Santo Tomás de Aquino: una introducción
Ramon Alcoberro
Tomás de Aquino puso la filosofía, especialmente la de Aristóteles, al servicio del pensamiento teológico en el marco del cristianismo. Su propósito es lograr una síntesis entre razón (humana) y revelación (divina), o entre naturaleza y gracia.
La fe y la filosofía, según Tomás, conducen a Dios y no pueden contradecirlo. De ahí ese carácter profundamente teleológico de su pensamiento: la finalidad de la razón no se descubre por sí misma, sino que nos lleva a Dios; es en la revelación divina donde encuentra su sentido. La Summa Teologica constituye una obra maestra de la inteligencia medieval, pero su mismo título no debe pasarse por alto: es una obra teológica, que nos conduce a Dios – y, por lo tanto no es ‘filosófica’, no considera que la razón se baste a sí misma.
Tomás nació en el castillo de su familia, en Aquino (Lombardía). Tras de ser educado por los benedictinos de Montecasino, prosiguió sus estudios en la Universidad de Nápoles y al finalizarlos ingresó en la orden benedictina en 1244. Era rico y su familia no toleró que ingresara en una orden mendicante, de hecho lo secuestraron y lo tuvieron prisionero durante un año en Roccasecca. Después de este episodio, prosiguió sus estudios en París durante tres años y acompañó a Colonia a su maestro Alberto Magno, que intentaba conciliar filosofía y teología.
Fue ordenado sacerdote en 1250 y regresó a París para enseñar en la Universidad de 1252 a 1259. Posteriormente enseñó en Roma y escribió sus primeros escritos teológicos. Tras obtener un doctorado, regresó –a petición del rey– a la Universidad de París de 1269 a 1272. Murió de camino al concilio de Lyon en 1274.
Dios, el Ser, la Verdad, el Bien, lo Bello
El Ser, la Verdad, el Bien, lo Bello, la Unidad son perfecciones transcendentales (preexistentes a toda cosa en Dios), presentes en un cierto grado en los seres finitos, que implican necesariamente la existencia de un Ser que posee todas esas perfecciones en un grado supremo (eminente). De ese Ser participan todos los seres y a él todos se refieren. La esencia divina es imitable por las criaturas que pueden participar de ella. Dios da el ser a las cosas creadas. De ahí el sentido de las vías tomistas. El hecho de nuestra imperfección nos lleva a pensar que debe existir un Ser perfecto, del cual todo emana: ese Ser es Dios.
Para nosotros, criaturas razonables, hechas a su imagen, nuestro ser reside en nuestra relación real y consciente de dependencia respeto a Dios: ser para nosotros es ser de Dios, por Dios, con Dios y en dios que es Acto puro, Acto en el ser, el Ser en acto.
Solo quienes poseen la inteligencia de la esencia divina y de la conexión necesaria de los bienes particulares que se vinculan a ella, son bienaventurados. Pero como los humanos no captan con una evidencia inmediata que Dios es el Soberano Bien, pueden preferir a Él cualquier bien particular que se les presente, incluso si tal cosa resulta finalmente contraria al deseo fundamental que les conduce a su fin supremo.
Por ello, la voluntad humana no quiere necesariamente todo lo que ella quiere. Tomás arranca la ética de los límites del voluntarismo y pasa de una moral de las obligaciones a una moral de las virtudes (y de la beatitud) de inspiración netamente evangélica. El Bien es un fin del Amor y no una sujeción a la Ley, o un puro deber.
Salvación, gracia y belleza: la estética de Tomás
La libertad y la falibilidad de la voluntad constituyen la raíz de la indeterminación radical que caracteriza a la criatura llamada al espíritu. La salvación es el advenimiento de lo mejor a partir del fracaso. El hombre no puede ser liberado del mal, pensado como privación del Ser, más que por el regreso a la Vía, al camino de rectitud ontológica, cuyo referente es el Ser absoluto: Dios.
Solo en la medida en que las criaturas participan y colaboran en la operación divina se hace posible la eficacia de su voluntad. La gracia surge al curar la enfermedad de la voluntad que se separa de Dios y de la eficacia que Él transmite.
En la unión con el Principio, pensar, querer, amar, son actos que tienden a la actualización, es decir, al crecimiento de la perfección de quien los realiza. Al mismo tiempo ello repercute sobre el mundo exterior bajo la forma de obras expresivas de esa perfección. La belleza, especialmente la de las obras de arte, es el esplendor de la verdad.
Tomás, cuya Summa teológica se ha comparado muchas veces a una catedral gótica, en que todos los elementos se construyen unitariamente, sabe que la belleza es deseable, por eso produce el amor, mientras que la verdad lo ilumina. En su pensamiento, la belleza, el bien y la verdad convergen. Y eso es así porque bien, belleza y verdad buscan la perfección que tiene su origen y su fuente en la divinidad.
Por ello, Tomás considera que la finalidad de la obra de arte consiste en hacer resplandecer una forma en el corazón de la materia. Dios es la belleza suprasubstancial. Es la Belleza suprema porque atribuye belleza a todos los seres creados según la aptitud de cada una de sus criaturas. En ese sentido, Dios, Belleza y Verdad son indisociables. Dios como luz es la fuente de la claridad. Como Ser es eterna manifestación de sí, revelación de sí. Las obras que lo cantan por su belleza operan en el alma humana su función pacificadora. El arte nos ofrece así, como la plegaria, la bendición de la Paz.