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«UNIVERSO CONCENTRACIONARIO», TOTALITARISMO Y MODERNIDAD

 

 

«EL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO» (1946) de David Rousset (1912-1997) es uno de los libros más importantes jamás escritos para la comprensión del totalitarismo, en su vertiente más brutal, la de los campos de concentración, a parte de haber sido cronológicamente uno de los primeros en publicarse. Junto a otro texto del también prisionero en Buchenwald Robert Antelme [LA DOLEUR] constituye, además, un testimonio autobiográfico y humano de un valor literario excepcional. Rousset fue un militante trotskista, había trabajado antes de la guerra como corresponsal en París de diversos medios de comunicación americanos y fue detenido en 1943 y trasladado a Buchenwald, un campo donde fallecieron aproximadamente 250.000 presos. Él mismo regresó literalmente en piel y huesos, de tal manera que ni siquiera sus amigos más íntimos le reconocían.

 

Personaje de vida fascinante, y antiestalinista furibundo, auténtica bestia negra del partido comunista francés, que por su parte lo calumnió sistemáticamente a lo largo de toda su vida, Rousset fue militante por la independencia de Argelia e incluso diputado en 1968 por el partido de De Gaulle a quien admiraba por haber abierto el proceso de descolonización. Fue también el primero en usar en Francia, ya desde los años 1948-1949, la palabra ‘Gulag’, y uno de los primeros lectores que encontró Aleksandr Solzhenitsin. Desgraciadamente, en el aluvión de obras sobre el totalitarismo, hoy poca gente lo sigue leyendo y reflexionando, lo que es una auténtica calamidad para el debate sobre filosofía política, e incluso para la reflexión sobre el mal moral.  

 

La importancia del libro de Rousset reside, además, obviamente, de su carácter de testigo directo, y de su descripción escalofriante de los hechos ‘desnudos’, en su capacidad para realizar una primera teorización de lo que sucedía allí, en lo que desde el primer párrafo de su texto denominó «los espacios vacíos del hombre». De hecho, en EL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO por primera vez se denunció que en Buchenwald los ‘kapos’ [presos de confianza] comunistas habían sido aliados de los S.S. y, como tales, fueron absolutamente corresponsables de asesinatos en masa. La misma idea de que el campo es un «universo», incluye la conciencia de lo terrible y de lo inevitable al mismo tiempo. Como en el universo, en el campo de concentración se desencadenan fuerzas imposibles de dominar a escala humana pero que se hallan también en cada uno de los seres humanos.

 

El campo es como el universo mismo y por eso se encuentra en él toda la diversidad humana — y convendría no olvidar que en los campos la mayoría de prisioneros no eran políticos, ni mucho menos judíos aunque esos fuesen una importante minoría, la más marcada desde el principio, sino presos de ‘derecho común’. Por lo tanto, en el campo no se podía esperar ni un comportamiento moral, ni una ética de la convicción: el imperativo es la pura supervivencia. En la «noche helada de Buchenwald» hay «hombres sin convicciones, famélicos y violentos, hombres portadores de creencias destruidas, de dignidades menospreciadas; todo un pueblo desnudo, interiormente desnudo, despojado de toda cultura, de toda civilización, armado de palas y piochas, picos y martillos, encadenado a los Loren herrumbrosos, perforador de sal, limpiador de nieve, fabricante de hormigón; un pueblo destruido por los golpes, obseso por paraísos de alimentos borrados de la memoria; preso inseparable de la degradación — todo ese pueblo a través del tiempo» (p.12).

 

Rousset observó que lograr que el hombre en el universo concentracionario se encuentre «interiormente desnudo» será uno de los objetivos centrales que desde el poder justifican la existencia de los campos. Los gritos, el desprecio sistemático, el trabajo esclavizado, el uso de prisioneros de confianza (los ‘kapos’) para los trabajos sucios, etc., son instrumentos de control usados por sistema pero no fines en ellos mismos. Por eso mismo «los criminales son indispensables en el universo de los campos; aseguran la continuidad en la destrucción de las mentes» (p.44). Rousset ofrece tres referencias literarias que permiten comprender el mundo carcelario y cuya pertinencia se ha glosado posteriormente de manera incluso abusiva. El poder se comporta como el padre Ubú y «la población de los campos se asemeja a un mundo a lo Céline con algunas obsesiones kafkianas» (p.43).

 

Rousset fue el primero en hablar de un sistema ubuesco, por el ‘rey Ubu’, del teatro del absurdo de Alfred Jarry, que gobernaba de forma irracional pero se hacía respetar mediante el uso del frío, el hambre y el vacío (véase la cita que abre el libro). Fruto también de un ‘parto bufonesco’ (expresión que con la Rousset describe a uno de los presos), el campo no tiene ningún objetivo racional, ni pretende tan siquiera tenerlo. Buchenwald es una burocracia total y absoluta pero encerrada en sí misma, sin producir nada — excepto control y muerte. Donde todo «tiene sus leyes y sus razones de ser» (y sería mortal no conocerlas), pero son leyes absurdas pensadas para la muerte.

 

Otro elemento básico del universo de los campos es que «no existe el descanso para el concentracionario y mucho menos el olvido» (p.43). En este sentido, Rousset puede citarse como un antecedente de las tesis biopolíticas al sostener por primera vez que de lo que se trata en los campos es de «entregar el cuerpo» (cap. IX), porque la mente ha sido sistemáticamente destruida mediante el uso del absurdo: «precisamente era ese agobio mental, multiplicado por lo demás, por las intimidaciones y violencias de los criminales, lo que constituía la más peligrosa calamidad de los campos» (p.52). El obligado silencio constituye, además, el medio psicológico que permite dar impunidad al poder ubuesco.

 

La «metafísica del castigo» en los campos hace necesarios conjugar por lo menos tres elementos: (1.) la existencia de ‘presos de confianza’ («una aristocracia entre los detenidos, disfrutando de poderes y privilegios, ejerciendo la autoridad, hace imposible la formación de una oposición homogénea», p.63), (2.) una burocratización absoluta y (3.) un silencio inevitablemente cómplice en cuanto que resulta imprescindible para la supervivencia. El tema del silencio y de la soledad será también analizado con más profundidad por Arendt en el último capítulo de LOS ORÍGENES DEL TOTALITARISMO, en cuya bibliografía se cita otro libro de Rousset, LOS DÍAS DE NUESTRA MUERTE (1947). 

 

Si embargo el elemento burocrático es para Rousset — conviene no olvidar su ideología trotskista — lo que une más vincula los campos con la sociedad exterior. En 1949, Castoriadis teorizó que, mediante la extensión de la burocracia, el totalitarismo unía el capitalismo y el comunismo soviético. Según Castoriadis no hay diferencia de naturaleza, sino de forma, entre el sistema soviético y el occidental. El capitalismo se burocratiza y, en este sentido, sólo la superior presencia de la burocracia define al sistema soviético. Rousset significativamente observa que: «el conocimiento de la burocracia es la metafísica de los campos. Lugares sagrados, de castigos implacables, los S.S., sacrificadores fanáticos consagrados a un Moloch de apetencias industriales, a la justicia siniestra de un Ubú-Dios. La salud mental no tiene espacio en este lugar» (p.65). Para Rousset: «La burocracia ha nacido con los campos. Ella es un componente esencial. En el pasado asumió un papel decisivo de descomposición moral y destrucción física del medio político alemán. Con la guerra su campo de acción se extendió considerablemente y se diversificó» (p.69).

 

La unión de burocracia y resentimiento político provocado por la crisis económica ha sido un componente central en el proceso que llevó a la creación del universo concentracionario:

 

«El odio insensato que presidía y comandaba todas estas empresas estaba hecho del fantasma de todos los resentimientos, de todas las ambiciones mezquinas no satisfechas, de todas las envidias, de todas las desesperanzas engendradas por la extraordinaria descomposición de las clases medias alemanas entre las dos guerras. Pretender descubrir allí los atavismos de una raza era hacerse eco de la mentalidad S.S. Con cada catástrofe económica, con cada quiebra financiera, partes enteras de la sociedad alemana se derrumbaban. Decenas de millares de seres eran arrancados de sus formas tradicionales de existencia que eran naturalmente propias y condenadas a una muerte social que significaba envilecimiento y tortura para ellos. Los despojos de las creencias, la obsesión por las ventajas perdidas, los sólidos horizontes intelectuales sacudidos; lo único que les queda es un impresionante desamparo hecho de rabia infecunda y de un odio criminal sediento de venganzas y revanchas» p.68.

 

Es el resentimiento lo que explica la concepción religiosa implícita en la idea que los S.S. tenían de su propia labor. Según Rousset: «El S.S. no concibe a su adversario como un hombre normal. El enemigo en la filosofía S.S., representa la fuerza del Mal intelectual y físicamente manifestada. El comunista, el socialista, el liberal alemán, los revolucionarios, los resistentes extranjeros, son las representaciones actuantes del Mal». Se trata de un mal «apocalíptico» (p. 65), ontológico, cuya manifestación pública ni siquiera es precisa. «No es necesario para un Judío, un Polaco o un Ruso actuar en contra del nacional-socialismo; por nacimiento, por predestinación, son unos herejes no asimilables, destinados al fuego apocalíptico. La muerte por sí misma no tiene pleno sentido. Únicamente la expiación puede ser satisfactoria, apaciguadora para los Señores» (p.65). Precisamente el resentido no tiene bastante con la muerte, necesita que su enemigo note el dolor lentamente y de manera metódica «Esta violenta necesidad de expiación combinada con todas las energías sexuales desencadenadas explica las represalias» (p. 68). No es la muerte sino la degradación lo que se busca en el universo concentracionario.  

 

 

 

 

David ROUSSET: EL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO (1946). Trad. es. Michel Mújica. Barcelona: Anthropos, 2004.  En Google Books se puede leer una parte importante del texto.


 

 

 

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