DEMÓCRITO: UNA INTRODUCCiÓN

Ramon ALCOBERRO

Demócrito (460 - ¿? 370 antes de nuestra Era) no fue un “presocrático”. Era posiblemente diez años más joven que Sócrates y le sobrevivió bastante. Ni siquiera es seguro si nació en Mileto o en Abdera (Tracia, norte del mar Egeo), como se repite habitualmente. Su nombre está vinculado a un maestro más antiguo, llamado Leucipo, de quien sabemos aún menos, pero que fue discípulo de Zenón de Elea (que a su vez deriva de Parménides, según cuenta Diógenes Laercio I, 15). Tampoco hay gran cosa segura sobre su vida, aunque de él se dijo que había hecho grandes viajes por Oriente y que su familia era inmensamente rica. Seguramente escribió diversos tratados que formaban un conjunto enciclopédico de saberes. De hecho, es el primer filósofo griego del que puede decirse que estableció un “sistema” conceptual consistente: el atomismo, según el cual la naturaleza está compuesta por átomos y vacío. Pero Platón, que conocía muy bien su obra, no le cita jamás por su nombre, seguramente porque temía que las “Ideas” se confundiesen con átomos de pensamiento.

 

Un esbozo biográfico

La biografía de Demócrito es prácticamente desconocida y lo que de él cuenta Diógenes Laercio en el Libro IX de las Vidas de los filósofos ilustres tiene poco valor historiográfico. A la posteridad de Demócrito le ha perjudicado mucho el hecho de ser materialista y el ocultamiento (o directamente la manipulación) de su ética durante siglos. Hasta la edición crítica realizada por Salomon J. Luria, (traducida del ruso al italiano en 2007) no se ha podido obtener una imagen de su obra básicamente consistente. Hoy resulta más fácil entender por qué gente como Gassendi, Leibniz, Diderot o Marx admiraban tanto a Demócrito. Seguramente si la filosofía antigua hubiese seguido el camino democritano, el de los escépticos y de Epicuro, en vez del de Platón, el mundo hubiese sido muy distinto al que conocemos. Y no solo en lo referente a la física y a los átomos. También en ética conoceríamos un mundo más amable escéptico y tolerante, porque lo que propone Demócrito es una filosofía pensada desde el azar y la valoración del presente, que no pretende absolutizar la verdad ni hacerla trascendente. Para él vivir sin miedo es uno de los objetivos de la vida filosófica.

 En el mundo antiguo la admiración por Demócrito era general y se le consideraba persona de múltiples saberes, que había escrito sobre prácticamente todos los temas, desde cosmología a temas de estética. Así el epicúreo Filodemo de Gandara escribió en De la música (IV, 31; 108, 29 Kemke) que:

«Demócrito que no solo fue el más perspicaz entre los antiguos en la ciencia de la naturaleza, sino igualmente un hombre al que ningún investigador supera en curiosidad, dice que la música es un arte relativamente joven y que eso se debe a que no nació de la necesidad sino del lujo» (DK 68 B 144).

No puede ser casualidad que la tradición presente a Demócrito como el filósofo que sonríe. En el mundo antiguo era un lugar común sostener que «En vez de irritarse, Heráclito lloraba y Demócrito reía» (Estobeo, Florilegio, III, 20, 53; DK 68 A 21).

«Todo encuentro con los hombres daba a Demócrito materia para reír. Su sabiduría nos muestra que incluso en un país de ovejas y de aire pestilente, pueden nacer hombres extraordinarios, capaces de ofrecer grandes ejemplos» Juvenal, Sátiras, X, v. 47 sq. (DK 68 A 21).

   Es complicado saber qué opinaba Demócrito sobre ética porque casi todos los textos que de él se conservan en este ámbito están descontextualizados, son sentencias que no sabemos contra quien se dirigen, ni las circunstancias en que se pronunciaron. Pese a todo podemos hacernos una imagen de Demócrito en tanto que símbolo de una manera de entender el mundo Para la filosofía antigua es el filósofo de la serenidad y, según Lucrecio su autodominio llegó hasta el final: «Cuando la avanzada vejez advirtió a Demócrito que los resortes de su memoria comenzaban a languidecer, fue voluntariamente ante la muerte a ofrecerle su cabeza» (De la naturaleza, III, v. 1039 sq., DK 68 A 24). De hecho, Demócrito, como sus contemporáneos los sofistas, era lo que hoy llamaríamos “un humanista”. Uno de los fragmentos que de él se nos han conservado dice escuetamente: «El hombre es un pequeño mundo» (DK 68 B 34) y como pequeño mundo es complejo y azaroso. Ante ese hecho irreversible –pues al fin y al cabo así hemos sido hechos– la sonrisa escéptica es una solución mucho más decente que cualquier dogmatismo transcendental. Demócrito parece creer que los humanos no escogen el bien o el mal (pues no deciden o no pueden optar), sino que lo encuentran y, ante cada situación, reaccionan como pueden, más que como quieren. Eso evidentemente le obliga a relativizar mucho las decisiones morales.

 

   Situar a Demócrito en el pensamiento griego…

Al plantearse el papel de la ética no estaba en las antípodas mismas de lo que pensaba Sócrates para quien “una vida examinada” era el objetivo mismo de la filosofía, pero, a diferencia del filósofo de Alopeque, parece que Demócrito dudaba de que el conocimiento racional fuese capaz de fundar una moral absoluta. En todo caso solo cabría fundar una moral razonable, probable más que cierta. La cuestión de la “vida examinada” fue común a todos los filósofos griegos, pero Demócrito a asumió con una obvia modesta. Si hemos de creer en el testimonio de Estobeo, para Demócrito «es una falta de reflexión no acomodarse a las necesidades de la vida» (DK 68 B 288). Eso le sitúa más cerca de una actitud sofística que socrática y, tal vez, lo hace más realista. Abordar la existencia con ironía, en lugar de hacerlo con heroísmo o desesperación, es una de las propuestas que siempre ha mantenido el escepticismo y cuyo origen conviene buscar en la ética de Demócrito, más que en los sofistas. En todo caso, frente a los intentos socrático-platónicos de establecer “la” razón, Demócrito propuso una filosofía modesta y de base empírica que otorga un lugar al azar y significativamente enlaza muy bien con la modernidad avanzada.

La tradición platónica se impuso al materialismo y lo desfiguró, pero el filósofo que proponía «vivir en la tranquilidad» (“euthumesthai”, DK 68 B 4, con buen “thimos”, es decir con buena disposición de ánimo) sigue siendo un guía para la vida digna de los humanos en tiempos menesterosos. Lo que de él nos queda es una reconstrucción, por no decir que es más o menos una construcción, elaborada por epicúreos de época romana y, muy posiblemente, también por cristianos romanos. Ambos grupos hacia el siglo III, o incluso más tarde, intentaron construir una “vida ejemplar” de Demócrito que resumiese el ideal del sabio antiguo (precristiano) y le atribuyeron una especie de “biografía ideal”. Que su padre reciba tres nombres distintos según las fuentes (Atenócrito, Hegisístrato y Damasipo), ya indica que los Antiguos no sabían gran cosa sobre él. Que viajase por Egipto y Asia (Persia) es creíble, pero el tema del viaje iniciático es un tópico cultural de época que tampoco tiene mayor interés. Lo mismo puede decirse de que supuestamente hubiese muerto con 103 años. Y el detalle de que siendo rico repartió sus riquezas entre sus hermanos hasta morir en la pobreza también parece demasiado hagiográfico/ literario para resultar verosímil.

A los Antiguos parecer haberles interesado mucho el detalle de que Demócrito se alimentase básicamente de miel, un tema al que incluso el Dictionnaire historique et critique (1697) de Pierre Bayle dedica bastante espacio. Las abejas son insectos que desde La Fontaine simbolizan los hábitos morigerados y laboriosos y los Antiguos los consideraron animales morales que, supuestamente, solo picaban a los malos. Tal vez por ahí habría que buscar alguna conexión sobre la manera como el mundo antiguo entendía a Demócrito, a quien se atribuyeron multitud de obras, todas perdidas. La filosofía democritana también se ha puesto a veces en relación con el mundo hindú; eso es factible, pero parece más significativo vincularla a Parménides y a la imposibilidad lógica del no ser. El propio Diógenes Laercio debió ser muy consciente de la poca fiabilidad de sus fuentes cuando tras dar una larga lista de obras de Demócrito constata que: «De todas las demás cosas que algunos le atribuyen, unas están extractadas de sus obras [y] otras son reconocidamente espurias» (IX, 49).

Es significativo el detalle de que vivió en Atenas donde nadie le conoció (Cicerón, Tusculanas V, 36) porque, leído simbólicamente, permite entender que en su momento se produjo una pugna entre el sistema platónico y el democritano – lo que es tanto decir que ya desde muy antiguo se daba por obvia la incompatibilidad entre el fundador de lo que hoy llamaríamos el “idealismo” y el del “materialismo”, aunque imaginar el significado de esos conceptos en aquel momento resulta un ejercicio muy discutible. También vale la pena consignar el hecho de que, según algunas fuentes, al final de su vida estaba ciego y decidió quitarse la vida. Muy posiblemente no hay que tomarse eso al pie de la letra y se trata de detalles simbólicos que tienen que ver con el ideal del sabio. La ceguera en el mundo antiguo tenía un significado también moral y epistémico. Quien está ciego, como Homero, mira a su interior y no al éxito mundano; y el suicida decide autónomamente sobre propia vida, lo que es tanto como decir que se sustrae a la acción del destino o a la de los dioses. En otras palabras, incluso si esos hechos no fuesen reales, indicarían una opción filosófica y moral de alguien con criterio propio. No es posible saber si es realmente suya la frase «hay algo grande en el hecho de cumplir con sus deberes en el infortunio», que le atribuye Estobeo (DK 68 B 42). Podría ser fácilmente un texto estoico porque rezuma dignidad personal y aceptación de los límites de la razón ante el azar del mundo.

Volviendo al tópico de la miel que ya hemos visto hay un fragmento que sintetiza muy bien cuál fue el intento de Demócrito en la filosofía. Dice Sexto empírico en las Hipotiposis pirrónicas (II, 63), que: «Del hecho de que la miel parece a unos amarga y dulce a otros, Demócrito concluía que no es ni marga ni dulce» (DK 68 A 134). A juzgar por lo que de ella nos queda en un estado muy fragmentario, la filosofía democritana es un intento de tomarse en serio la crítica empírica de la realidad y de superar a la vez el escepticismo y el dogmatismo, optando por una vía media que en cierta manera fue también la de Aristóteles.

En el canon occidental Demócrito vendría a ser una especie de modelo de sabio humanista antiguo – y en virtud de tal fue el filósofo, más o menos secreto, al que recurren muchos de los grandes humanistas de les siglos XVI y XVII. Demócrito está en Cervantes, en Spinoza, en Leibniz, en Locke y en muchos otros autores que directamente no le citan (el materialismo era un pecado grave) pero que con toda evidencia lo han leído y le siguen sin decirlo en voz alta. Y obviamente es Demócrito la fuente última del materialismo francés del XVIII. Que Diderot en su correspondencia confesase a su amante, Sophie Volland, que estuvo tentado de hacer protagonizar El sueño de D’Alembert (1769) a Demócrito, Hipócrates y Leucipo resulta muy significativo. Tiene algo de contradictorio elogiar a un maestro antiguo por su modernidad. Pero el atomismo y la ética del placer democritana, que interesó a Marx hasta convertirse en el tema de su (mejorable) tesis doctoral, está mucho más cercana a la sensibilidad actual que el idealismo platónico.

La genealogía que le otorga Diógenes Laercio (I, 15) es muy significativa en la medida en que permite intuir que de Demócrito provendría de un “origen distinto” de la filosofía, es decir, de una opción o una tradición que no encaja para nada en la socrático-platónica, y donde se situarían Parménides, Zenón, Leucipo, Demócrito y Epicuro. Resulta obvio que la corriente mayoritaria en la historia del pensamiento ha sido de carácter platónico e idealista, pero no deja de resultar como mínimo un ejercicio intelectual estimulante imaginar qué hubiese sucedido en la historia del pensamiento si la aparición del cristianismo no hubiese cortado de raíz las pecadoras tendencias democritanas.

Uno de los fragmentos morales conservados, casi aristotélico dice que: «La justa proporción es bella en todas las cosas, ni la opulencia ni la indigencia me parecen buenas» (DK 68 B 102). Tal vez sería posible extrapolar ese texto para definir la filosofía democritana: un intento de encontrar una vía media tanto ante el debate sobre la posibilidad del cambio como entre el intelectualismo socrático y el escepticismo sofístico. La perspectiva de la felicidad posible, pero que se sabe imposible de perdurar, marca toda su filosofía moral. Y es aquí donde el platonismo se enfrenta al atomismo democritano, casi como lo eterno se opone a lo fugaz.  En todo caso Demócrito ha sido a lo largo de toda la historia de la filosofía el modelo contrapuesto a Platón y, por eso mismo, le ha tocado la triste suerte de ser ignorado voluntariamente, cuando no perseguido, censurado y manipulado. Y de serlo hasta extremos que aún hoy complican mucho la lectura.

 

 Contra Platón

   Platón se opuso concienzudamente y casi punto por punto al modelo de ser humano que presenta Demócrito. La tradición recoge que le odiaba tanto que, según cuenta Diógenes Laercio (IX, 40), se había propuesto comprar todos sus escritos para quemarlos:

«Aristoxeno en los Recuerdos históricos, relata que Platón quiso quemar todos los escritos de Demócrito que pudiera reunir, pero que los pitagóricos Amiclas y Clinias se lo impidieron, como que ningún provecho iba a sacarse de ello, pues andaban ya en manos de muchos aquellos libros. Por lo demás, es evidente: pues Platón, que menciona a casi todos los antiguos, en ninguna parte alude a Demócrito, ni siquiera allí donde él debiera replicarle algo, evidentemente porque sabía que tendría que habérselas con el mejor de los filósofos, al que incluso Timón elogiaba de este modo:

Tal a Demócrito, el tan resabido pastor de palabras, / repensante parlero, lo reconocí entre los primeros» (Trad. Luis-Andrés Bredlow)

   Diógenes Laercio deja escapar en su biografía de Platón una frase muy sorprendente cuando tras explicar que fue el primero en investigar la importancia de la gramática escribe que: «Siendo [Platón] el primero en responder [en oponerse] a casi todos sus predecesores, uno se pregunta por qué motivo no mencionó a Demócrito» (III, 25). Es obvio que esa pregunta –que, de hecho, es “la” pregunta–, sigue planteándose hoy. Comprender la relación entre ambos pensadores (o si se prefiere entre ambos “maestros de la verdad”) exige seguramente detenerse en la cuestión del dualismo.  El dualismo platónico es una reconstrucción historiográfica interesada y escolar, de origen básicamente cristiano medieval, que sirve de plantilla para evitar plantearnos preguntas mucho más interesantes sobre el lenguaje, sobre la amistad, sobre el arte o sobre el poder… La filosofía de Platón no fue en absoluto esa especie de teoría dualista (mundo sensible/mundo inteligible) que se enseña en bachillerato – o que se enseñaba cuando el bachillerato era algo decente. Pero Platón estaba, como todos los filósofos griegos de los siglos VI a IV de antes de nuestra Era, interesado por el problema de lo Uno y lo Múltiple.

Demócrito denominaba “idea” (es decir “formas”) a los átomos que no están mutuamente indiferenciados que, en su opinión, son múltiples y variados. Platón, en cambio, situaba la forma como modelo único de la diversidad de cosas. En cualquier caso –si puede hablarse de un sistema platónico sin caer en anacronismos hegelianos– el dualismo de Platón fue una respuesta al dualismo democritano. En Demócrito el Cosmos está constituido por Átomos y Vacío y en Platón por Ideas/Formas Puras y Materia. La teoría platónica del alma es una alternativa a la teoría democritana de los átomos que cambian y la teoría platónica de las Ideas (unas y eternas), se formule de la manera como se formule, se opone directamente a la opinión de Demócrito sobre el movimiento. El testimonio de Aristóteles que en el Sobre la generación y la corrupción (I 8. 325b25-33) pone en paralelo los triángulos de Platón y los átomos de Leucipo indica que en la Academia platónica era conocida la importancia del atomismo y que el problema de la relación entre lo Uno (Idea) y lo múltiple (las cosas), difícil de justificar en términos estrictamente platónicos, tenía, en cambio, una respuesta significativa, aunque “física”, relativamente más elegante en términos de átomos y vacío.

Pero la oposición entre ambos va más a fondo. Seguramente tiene raíces en temas éticos y en debates entre Sócrates y los atomistas que solo podemos reconstruir de manera filológicamente muy precaria. La cuestión de la verdad que es central en Sócrates se acerca en algunos momentos a planteamientos democritanos, porque en ambos filósofos se declara insondable (labor de toda una vida) y, a la vez, imprescindible. Pero no podemos descartar en absoluto que la enemistad que muestra Platón a las teorías atomistas tuviese que ver con la cuestión de la causalidad. Aristóteles y otros autores antiguos sostienen que según Demócrito no hay causa final, que es precisamente lo que más interesa a los socráticos. La diferencia con Sócrates y Platón es clara: ambos filósofos atenienses se pasaron la vida buscando la Causa de las Causas cuya existencia Demócrito negaba. Incluso era irónico sobre la cuestión cuando, según recoge Eusebio de Cesarea: «Demócrito decía que le gustaría más encontrar una sola explicación causal que ser rey de los persas» (DK 68 B 118). “Explicación causal” traduce el griego “aitiología”, término de resonancias médicas. Demócrito consideraba que hay muchas causas, como hay muchas ciencias, pero que no existe como tal la Causa Última. Los átomos y el vacío se entienden mal cuando se traducen al vocabulario platónico porque para Demócrito designan procesos, no finalidades.

Por lo demás la diferencia respeto a Sócrates y Platón debió ser incluso de carácter. La ironía socrática tiene un punto de autosuficiencia, e incluso de prepotencia, que no encontraremos en la sonrisa escéptica democritana. Recuérdese que Demócrito es el filósofo que ríe, pero que, según Diógenes Laercio, Platón, de joven, era tan tímido (Bredlow traduce: «tan púdico y recatado») que nunca se le vio reír demasiado (III, 26). El modelo de verdades eternas y constantes que expresan las Ideas platónicas es incompatible necesariamente con la teoría de los átomos cambiantes en Demócrito, que hoy nos parece mucho más acorde a lo que explican las ciencias experimentales y a los datos que aporta la psicología.

 

El núcleo de un sistema

En su biografía de Demócrito, nos dice Diógenes Laercio que éste «… era de veras un luchador de pentalón en filosofía; [cultivó] la física y la ética, pero también las matemáticas y los estudios generales, y poseía toda pericia en las artes». Para introducirnos en el pensamiento de Demócrito parece fundamental entender que los átomos, el materialismo y la psicología centrada en la felicidad del instante (eso hoy lo llamaríamos una ética) forman una especie de unidad temática en su obra. Es un poco tópico repetir el mantra (supuestamente) materialista según el cual «principios de todas las cosas son los átomos y el vacío; y todas las otras cosas son [objeto de] opiniones» (68 A 1 – D.L., IX 44-45). El principio de la existencia de átomos que se mueven en el no-ser del vacío fue seguramente común a los eleatas, pero como veremos más adelante en este mismo texto (véase “Elementos de una física”) su física es mucho más compleja.  También es difícil establecer cómo se articula (¡si es que se articula!) concretamente la física con la ética en Demócrito. Incluso puede sostenerse que no hay vinculación lógica y encadenamiento necesario entre el atomismo democritano y su filosofía de la felicidad. Sin duda son posibles lecturas de Demócrito que no pasen por el tamiz epicúreo y contengan un punto de pesimismo existencialista; pero es obvio que no han sido ni mucho menos mayoritarias.

Convencionalmente, el núcleo del pensamiento democritano se puede encontrar en la referencia que nos transmite Diógenes Laercio (IX, 45) en pocos párrafos:

«Todo acontece de acuerdo con la necesidad, siendo el torbellino la causa de la generación de todas las cosas, y a él llama necesidad.

El fin de la vida es la serenidad de ánimo, que no es idéntica al placer, como algunos supusieron malentendiéndolo, sino aquello con lo que el alma se mantiene en calma y equilibrio, sin sufrir ninguna perturbación por temor o por superstición o por algún otro sentimiento. La llama también bienestar y le da otros muchos nombres.

Las cualidades existen por convención. Por naturaleza existen sólo átomos y vacío. Con lo que estas son sus opiniones.» Trad. Carlos García Gual.

El modelo de vida democritano se expresa mediante tres conceptos: “eutimia”, “euesto” y “atambía”. La eutimia (buena disposición de ánimo) y el euesto (bienestar) que para Demócrito se vincula con «el estar bien en casa», «con bienestar, con prosperidad, en calma» (Luria, 736), son las dimensiones básicas que dan sentido a la vida. Solo así se logra una vida de atambía (id est animum terrore liberum, es decir, un ánimo libre de miedo. Luria, 743), que es aquello a la que debemos aspirar. Una vida “en calma y equilibrio”, o “sosegada y firme”, como traduce Bredlow, implica asumir tanto el azar como la necesidad de la existencia de átomos. Y hacerlo sin angustia. Pero Demócrito seguramente se entiende mejor si le considera como lo que hoy llamaríamos un psicólogo que como un físico. La mayoría de los fragmentos que de él se nos han transmitido no son de física, sino de ética o, mejor dicho, de lo que hoy llamaríamos “psicología moral” y tal vez no cabe atribuir esa circunstancia a la casualidad sino a la causalidad.

 

Elementos de una psicología

La psicología de Demócrito, para quien el alma está compuesta de átomos, se contrapone a la teoría platónica del alma, como el modelo materialista se contrapone al espiritualista. Según Demócrito, tanto el cuerpo como el alma están compuestos de átomos. El cuerpo vive mientras hay en él átomos del alma y cuando estos se desvaneces o marchan, muere. De la misma manera, parece que mientras dormimos una parte de esos átomos se nos van y que al despertar los recuperamos mediante la respiración. El núcleo de la psicología democritana no está en la razón; son las sensaciones. Los testimonios parecen claros: «Demócrito piensa que las sensaciones son más numerosas que lo sensible (…)» (DK 68 A 115) y «Demócrito dice que los animales privados de razón, los sabios y los dioses poseen un número de sentidos más elevado» (DK 68 A 116). En la base de la naturaleza solo existe lo sensible. Así propone algo que todavía hoy muchos psicólogos debaten: que la razón no existe “en” la naturaleza, ni tampoco “por” naturaleza, sino que vendría a ser una construcción. Según el testimonio de Sexto Empírico esa sería una de las tesis centrales de Demócrito, lo que le convertiría en un escéptico. Obviamente este planteamiento a Platón le parecía atroz y construyó así, contra Demócrito, la tesis de que hay un mundo sensible y cambiante (el propio de los cuerpos) y otro inteligible y eterno (el de la psique – alma). La reconstrucción de los textos de Demócrito permite suponer que para él las propiedades del alma son dos: el vivir y el pensar. Pero esas no son propiedades eternas, como proponía Platón, pues los átomos cambian constantemente.

    Aecio transmite un texto democritano que resulta de una modernidad impresionante: «Leucipo y Demócrito dicen que las sensaciones y los pensamientos son modificaciones del cuerpo» (IV, 8, 5, DK 67 A 30). Eso sería tanto como decir que es el cuerpo quien modifica la mente y no al revés. Así se resquebraja todo el edificio del idealismo. No sería la psique, sino el soma el elemento determinante de la conducta humana, ni habría tampoco lugar para suponer que los sentidos corporales nos cuentan la verdad sobre el mundo. Al fin, toda verdad sería una construcción, cosa que permitiría plantear, de paso, algunas hipótesis fascinantes sobre la locura que llevarían muy lejos.

La medicina y la psicología democritanas son claramente empíricas, como se recoge en un texto del Sobre la experiencia médica de Galeno (1259, 8 Schöne, fgt 23 b, 102.4 Deichgräber:

«¿Quién ignora que la más injusta calumnia que pueda levantarse contra todo razonamiento consiste en atacar lo que es evidente? ¿Cómo podría ser digno de fe el razonamiento que levanta insolente contra la evidencia cuando esta encuentra principios?» (DK 68 B 125).

   El problema de la evidencia empírica en Demócrito va mucho más allá del escepticismo pirrónico, que seguramente es una lectura solo parcialmente correcta y en todo caso limitada del pensamiento democritano. Demócrito como empirista (con todos los matices que deban aplicarse al uso del término) considera que lo fundamental en la ciencia es hallar evidencias. Pero que a la vez toda evidencia solo lo es de manera provisional. Por eso Galeno terminaba ese texto diciéndonos que: «[Demócrito] … hace decir a los sentidos las palabras siguientes contra la razón: “¡Pobre razón, después de habernos prestado tus argumentos quieres hundirnos! Tu victoria es tu derrota» (DK 68 B 125, final). De la misma manera que los átomos y el vacío muestran el cambio también el cuerpo humano es el escenario de cambios que son finalmente expresión de un cosmos cambiante, también en el nivel de lo corpóreo.

La hipótesis de una psicología/antropología que hoy llamaríamos materialista, y pensada desde la evidencia del cambio, resultaba insoportable para Platón porque conduce a un mundo fraccionado y fragmentario, como los mismos átomos que siempre están en danza. Para el platonismo –y mucho más aún, para su derivación cristiano-católica– la simple imagen de los movimientos conduce al caos. Átomos y vacío eternos, moviéndose constantemente, dan a la vida y al pensamiento humano una sensación de provisionalidad que el platonismo detesta. Lo múltiple, el movimiento, la generación y la corrupción, a un platónico le parecen un escándalo. Pero para el materialista constituyen la condición de la realidad misma. En D.K. 68B 189 (Luria 748), Demócrito nos dice que: «La cosa mejor para el hombre es transcurrir la vida manteniendo una buena disposición de ánimo en la mayor parte de las circunstancias e “infastidendosi i meno posssibile”. Tal sería la mejor cosa, “se non si lasciasse allettare da cose transitorie”», traduce Diego Fusaro. Lo dejo en italiano porque tiene más fuerza. Nada más lejos del heroísmo idealista de modelo platónico – pero cercano a Aristóteles y en conexión con Epicuro.

 

Elementos de una física

Los textos más habituales para explicar los principios de la naturaleza según Demócrito son de Aristóteles. Uno se encuentra en la Física (I, 5, 188 a 22):

«Demócrito supone lo sólido y lo vacío, de los cuales uno, dice, existe como ser y el otro como no-ser. El ser se distingue además por la posición, la forma, el orden. Estos son del género de los contrarios. Los de posición son: alto, bajo, delante, detrás, los de la figura son anguloso, rector, redondo»

Y otro en la Metafísica (A, 4, 895):

«Leucipo y su compañero Demócrito decían que lo lleno y lo vacío son los elementos primordiales. Afirman que unos es el ser y el otro el no-ser, es decir, que lo lleno y lo sólido constituyen el ser y lo vacío y rarificado el no-ser (por ello sostienen que el ser no es más real que el no ser, pues el vacío no es menos real que los cuerpos): estos son las causas materiales de todas las cosas».

   Con su afirmación de que el principio de todas las cosas está constituido por el Ser/Átomo (lo lleno) y el por el No-ser (vacío) Demócrito, retomando elementos de la tradición eleata, fue el primero en presentar una respuesta al problema del cambio planteado por Parménides de Elea, que había afirmado la unidad y la inmovilidad del Ser. Parménides estableció que sobre lo que no es –obviamente– ni se puede pensar nada, ni tampoco nada se puede decir. Para el filósofo eleata, fuera del ser no existía nada; el concepto mismo de no-ser resulta impensable e indecible y el cambio resulta un concepto autoontradictorio. Todo cuanto es, es; – y todo cuanto no es, ni es ni puede ser. Luego el cambio es imposible, argüía Parménides. Dado que el no-ser lógicamente no es, cualquiera que intente pensarlo fracasará, porque intenta pensar un concepto contradictorio de raíz.

   Sin embargo, Demócrito halla una solución al problema; toma el concepto de no-ser y lo identifica con el vacío. Así en su cosmología hay átomos (Ser) y vacío (No-ser). Es el vacío lo que permite que los átomos puedan moverse y cambiar. Gracias al no-ser, los átomos (el Ser) resulta comprensible como transformación. Si no hubiese movimiento, el Universo estaría en estado de perpetua parálisis, solo suponiendo que hay un impulso de movimiento y de mezcla e los átomos se puede entender la diversidad y la variedad de las cosas.

   En cuanto al Ser de Parménides, Demócrito lo divide en cuerpos materiales indivisibles (átomos), que son impasibles e imperecederos, y cuya “figura” tiene formas (en griego “eidos”) redondas, angulosas, torcidas, etc., que se van ensamblando en el vacío y que constituyen los cuerpos. Los átomos, pequeñísimos multiformes e infinitos en número, se ensamblan en compuestos que tienen una cierta congruencia (en griego “simetría”) – concepto que tal vez deriva de Anaxágoras. Según Aristóteles (Física, II, 3-4) para los atomistas los mundos y el cielo provienen de la fortuna y del azar. Pero muy posiblemente lo que quería decir es que en los átomos no hay finalismo. Platón parece abonar esa interpretación cuando dice (Leyes, X, 889 b-c) que en las explicaciones mecanicistas “el azar deriva de la necesidad”. En otras palabras, el atomismo no es solo mecanicista. Hay una cierta congruencia que deriva del azar; la necesidad deriva de la forma. Cuando se dice que los átomos se combinan al azar hay que entender no tanto casualidad como “ausencia de propósito”, que no es lo mismo. No quiere decirse que un manzano vaya a producir peras, sino que no habrá dos manzanas iguales en el mismo manzano.

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay