El País, Madrid 25 de julio de 2004
Este
profesor de Teoría Política y de Filosofía,
que deja caer citas latinas a la misma velocidad que recita refranes
en gaélico, escapa al estereotipo. Tras el académico
irlandés, enjuto, escondido en una rala barba blanca, surge
enseguida una personalidad extravertida que intenta en todo momento
explicarse y anima a su interlocutor a buscar la palabra exacta
que les acerque.
Nacido
en Irlanda en 1945, Philip Pettit realizó sus primeros
estudios en Dublín y Belfast, y desde 2002 es profesor
de la universidad de Princenton, aunque sigue visitando las universidades
de Irlanda y el Reino Unido. Lo que hace atractivo su trabajo
es que ocupa dos áreas de gran envergadura: los fundamentos
de la economía y las ciencias sociales, allí donde
se incluyen elementos de psicología, metafísica
y metodología, por un lado, y por otro, la teoría
política y moral, que se centra en qué valores deben
promover nuestras instituciones sociales y cuál es el mejor
modo de organizarlos y promoverlos.
De
su amplia bibliografía no hay mucho publicado en España.
REPUBLICANISMO. UNA TEORÍA SOBRE LA LIBERTAD Y EL GOBIERNO
está siendo reeditado por Paidós. Mientras tanto,
para hacer boca, esta misma editorial ha publicado una recopilación
de textos de varios autores bajo el título NUEVAS IDEAS
REPUBLICANAS en el que Pettit hace una crítica al liberalismo.
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El
filósofo y politicólogo Philip Pettit (Irlanda,
1945) lleva ya una semana en España; ha participado en
los cursos de El Escorial y ha pronunciado sendas conferencias
en el madrileño Círculo de Bellas Artes y en el
Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Pero
lo que le ha hecho saltar a la luz pública es el hecho
de que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez
Zapatero –con quien, por supuesto, se vio estos días–lo
considera una de sus referencias teóricas. Autor, entre
otros trabajos, de REPUBLICANISMO (Paidós), Pettit se mueve
en dos grandes áreas; una más académica de
ribetes metafísicos, y una segunda con claro contenido
político en la que desarrolla un modelo de sociedad que
define como republicanismo, cuyo principio básico es la
no dominación y, por tanto, la libertad.
P.
¿Qué le dijo a José Luís Rodríguez
Zapatero?
R.
Creo que se identifica con el concepto de republicanismo que yo
expongo, con la idea del ciudadano que exige respeto y considera
inadmisible que alguien o algo tenga el derecho de decidir sobre
su vida y su libertad, sea un individuo o una institución,
como podrían ser la Iglesia u otros poderes. Le dije –en
público y también en privado– que lo que requiere
su Gobierno es humildad, la suficiente como para crear los mecanismos
sociales de control independiente que exige una república,
sea sobre los medios de comunicación públicos, sea
apoyar y articular organizaciones no gubernamentales de mujeres,
de consumidores, de minorías, y no sólo darles apoyo
económico y legal, sino hacerlas realmente independientes
y fuertes, y después ser lo suficientemente humildes como
para aceptar que estos mismos cuerpos que han ayudado a crear
se conviertan en sus peores críticos, en los más
duros. Para eso se requiere una gran virtud, porque a todos los
gobiernos les cuesta mucho aceptar la crítica, y más
aún de sus propias creaciones. La respuesta que me dio
fue que me invita a Madrid a que examine su Gobierno dentro de
tres años –seis meses antes de las próximas
elecciones– para comprobar si ha sido fiel a esas ideas.
Un compromiso muy valiente y muy bello.
P.
En España el republicanismo se asocia con la idea de derrocar
a la monarquía...
R.
No se trata de destronar a las monarquías. Es la idea de
que una persona no puede ser dueña de otra. Tiene su origen
en la Roma clásica y puede seguírsele la pista en
el Renacimiento y en los movimientos de finales del siglo XVIII
en Inglaterra y en América. Consiste básicamente
en no tener dueño, en ser libre. En la Inglaterra del siglo
XVIII, quienes se consideraban republicanos usaban el término
“commonwealth”, en el sentido latino de “res
publica”, de bien común, pero estaban satisfechos
con la idea de una monarquía constitucional. Jean-Jacques
Rousseau dice que una monarquía en la que el rey está
sometido a la ley y en la que funciona un Estado de derecho, debe
ser llamada república. Podríamos llamarlo ciudadanismo
porque lo que lo define es la diferencia entre súbdito
y ciudadano. En política, lo más importante es la
libertad, porque la libertad significa no ser súbdito de
nadie, ni de un poder público ni de un ciudadano privado.
P.
¿Cómo se articula?
R.
La primera obligación del Estado es impedir que determinados
individuos sean súbditos de otros individuos; la segunda
tiene que ver con el hecho de que, para evitar el dominio de unos
sobre otros, se crea otro poder, y entonces se plantea el problema
de cómo controlar el Estado a través de una teoría
constitucional que nos dice cómo ponerle freno al poder
público y hacerlo democráticamente responsable.
Hay tres principios básicos en una democracia: el primero
la elección de quienes ostentan el poder por un periodo
limitado y, preferentemente, con una rotación del personal.
La segunda idea es que debe haber una separación de poderes,
de modo que nadie lo controle todo. En la antigua Roma, por ejemplo,
había hasta cuatro asambleas elegidas y todas ellas se
solapaban de modo que existía una auténtica situación
de control y equilibrio. Finalmente, la tercera idea es que el
Estado de derecho debe ser aplicable a todo el mundo.
P.
¿La república rinde cuentas, es transparente?
Esto
es la esencia de todo. Este poder público que nos protege
aplicando la ley, impidiendo, por ejemplo, los abusos de otras
corporaciones públicas, tiene que ser transparente hacia
los ciudadanos, de modo que sepamos lo que hace. Hay un cuarto
elemento que debe permitir a la ciudadanía controlar y
saber lo que hace el gobierno y también incidir en lo que
hace.
P.
¿Cómo incidir en lo que hace más allá
de votar cada cuatro años? Hemos tenido muchos ejemplos
de Gobiernos que consideran que ganar unas elecciones les da un
cheque en blanco para actuar en contra de lo que quiere la ciudadanía.
R.
Además de votar, los individuos o los grupos de individuos
deben poder pedir al Gobierno que justifique lo que hace e incluso
iniciar acciones ante los tribunales si consideran que no es legal
lo que hace. El control se ejerce a través del Parlamento,
pero también a través de la opinión pública
y, en este sentido, los medios de comunicación son claves.
En política nunca hay soluciones fáciles, pero hay
una variedad de instituciones que podemos explorar. Empezando
por abrir vías para que individuos y movimientos sociales,
lo que llamamos ONG, hagan oír sus voces a través
de los media.
P.
¿A través de referendos?
R.
No soy muy partidario des estas consultas populares del modelo
norteamericano, porque finalmente los únicos que salen
adelante son los que tienen el dinero de los grandes “lobbies”
detrás, porque son muy caros de organizar y más
aún de ganar, lo que los convierte en un instrumento de
la derecha más conservadora. Prefiero que los gobiernos
se vean forzados a explicar lo que hacen en los medios de comunicación
y también que exista algún tipo de tribunales de
apelación administrativos que puedan detener determinada
decisiones del Gobierno, sin olvidar instituciones como los Defensores
del Pueblo. Pero lo más importante es que haya libertad
de expresión, libertad de asociación y la posibilidad
de manifestarse en la calle. Son necesarios unos medios de comunicación
independientes, por eso soy favorable a la dispersión de
la propiedad de los medios de comunicación y, por supuesto,
a un sistema realmente autónomo de gestión de los
medios de comunicación públicos.
P.
Ésta es una de las tareas que tiene por delante el Gobierno
de Rodríguez Zapatero. ¿No cree usted que además
de una regulación legal, este es un asunto que sólo
progresa si la sociedad ha madurado lo suficiente como para que
el gobierno de turno no se atreva a manipular?
R.
Sí, se necesita el apoyo de la sociedad y que haya expectativas
de este tipo en la opinión pública, pero si se aplica
medidas como, por ejemplo, nombrar al director de la televisión
pública por un periodo fijo e impedir que pueda ser despedido,
que su mandato no coincida con la legislatura política
y, además se crea un ente independiente que reúna
a los más variados sectores de toda la sociedad para que
controle, monitorice y critique el funcionamiento de la televisión
en cuestión, se consigue lo que en definitiva es la idea
republicana, que no es otra cosa que “checks and balances”
[controles y equilibrios].
P.
Un equilibrio delicado.
R.
Sí, lo es. Se lo dije a Rodríguez Zapatero tras
mi conferencia en Madrid. Le dije: la política es el arte
más importante y el más difícil en la vida
humana, y ciertamente, se necesitan políticos devotos de
sus ideales, en el sentido de servicio a la ciudadanía
y del sistema, pero lo más difícil es diseñar
las instituciones de modo que recojan siempre el sentir de la
otra parte. Hay un dicho latino republicano que reza: “Audi
alteram partem” [Escucha a la otra parte]. Hay que crear
ese tipo de cuerpos sociales, hay que dar dinero a movimientos
sociales autónomos, sobre consumo, sobre salud; dar voz
a las minorías que serán sus críticos...
Hay una constante interacción entre las instituciones y
las leyes que se hacen y los valores que tiene la gente. Ya lo
dijo Maquiavelo.
P.
En sus libros cita a menudo a Maquiavelo.
R.
Sí. Al Maquiavelo de los DISCURSOS, el republicano, no
al de EL PRÍNCIPE. Lo que él dijo es que no se pueden
tener buenas leyes sin buenas costumbres o buenos hábitos,
pero tampoco se puede tener buenos hábitos sociales sin
buenas leyes. Las dos cosas van juntas. Las buenas leyes tienden
a mejorar los hábitos sociales que a su vez impulsan mejores
leyes. Es un círculo virtuoso. Pero nunca hay una garantía
de éxito porque la política es algo muy frágil,
y un solo acontecimiento puede desencadenar reacciones terribles.
P.
¿El republicanismo es jacobino o federalista?
R.
Federalista. El republicanismo francés tiene un problema:
le afectó demasiado Jean-Jacques Rousseau, que era un republicanismo
renegado. Tenía las ideas básicas republicanas,
rechazaba la dependencia en la buena voluntad del otro, creía
que la libertad es la ausencia de la dominación y defendía
el Estado de derecho. Pero Rousseau aportó una idea al
republicanismo que le es ajena: la del pueblo soberano, la de
unir a la gente en una sola voz. Esto procede de una tradición
completamente distinta, del concepto de solidarismo, del pueblo
como algo distinto del individuo. Estas ideas proceden de pensadores
como el absolutista Jean Bodin o Thomas Hobbes. La idea de que
el pueblo hable con una sola voz es profundamente antirrepublicana,
de ahí la tendencia al centralismo del modelo francés,
a esa voz única. Creo que la tradición auténticamente
republicana es el federalismo, en el sentido de que tiende siempre
a dividir el poder, de modo que el poder público nunca
sea en sí mismo un poder dominante, sino que se perpetúe
el proceso de control y equilibrio.
P.
Hay elementos que apuntan a que vivimos unos momentos de retroceso
histórico, perdemos derechos que dábamos por consolidados.
Me refiero, por ejemplo, al recorte de los derechos humanos en
aras de la seguridad o, en lo económico, a las consecuencias
de la globalización.
El
principio republicano de prioridad la libertad, entendida como
la no dominación, también debería marcar
las relaciones entre los Estados. En un orden internacional ideal,
cada Estado representando a su gente no sería forzado contra
sus deseos por otros Estados. ¿Cómo conseguir esto?
En estos momentos, el gran problema es que hay uno, los Estados
Unidos, que lo domina todo, sin un contrapeso como lo fue la Unión
Soviética durante la guerra fría. La única
respuesta está en el trabajo en red, a través de
coaliciones de Estados. El caso de Europa es un ejemplo y debería
ser el ideal de las Naciones Unidas, pero parece claro que a la
actual Administración de Washington no le gusta nada, quiere
mandar sobre el mundo y se marcha de Kioto, deja la Corte Penal
Internacional, marca sus distancias con las Naciones Unidas y
decide invadir Irak con el apoyo de muy pocos países. Es
decir, tiene y busca una posición de dominio en el mundo.
El neoconservadurismo es esto: quieren una dictadura benigna porque
creen que poseen los valores correctos, pero nunca sería
correcta una dictadura por más benigna que sea, porque
el amo será siempre el que decida.
P.
No deja de ser una paradoja que Estados Unidos, que en su origen
representa este republicanismo que usted predica, propague ahora
la dictadura.
R.
El modelo de Estados Unidos tiene problemas internos como casi
todos los sistemas. Creo que hay instituciones que necesitan cambios
drásticos, pero aun así espero que la situación
actual sea transitoria, asociada a esta Administración.
A la sociedad norteamericana, en general, no le gusta la idea
de que su país domine a otros países, pero la conjunción
de los atentados del 11 de septiembre y esta administración
neoconservadora han hecho posible esta deriva. Creo que el apoyo
a la guerra de Irak y al haberla declarado casi unilateralmente
está declinando rápidamente. Al igual que después
de la guerra de Vietnam, habrá un repliegue. Los norteamericanos
detestan la idea de que ahora en todo el mundo haya una hostilidad
contra su país y contra cada uno de ellos como individuos.
Ojalá viajen más.
P.
¿Europa debería actuar como contrapeso?
R.
Por supuesto. Creo que esta necesidad generará en Europa
un mayor apoyo a las instituciones. Conforme pasen los años
y quede claro que Estados Unidos sigue sin tener ningún
competidor, quedará más claro que Europa debe unirse.
P.
¿En un mundo en el que se expanden movimientos como el
fundamentalismo islámico o triunfan sistemas como el confucianismo
capitalista, por poner dos ejemplos, el republicanismo tiene carácter
universal o está limitado a las culturas occidentales?
R.
Creo que en ninguna cultura la dominación se considera
un valor positivo, excepto, por supuesto, para el dominador. Éste
es un registro humano muy profundo. Todas las evidencias apuntan
a que la gente no quiere ser dominada. Es algo que forma parte
de la naturaleza de la especie que dice: “Quiero ser mi
propio dueño”. Queremos ser capaces de exigir respeto,
no de recibirlo como un regalo, y que nos lo puedan quitar. Lo
importante es exigir respeto, y creo que esto es universal, y
que se pueden encontrar diversos nombres para el republicanismo
porque se llama libertad. La tradición liberal rompió
esta conexión y usó el término libertad para
algo diferente, para indicar que no querían ninguna interferencia.
Yo quiero restaurarlo y creo que éste es un valor universal.
Se trata de forzar a los demás a que te respeten porque
quede claro que no eres su sirviente.
P.
¿En el sentido de dignidad?
R.
Exacto. En latín está claramente asociado: “dignitas”,
y en inglés, “status”.
P.
¿Cómo se mantiene la dignidad y se reclama respeto
en un contexto de claras desigualdades económicas?
R.
El republicanismo, en lo que respeta a las relaciones entre los
ciudadanos, incluye que todo el mundo debe estar protegido contra
la pobreza; que todo el mundo debe tener acceso a cobijo y vestido,
y disponer de las capacidades básicas para llevar una vida
económica dentro de la sociedad. El cómo deba hacerse,
si por medio de un sistema de seguridad social o por el de unos
ingresos mínimos asegurados, como algunos apuntan, es una
cuestión de los detalles políticos. Pero sí
que tiene que haber provisiones contra la pobreza para que los
individuos no sean dominados por los que tienen más dinero.
P.
¿Cómo se adaptan los valores republicanos al proceso
de globalización?
R.
La globalización puede ser positiva con dos condiciones:
que sea justa, que cuando se les pide a los países pobres
que firmen un acuerdo para liberalizar las telecomunicaciones,
éstos puedan a su vez exigir acuerdos globales en los terrenos
que les interesen. El caso de la agricultura es el más
claro. El cultivo del algodón, por ejemplo, se asocia a
los países pobres, pero Estados Unidos es uno de los mayores
productores, y mientras el Gobierno norteamericano no deje de
pagar esas enormes subvenciones a sus productores de algodón,
no habrá justicia con los países pobres. Y lo mismo
sucede con la política agrícola de la Unión
Europea. Si no es así, no se le puede llamar globalización,
aunque atreverse a tocar estos privilegios sea electoralmente
muy difícil. La segunda condición es establecer
un control sobre las grandes compañías multinacionales,
a las que la globalización ha dado un poder enorme que
les permite chantajear a Gobiernos y sociedades. Las grandes corporaciones
se han convertido en reales poderes de dominación, exactamente
en un modelo antirrepublicano. Hay un proverbio irlandés
que dice: “No hay fuerza más que en el número”.
Lo esencial es que los gobiernos creen las redes que les permitan
controlar estas empresas y obligarlas a jugar con determinadas
reglas, no con las que ellas imponen ahora.