GEORGE ORWELL SE PREGUNTA POR QUÉ ESCRIBE
En verano de 1946, Orwell publicó un artículo con el título de “Por qué escribo”, suavemente irónico o, mejor dicho, autoirónico, en que se preguntaba por qué escribía. Ofreció una serie de razones biográficas (ser el segundo de tres hermanos de cada uno de los cuales le separaban cinco años, no haber visto a su padre casi hasta cumplir los ocho, ser un niño solitario e impopular en el colegio, tener una cierta facilidad de palabra y una capacidad personal de crearse un mundo privado, etc…). Pero, además, la escritura según Orwell implicaría “una cierta actitud emocional de la cual [el escritor] jamás podrá librarse por completo, pero que deberá “disciplinar con temperamento y evitar el quedarse atascado en una etapa de inmadurez o en un estado de ánimo perverso”.
Hay un gran consenso en considerar que Orwell solo logró ser un gran escritor tras haber experimentado una situación personal (la de la guerra de España) a partir de la cual la cuestión de “cómo escribir” se volvió inseparable de la de “por qué escribir”, Desembarazarse de cualquier floritura inútil no era solo, en su opinión, un problema de estilo literario, sino también de eficacia política. Lo esencial de su obra está escrito entre 1936 y 1946, es decir en uno de los momentos más difíciles de la historia europea del siglo XX y Orwell se sentía inmerso en ese movimiento general a partir de una experiencia hiriente, personal e intransferible: la de haber visto en la Birmania cómo funcionaba el colonialismo y en Catalunya cómo lo hacía el totalitarismo estalinista. La honestidad intelectual y la experiencia política resultan inseparables en su obra. La política (exigencia pública) no puede ocultar la voluntad literaria (exigencia personal) porque ambas se implican mutuamente.
Como un periodista, el novelista Orwell acumula hechos (cuya veracidad es factual) e intenta explicarlos claramente para inducir en el lector una respuesta de tipo moral. A la prosa orwelliana no le interesa lo pintoresco, pero le interesa la exactitud. Sin embargo, la última palabra de cualquier escrito de George Orwell pertenece al lector. No es exactamente un moralista de la vieja época que tiene muy claro dónde está el bien (y en qué consiste) y qué es el mal (y cómo evitarlo). Escribir es muy fundamentalmente una experiencia estética, sin la cual el contenido moral resultaría vacío. Y sin estética la moralidad sería algo absolutamente seco, falto de gracia. El escritor es humano (tópicamente, demasiado humano). El estilo literario de Orwell fue fundamentalmente periodístico, es decir, ponía por delante la sencillez, la fuerza, la verdad y la claridad. Estas cuatro virtudes tienen un obvio correlato ético que no parece necesario acentuar aquí.
Vale la pena citar, por extenso, los “cuatro grandes motivos” que según Orwell impelen a un escritor. El texto dice así;
Dejando a un lado la necesidad de ganarse la vida, creo que son cuatro los grandes motivos que hay para escribir, al menos prosa. Existen los cuatro en distintos grados en cada escritor, y en éste la proporción varía según el momento en que viva. Son los siguientes:
1. Egoísmo puro y duro. Deseo de parecer inteligente, de que se hable de uno, de qua a uno se le recuerde después de muerto, de resarcirse de los adultos que abusaron de uno en su niñez, etcétera. Es una paparruchada fingir que este no es un motivo, porque además es uno de los más potentes. Los escritores tienen en común esta característica con los científicos, los artistas, los políticos, os abogados, los soldados, los empresarios de éxito, es decir, con lo más granado del género humano. La gran mayoría de los seres humanos no exhiben un egoísmo muy acentuado. Pasados los treinta, más o menos, renuncian a la ambición personal – en muchos casos abandonan casi del todo la idea de ser individuos – y viven sobre todo para los demás, o bien quedan aplastados por el tedio y la monotonía. Pero hay, además, una minoría de personas dotadas, voluntariosas, obstinadas incluso, decididas a vivir la vida hasta el final, y a esta categoría pertenecen los escritores. Los escritores serios, debiera decir, son en conjunto más vanidosos y egocéntricos que los periodistas, aunque el dinero les interesa menos.
2. Entusiasmo estético. La percepción de la belleza en el mundo exterior o, si se quiere, en las palabras y en su adecuada disposición. El placer ante el impacto de un sonido u otro, ante la firmeza de una buena prosa, ante el ritmo de un buen relato. Deseo de compartir una experiencia que uno considera de gran valor, que entiende que nadie debe perderse. La motivación estética es muy débil en muchos escritores, pero incluso el panfletista o el autor de manuales tendrán sus palabras y expresiones predilectas, las que le atraen por motivos en modo alguno utilitarios. Puede tener también inclinación hacia la tipografía, la anchura de los márgenes, etcétera. Por encima del nivel de una guía ferroviaria, ningún libro es del todo ajeno a las consideraciones estéticas.
3. Impulso histórico. Deseo de ver las cosas como son, de hallar cuál es la verdad, de almacenarla para su buen uso en la posteridad.
4. Propósito político. Empleo la palabra “político” en el sentido más amplio posible. Es el deseo de propiciar que el mundo avance en una dirección determinada, de alterar la idea que puedan tener los demás sobre el tipo de sociedad a la que conviene aspirar. No hay un solo libro que sea ajeno al sesgo político. la opinión de que el arte nada tiene que ver con la política, ni debe tener que ver con ella, es en sí misma una actitud política.
En el mismo texto, hace una confidencia significativa para entender el momento en que empezó a reconocer su propia “voz” literaria: La guerra de España y otros sucesos de 1936-1937 cambiaron la escala de valores y me permitieron ver las cosas con mayor claridad. Cada renglón que he escrito en serio desde 1936 lo he creado, directa o indirectamente, en contra del totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal como yo lo entiendo.
Un escritor que se mueve por alguno de los cuatro impulsos que Orwell explicita ha de saber necesariamente que tal vez el futuro no será mejor pero que se debe vivir intentando en cualquier caso que el presente sea lo menos intolerable posible. El sentido político y el sentido moral se entrelazan en Orwell y ese tal vez esa implicación mutua sea uno de los elementos que permiten seguir leyéndole.