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20 TESIS SOBRE TECNOÉTICA, LUDDITAS Y HACKERS

 

I.- Una de las hipótesis que pudieran ser útiles para discutir el fenómeno hacker es compararlo con el movimiento luddita de principios del siglo 19. Como entonces la destrucción de máquinas por los obreros, hoy la manipulación de ordenadores, la aparición de virus informáticos, la guerra sucia en el ciberespacio, etc., tal vez puede explicarse por la conjunción de una serie de elementos que van desde la expresión de la resistencia más elemental ante la pérdida del puesto de trabajo a la pugna entre sectores (más “retardatarios” o más “dinámicos”) de la patronal mundial. Sabemos que una época acaba y otra empieza; pero no tenemos todavía el mapa del nuevo territorio en la cabeza. Ni siquiera sabremos si habrá un mapa. Y de la fragilidad del cambio, de sus contradicciones no resueltas, de la misma velocidad de la transformación, surgen, mezcladas e inseparable, nuevas formas de pensar y de actuar, nuevas necesidades sociales, nuevos cálculos y nuevas políticas.

II.- Como entonces se repiten ahora en el ciberespacio las mismas tácticas, las mismas hipótesis explicativas, los mismos miedos y las mismas quejas que ayer rodearon la extensión de tecnología industrial y la substitución del taller del artesano por la gran fábrica. Otras leyendas repiten los temores y las esperanzas de ayer con otros nombres.

III.- Como entonces cuestionar la tecnología implica algo más que enfrentarse a una máquina: significa una protesta global contra el carácter jerarquizado y autoritario del sistema técnico. Pero es una protesta que, aunque explosiva, resulta inconexa, desorganizada y, finalmente, impotente.

IV.- Como entonces los filósofos creen entender erróneamente que hay una controversia real entre los derechos del hombre y la extensión de la máquina, o entre la moralidad y la economía; pero el debate no se identifica necesariamente con la pugna entre tradición y modernidad, ni entre hombre y máquina. También ser luddita, o hacker, es (otra forma de) ser moderno.

V.- Como entonces la extensión de la tecnología –y la promoción del “privilegio de la servidumbre”– va de la mano de los intentos de “domesticar” la fuerza de trabajo y surgen leyendas urbanas (ayer el General Ludd hoy los amigos de Unabomber y los hackers buenos) al amparo de la noche.

VI.- Como entonces se encontrarán obreras como esa mujer de cerca de Grenoble, con un solo ojo, llamada Lacroix, que se preguntaba: “¿Qué será de nosotras y de nuestros hijos?”, cuando se quería imponer en 1819 la máquina esquiladora [La Grande Tondeuse] dejando en paro a los esquiladores artesanales de siempre. Vi la cara de esa mujer en una protesta sindical contra la deslocalización industrial en Barcelona en la primavera del 2004.

VII.- Como entonces se encontrarán economistas del tipo de Jean-Baptiste Say que argumentan sólo en función de la eficacia y que, como aquél, niegan que la extensión de las máquinas condene al paro a los obreros. Sencillamente: “Ils s’industrieraient d’une autre manière”.

VIII.- Como entonces se encontrarán también otros economistas, como Sismondi, que pregunten: “¿dónde está toda esa gente a la que la industrialización ha hecho feliz?”, que propugnan abrir los derechos de propiedad de la invención (hoy “código abierto”) y que pretenden hacer a cada patrón responsable de sus trabajadores y de su manutención en caso de enfermedad, ancianidad o desempleo (hoy “responsabilidad social de la empresa”).

IX.- Como entonces se encontrarán todavía funcionarios disciplinados del tipo de aquel Villeneuve-Bargemont dispuesto a sofocar eficazmente las rebeliones de obreros en paro y que, a la vez, condenaba el nuevo sistema económico industrial porque: “Para mí mismo puedo extraer algunos buenos consejos de los escritos de Adam Smith y del señor Say, pero por el momento no han dado ni pan ni trabajo”.

X.- Como entonces, -y como siempre– flota una pregunta en el ambiente: “¿Cómo se reparte lo producido?”.

XI.- Pero, tal vez –y a diferencia de entonces– el aumento del nivel cultural y su extensión planetaria permitan replantear la maldición de la máquina. Porque, además del poder de la tecnología y del dinero, existe también un poder en el conocimiento. Para controlar a las masas famélicas del siglo 19 bastaba la policía y para disciplinarlas se necesitaba al ejército que, mediante el servicio militar obligatorio, inculcaba los tópicos patrióticos, y viriles sobre los que se edificaba una experiencia común: el ejército prefiguraba el orden de la fábrica y el monasterio el orden universitario. La corneta militar, la sirena de la fábrica y la campana de la iglesia unían su cadencia siniestra para el doble control de cuerpos y mentes. Pero las formas actuales de control de masas no piden ya la adhesión activa: la experiencia del televidente no es la del obrero industrial clásico.

XII.- El viejo mundo industrial era “sólido” y el nuevo mundo informacional es “líquido”: se basa en el movimiento, en el fluir del conocimiento. El orden político se vuelve difuso y ya no es monopolio del Estado. La red rompe el esquema de la centralización y en su capilaridad se juega su opción transformadora.

XIII.- Por eso la estructura misma de Internet tiene dificultades para converger con la lógica del Estado, que es lógica del control y de centralización. Frente a un Estado que es “representación” y “centralización”, Internet hace posible una presencia directa de los afectados y descentraliza la información. Disponer de mucha información pero sin criterios para jerarquizarla (“conocimiento”), no sólo es inútil sino que encalla la máquina del Estado.

XIV.- Eso quiere decir el sistema se colapsa (aunque no necesariamente se hunda) cuando grupos suficientes de universitarios cuelgan gratuitamente sus apuntes, cuando los jóvenes se niegan a pagar por bajar su música favorita, cuando los resistentes y los liberales consecuentes divulgan sus luchas a través de la red o la usan como ámbito de lucha... Es decir, que si se crea una ciudadanía civil de Internet, aparecerán también las leyes autoreguladas, surgidas de las necesidades de los pioneros y de los colonos, que no coincidirán con la lógica de Estado.

XV.- Los tres elementos constitutivos de la moral protestante (autonomía, trabajo duro, integridad moral) sobre los que se edificó la industrialización, y la modernidad, no eran piezas del mismo valor: la primera valía menos que las otras dos. La autonomía se hizo incompatible con un mundo industrial donde la campana del convento, la sirena del capataz y el grito del sargento, impedían la libertad personal. La sociedad de la información implica un protestantismo releído.

XVI.- Mientras el luddita era hijo de la escasez, el hacker es el producto de la sobreabundancia. Hoy, la peor pobreza es la de las ideas; la miseria de las ideas crea buenos profesores y malos tecnólogos. La sobreabundancia del entorno tecnológico no nos avergüenza; hemos trabajado muy duro para lograrla. Es la sobreabundancia (de información, de signos...) lo que nos permite regalar conocimiento. No necesitamos la resistencia a la tecnología; necesitamos usar su sobreabundancia para desarrollar el conocimiento.

XVII.- El conocimiento no construye nada permanente por sí mismo (todo conocimiento es provisional y revisable –excepto la estupidez burocrática) pero es la condición para alcanzar la sabiduría. El conocimiento se alcanza mediante la conectividad y la sabiduría consistirá en el estado de la conectividad absoluta, la conciencia total. Por eso el conocimiento es incompatible con la burocracia y la centralización, formas no conectivas, ineficientes, de organización social. La tecnología informática significa recuperar el elemento de autonomía y de libre conectividad que la práctica de la gestión negaba cotidianamente al trabajo industrial.

XVIII.- Cuando el movimiento hacker reivindica la libertad en el ciberespacio, lo hace porque sólo la libertad –entendida como conectividad– crea sobreabundancia. No queremos una civilización de pobres porque la pobreza crea miedo y servilismo. No queremos una civilización de funcionarios porque engendra despotismo. Necesitamos sabiduría porque sólo eso nos permitirá vivir a todos en un planeta de diez mil millones de seres humanos con derecho a buscar la felicidad.

XIX.- La opción que se discute es cómo se gestiona la tecnociencia. Y sólo dos caminos parecen posibles: luddismo de la miseria o hackerismo de la sobreabundancia.

XX.- Es necesario diseñar el conocimiento como arte y el arte como sabiduría... para lograrlo necesitamos una tecnoética. Construirla es el empeño de tecnólogos humanistas que liberen simultáneamente a la ética del pecado y a la tecnología de la esclavitud industrial.


Notas al margen del libro de Frank E. Manuel, Kevin Robins y Frank Webster: MÁQUINA MALDITA. CONTRIBUCIONES PARA UNA HISTORIA DEL LUDDISMO. Alikornio Ediciones, Bcn, 2002.

Agradezco a Enric Faura sus sugerencias a la hora de completar las “15 tesis”.
Barcelona, marzo – Pals, agosto de 2004.

 

 

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