precisamente el hecho de que colectivos cada vez más significativos no son excluidos de la definición de lo común lo que explica que dejen de implicarse en él.

Lo significativo en la crisis de la democracia es que han dejado de «resonar» valores, intereses e historia comunes en el ámbito de lo político y eso aleja a los individuos de la política, que ven cada vez más como un espacio extraño cuando no directamente ajeno. “Resonar” es una palabra que Rosa ha analizado mucho y a la que le da un contenido de metáfora musical. De la misma manera que no se trata de que todos canten la misma canción de la misma manera, pero sí hay que procurar que resuene en todos, con sus acentos propios, también una sociedad política ha de procurar que los valores, los intereses, las costumbres y las tradiciones se plasmen más o menos en común. «El bien común, tomándolo como un proceso democrático fructífero, debe entenderse como una relación de resonancia». Eso no está sucediendo. Cada vez los ciudadanos “tienen menos que decirse”, porque sus costumbres, sus vidas, sus ideas se alejan cada vez más. Es a partir de aquí que el edificio de la democracia se desmorona.

Los políticos (y la burocracia, aunque eso no se diga) han acabado por anular las voces de la opinión pública o por conformarla a su gusto (como opinión publicada) El «yo soy vuestra voz» de Trump y de los populistas de derechas elimina toda resonancia y toda pluralidad. Disminuye la participación social, los sondeos se convierten en oráculos y no hay sincronía entre los intereses de los mercados (y de los políticos) y las necesidades de la gente. De hecho, la «esfera pública» se desencaja.

Para Rosa: «el hecho más llamativo, y al mismo el más inquietante desde el punto de vista sociológico y politológico, posiblemente sea el dramático cambio estructural de la esfera pública que se va perfilando, la separación cada vez más rigurosa de los entornos vitales de los diversos grupos de población y la progresiva dispersión de sus respectivas prácticas culturales y de sus mentalidades y tradiciones culturales».

Cuando «la esfera pública se fragmenta» y los individuos no comparten experiencias, tradiciones, etc., la democracia declina y los mismos ciudadanos tienen poco interés en defenderla. Obviamente, para Rosa «la resonancia (…) no significa armonía, unisonancia ni consonancia». El conflicto siempre existirá. Pero lo que está en juego es el hecho de que la democracia pueda servir como herramienta mediadora en los conflictos y creadora de consensos. ¿Si la democracia no es útil para “escuchar y responder”, para qué sirve?

Rosa no cree que exista un “gran diseño” capaz de resolver todos los problemas del mundo, pero sí defiende una gestión de los problemas a través de una idea reguladora (en su caso, la resonancia) que hoy por hoy topa con las formas masivas de desigualdad y con la presión del crecimiento económico, de la aceleración y de la dificultad para establecer ámbitos comunes de debate. Cuando «la dinámica del crecimiento está entrando en crisis» paradójicamente no para de crecer la necesidad de «racionalizar, optimizar, innovar y acelerar» … a la par que disminuyen los espacios de resonancia.

 

Hanna Ketterer y Karina Becker (eds.): ¿Qué falla en la democracia? Un debate entre Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa. Ed. Herder, Barcelona, 2023. Trad. Alberto Ciria.

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay