UN APUNTE SOBRE DIÓGENES

En estos tiempos de exclusión social y de barroco político que llamamos globalización, no está de más regresar a los cínicos. Su franca mala leche, su crítica radical y su profundo desencanto tienen mucho que ver con un estado de ánimo que encontramos también entre nuestros contemporáneos. Incluso su impotencia política y su sarcasmo tienen mucho que ver con nosotros. A medio camino entre el sabio y el bufón, Diógenes, que hizo el primer intento serio por someter a crítica el idealismo platónico, ha quedado, sin embargo, reducido a algunas anécdotas más o menos divertidas. Pero vale la pena regresar a los cínicos, porque las anécdotas que nos explican cosas importantes de su vida y de su obra. El cinismo, tal vez, apunta también a la miseria de nuestro presente.

Tal vez la anécdota más reveladora sobre Diógenes se recoge en las Vidas de los filósofos más ilustres (VI, 64), cuando nos dice que: “Solía entrar en el teatro cuando los demás estaban saliendo; cuanto le preguntaban por qué lo hacía contestó: ‘es lo que procuro hacer en mi vida entera’”. Diógenes está todo él en esta anécdota: ironía, espíritu de contradicción, deseo de no ser confundido con la multitud, altanería, anticonformismo, opción por su propio criterio, autarquía… todo eso es el cinismo antiguo. Es fácil convertir a Diógenes en una caricatura; un hombre sucio, un vagamundo descalzo e impertinente, que usaba el bastón como instrumento pedagógico. Diógenes fue un hipermoralista y un asceta (“Decía que lo criados están sometidos a sus amos y los hombres malos a sus apetitos” D.L., VI, 66). Pero el cinismo no era solo un gesto de desprecio a los valores establecidos, sino una propuesta filosófica básicamente sistemática. Desde el clásico libro de E. Weber Dione Chrysostomo, cinycorum sectatore (1887), es habitual considerar que el cinismo antiguo puede resumirse en tres proposiciones:

1.- La vida según la naturaleza (kata phusin zen).

2.- El principio de reversión de los valores (la falsificación de la moneda – (paracratein to nomisma).

3.- El conocimiento de uno mismo (gnothi teauton).

 

Podríamos intentar ver con algo más de detenimiento, lo que implican estos tres grandes temas:

   La falsificación

El cinismo historiográficamente es una especie de gran “falsificación de moneda”, tanto en sentido literal como simbólico. Que Diógenes fue un falsificador de moneda huido de su ciudad natal, Sínope, no solo está acreditado por la historiografía antigua, sino por testimonios arqueológicos. Jean Piere Larre (Diogène ou la sciencie du bonheur, 1997) dedicó incluso un erudito capítulo de su libro sobre el filósofo a la numismática de Sínope para explicar lo que se sabe sobre el tema de la falsificación, un delito obviamente grave – entonces como hoy. Pero el cinismo es simbólicamente una gran falsificación de moneda cultural, en el sentido más obvio de la palabra. “Falsifica” porque su propuesta pone del revés la tradición de la ciudad y porque muestra que las convenciones sociales se basan en la moneda falsa de la moralidad pública que todo el mundo finge acatar y que nadie respeta – y finalmente que a nadie le importa mientras circule sin problemas. Falsificar la moneda podría también significar, por una parte, lo que milenios más tarde se llamó “transvalorar los valores”. Pero difícilmente Diógenes hubiese entendido qué significa eso. La pregunta que se plantea el hipermoralista Diógenes podría ser, más bien, si existe un hombre sin doblez, sin falsificación. Manipular las costumbres como las monedas (DL, VI, 71) es lo que distingue la propuesta moral del cínico.

Siguiendo a Larre, podemos decir que Diógenes fue filósofo gracias al exilio y que superando su primera adversidad aprendió a superarlas todas. “El exilio, ese mal absoluto en un mundo donde solo los ciudadanos tienen la palabra, le abre los ojos” (Larre, p. 141). En palabras de Diógenes: Cuando uno le echó en cara una vez el haber falsificado moneda, le contestó: “Eso fue en un tiempo en que yo era tal como tú eres ahora; pero tal como ahora soy yo, tu no lo serás nunca”.  (D.L., VI, 56).

Falsificar moneda y verse como un perro son actividades que tienen un aire de familia. Ambas presuponen ir contracorriente. El perro (emblema del cínico) es el animal que ladra a todo el mundo. Es perro guardián –pero no de la ciudad sino de su propia moralidad. Diógenes decía que los demás perros muerden a sus enemigos, mientras que él mordía a sus amigos. Pero morder la mano que lo alimenta es una actividad de riesgo. Mientras la mayoría de los filósofos dicen que hay que abandonar la animalidad, Diógenes propone buscar el animal que hay en nosotros – y ello le hace tremendamente contemporáneo en un mundo hiperculturalizado y donde identificarse con lo natural sin idealizarlo resulta incluso extraño.

 

La naturaleza

Por lo que toca al regreso a la naturaleza, Diógenes es claro. La vida se vuelve insoportable allí donde la cultura y la sofisticación (“las bebidas finas, los perfumes y otros goces de este tipo”, DL VI,44), han domesticado al hombre.  “El amor al dinero es la patria de todos los males” (DL, VI, 50). El camino del sabio no es el de la ciudad (banal) sino el de la naturaleza. Diógenes mismo lo expresó con toda claridad, al proponer (DL. VI, 71): “no hacer caso para nada de lo que mandan las leyes y costumbres, sino lo que manda la naturaleza”. La autarquía moral del sabio y la vida según la naturaleza se implican mutuamente.

En primer lugar, la naturaleza enseña, y eso es muy importante en Diógenes, a evitar la vergüenza, que es un sentimiento nacido en la cultura. Por eso a Diógenes le gustaban los espartanos que tal vez por ser más brutales y primarios le parecían más inofensivos que otros griegos. La naturaleza es impúdica y no tiene prejuicios y, por eso mismo, seguirla nos ayuda a vivir en la realidad, prescindiendo de las abstracciones, siempre interesadas y de los idealismos platónicos (el platonismo es el claro enemigo de todo realismo cínico, obviamente).

Cuando el cínico se autodefine como ciudadano del mundo (“cosmopolita”, véase DL, VI, 63) no solo niega el nacionalismo, sino que sitúa el valor de la vida en otro ámbito: el de la naturaleza y el universo mundo. “La única verdadera constitución es la que rige el universo” (DL, VI, 72). No son las convenciones sociales, ni las condiciones materiales, el criterio sobre el que debe basarse la racionalidad.  Al fin y al cabo, las polis griegas estaban viviendo en tiempos de Diógenes sus últimos años de libertad, antes del impulso macedónico. Hay que recodar además (sea verdad o leyenda) que, según la tradición, el propio Diógenes fue vendido como esclavo pero que nunca consideró que la esclavitud fuese, en realidad, una condición externa (social y política) sino una cuestión interna – la esclavitud de los prejuicios. Optar por la naturaleza como criterio es, al fin y al cabo, optar también por la libertad interior ante las convenciones de la política.

 

El autoconocimiento

Si hay algún principio que Diógenes propugne de manera muy clara es la “askesis” (el ejercicio), tanto el que se ejerce sobre el cuerpo como sobre el alma – pues, en última instancia, ambos se combinan. Ejercicio y salud se implican mutuamente, pero en el movimiento cínico el placer (especialmente el placer físico) siempre es algo diferido. El autoconocimiento filosófico implica necesariamente un dolor, porque no ofrece consuelo. Es desmitificador y, a la vez necesario para evitar el autoengaño. De ahí que simbólicamente el cuerpo del filósofo cínico siempre aparece como torturado y esa delgadez extrema, la carne envejecida, se convierte en “testimonio viviente de la verdad”, para decirlo con una fórmula de Michel Foucault que dedicó sus últimos años al estudio del cinismo. La verdad del filósofo cínico es la de lo que no puede ser ocultado o disimulado. Por eso, de una parte, propugna el ejercicio físico (antiintelectualismo) y, por la otra, se presenta siempre como un individuo viejo, castigado por los años y la dureza de la vida. El autoconocimiento implica básicamente la renuncia; habituarse a sobrevivir con lo mínimo, no tener riquezas, ni mujer, ni hijos, ni un lugar para vivir, es también una forma de conocerse a sí mismo.

El autoconocimiento no puede separase de la vida en la naturaleza, que no es hipócrita ni mentirosa como la civilización. Y, por otra parte, conocerse a uno mismo necesita de la pobreza, que es liberadora. Al prescindir de la riqueza material, el cínico se ve libre para acceder a una riqueza superior, la del interior de la persona. Vagabundaje, vida ascética, ironía, etc.… derivan de este autoconocimiento sin consuelo del cínico. Si la única riqueza es la del alma entonces la peor pobreza es la de engañarse respeto de uno mismo. Autoconocimiento es también temperancia e ironía ante la futilidad del mundo y la profunda insignificancia, incluso, de los propios deseos. Sin autoconocimiento la virtud misma no tiene sentido. Es en este sentido que el cinismo ha podido ser leído durante siglos como una escuela de sabiduría.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Jea-Pierre LARRE: Diogène ou la science du bonheur. Helette: Ed. Harriet, 1997.

Suzanne HUSSON: La République de Diogène. Paris : Vrin, 2011.

Marie-Odile GOULET-CAZÉ: L’ascèse Cynique. Un commentaire de Diogène Laërce, VI 70-71.  Paris : Vrin, 2001.

 

 

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay