LA
METAFÍSICA, CUALQUIERA QUE SEA, ES UNA TONTERÍA
La
última entrevista de
Alfred Julius AYER
LA
VANGUARDIA, 30 de mayo de 1989
-
Primero, un par de preguntas personales: en su autobiografía
[1] usted menciona su origen judío...
-
En efecto, soy judío sólo por parte de madre, aunque
de acuerdo con la ley mosaica soy efectivamente judío,
puesto que es la mujer la que transmite esta condición.
-
Pero usted jamás profesó la religión
judía, ¿no es verdad?
-
No. Mi abuelo materno era muy hostil hacia la religión
judía, de forma que obligó a sus tres hijas a casarse
con gentiles. Mi padre se casó con la mayor de las hermanas
Citroën, de modo que mi educación fue sobre todo calvinista,
pese a que él era un agnóstico convencido. Mi madre,
a su vez, se convirtió al cristianismo al contraer matrimonio,
aunque la verdad es que nunca supo muy bien qué es lo que
estaba haciendo. Fue así que no tuve ningún contacto
con la religión hasta que fui a la escuela a los siete
años. La formación religiosa entonces era obligatoria
para toda la escolaridad en Inglaterra. Con todo, jamás
he tenido la menor inclinación religiosa. Mi ascendencia
judía quedó en estado latente hasta que cumplí
los quince años, momento en el que adquirí cierta
consciencia de ella. Peró sólo relativamente ya
que desde entonces puede decirse que he sido un ateo.
-
¿Nunca ha sentido interés en elaborar filosóficamente
ese origen?
-
Oh no, no
-
¿Nunca se le ocurrió estudiar los textos
judíos?
-
No. Soy judío tanto como puede decirse que soy suizo, mitad
suizo por parte de padre. He tenido bastante suerte, porque jamás
me he sentido perseguido, pese a que en las escuelas británicas
es habitual que los judíos sean objecto de discriminación
o de mofa. Sí fui objeto de burla en la escuela, pero no
por judío. Recuerdo un episodio, creo que fue en 1939,
mientras jugaba con mi hija en Regent’s Park: un grupo de
parados me increpó confundiéndome con un refugiado
alemán; y recuerdo también que durante la guerra
mis compañeros oficiales solían hacer bromas acerca
de los judíos, lo cual provocaba mis protestas. La respuesta
típica en esos casos era: “Perdón, Freddie
querido, no estamos hablando de ti, por supuesto...”
-
La religión, pues, nada tuvo que ver con su vocación
filosófica.
-
En absoluto. La influencia de mi abuelo ayudó sin duda
a fortalecer mi ateísmo, pero nada más. No hablo
hebreo. He estado sólo dos veces en Israel, una de ellas
poco después de la Guerra de los Seis Días y no
puedo decir que mi experiencia allí haya sido reconfortante.
Por otra parte, rechazo de pleno la política exterior que
desarrollan los israelíes.
INCIDENCIAS
-
Usted suele afirmar que la primera mitad de su autobiografía
es mejor que la segunda. Me pregunto si no será porque
esa fue una época feliz para usted.
-
Así es, la segunda parte de mi autobiografía está
mal concebida. Recuerdo la primera parte de mi vida mucho más
vivamente que la segunda. Cuando te conviertes en un hombre de
mediana edad con éxito personal, tu vida se parece mucho
a la de cualquier otro con iguales condiciones. Las incidencias
pasan a ser una serie indefinida de conferencias y lecciones dadas
aquí y allá.
-
En la primera parte de su autobiografía no menciona usted
cuáles fueron las razones que lo inclinaron a estudiar
filosofía.
-
Todo sucedió en gran medida por casualidad. Mi familia
quería que me convirtiese en abogado. En aquellos tiempos,
en Oxford, en abogacía no se estudiaba Derecho sino a los
clásicos. Yo entré en Oxford gracias a una beca
de latín y griego, que me permitió pasar de Eaton
al Christ Church College. Los estudios clásicos no me interesaron,
así que pasé a la segunda parte del programa, dedicada
al estudio de la filosofía antigua. Y allí demostré
una aptitud natural para la filosofía. Siendo adolescente
había leído por mi cuenta algo de Russell y Moore
[2]. Sin embargo, pese a mi aptitud natural, mi familia se oponía
a mi nueva vocación, hecho agravado porque tampoco estaba
muy de acuerdo con mis deseos de contraer matrimonio con quien
sería mi primera mujer, Renée. La verdad es que
alguna razón tenían en oponerse a ese matrimonio,
pues fue bastante tonto por mi parte casarme tan joven y con la
primera mujer con la que había mantenido relaciones íntimas.
Ya se sabe que fatalmente esos matrimonios acaban fracasando y
el mío no fue una excepción. Yo tenía entonces
21 o 22 años. Fui muy feliz al comienzo, pero más
tarde todo se acabó. En cualquier caso yo quería
ser independiente y por suerte uno de los “fellows”
que enseñaban filosofía en Christ Church pensaba
marcharse a Gales. Los de Oxford, que nunca manifestaban mucho
interés por contratar a ningún galés, se
apresuraron en proponerse que lo sustituyese. Acababa de graduarme,
tenía 21 años, y por supuesto contesté que
sí. El caso es que el “fellow” finalmente no
se marchó a Gales, de modo que para cumplir con las formas
me nombraron "lecturer", o sea, investigador. Llegué
a pensar que retomaría los estudios de abogacía,
porque no me hacía ilusión pasarme dos años
investigando; y entonces viajé a Viena. En Viena se produjo
mi auténtico compromiso intelectual con la filosofía.
-
Por lo que se, Gilbert Ryle cumplió un papel decisivo en
todo ese proceso.
-
Gibert Ryle fue mi tutor en Oxford.
OXFORD
-
Lo sé, y usted ha señalado muchas veces cuánto
debe a Ryle en materia de filosofía, pero me gustaría
que me hablara de otro pensador, F. P. Ramsey, quien, como usted,
recibió la influencia de Wittgenstein. Usted menciona a
veces a Ramsey como un filósofo excepcional.
- Aquí convendría hacer algunas precisiones. Ryle,
además de su influencia personal el mí, resultó
ser un excelente tutor y un muy buen maestro. A Ryle no le preocupaba
tanto imponer sus propias ideas en el estudiante sino descubrir
cuales eran los verdaderos intereses que guiaban a su educando.
A través de él conocí profundamente la obra
de Russell, Moore, Broad. Wittgenstein, etc. Y eso fue decisivo
para mí. Fue también por consejo de Ryle que fui
a Viena, en lugar de pasar a Cambridge para estudiar con Wittgenstein.
Por el contrario, su obra escrita no tuvo mayor influencia en
mí. En los años veinte él había estado
interesado por la fenomenología, aunque cuando yo lo conocí
acababa de dejar esos estudios. Hacia 1931 dejó la fenomenología
y publicó un artículo muy interesante orientado
ya en la tradición de Russell. La verdad es que debo mucho
más a mis lecturas que a la obra de Ryle. Ahora bien, en
el caso de Ramsey es diferente. Ramsey era un hombre extraordinariamente
inteligente que murió en 1930, a los 26 años. Yo
acababa de ingresar en Oxford, así que nunca tuve oportunidad
de tratarlo, pero sus escritos póstumos aparecieron en
1932 con el título “Foundations of Mathematics”.
Los leí y quedé tremendamente impresionado. Son
muy difíciles, porque son fragmentarios, y a la vez, de
una enorme profundidad. Ramsey me introdujo en el pragmatismo,
un contacto que sólo fructificaría años despúes
a raíz de mis lecturas de Peirce y James.
-
¿Hasta que punto es válido hablar de eso que suele
llamarse “filosofía de Oxford”?
-
Oxford no ha cambiado demasiado pese a las influencias. A comienzos
de siglo la figura relevante era John Cook Wilson, un hombre que
no publicó nada en vida, pero que después de muerto
siguió incidiendo en la vida de los oxonianos. Cook Wilson
era un realista; un aristotélico, para ser precisos. Otra
gran influencia de esta época es Bradley, un neohegeliano,
un neohegeliano, una figura importante pero no tanto cuando se
la compara con el peso que tenía la filosofía de
Cambridge. En el período de entreguerras surgieron dos
viejos, Prichard y Joseph –el primero respetable, el segundo
no– que se caracterizaban por su ironía y su apertura
a las nuevas tendencias. Los jóvenes, Price y Ryle, poco
tuvieron que ver con la vida académica de entonces. Supongo
que la primera ruptura, el claro en la niebla, tuvo lugar con
la aparición de mi libro LENGUAJE, VERDAD Y LÓGICA.
Después de la guerra las cosas cambiaron. Yo abandoné
Oxford en 1946 y pasó a Londres. Ryle cobró relieve
con su “The Concept of Mind”, pero no llegó
a formar una escuela, aunque tenía, sí, uno o dos
seguidores. El cambio se produjo con Austin en los años
50. Austin era sobre todo un filólogo, un hombre interesado
principalmente por el lenguaje y formó conmigo, con Isaiah
Berlin y otros, un pequeño grupo que se reunía una
vez a la semana. Entablabamos unas discusiones fantásticas.
Durante
la guerra, Austin entró en crisis con la filosofía.
Participó en la contienda como coronel y, al regresar a
Oxford, llegó con la idea de que las cuestiones filosóficas
debían dilucidarse al estilo militar, con un “staff”
de pensadores, al mando de un jefe que, por supuesto, debía
ser él mismo, Organizó ese “staff” con
jóvenes profesores y se pusieron a estudiar el modo en
que se emplean las palabras con una óptica no muy alejada
de ciertas posiciones de Wittgenstein y Ramsey. Lo malo fue que
al final, él y su “staff” se hicieron un lío
con todo aquello. Pienso que su iniciativa fue buena en el momento
en que la puso en marcha, ya que él tenía una especial
sensibilidad en materia de lenguaje. Pero Austin era un hombre
enfermizo, a ratos ocurrente e ingenioso, cuyo principal objectivo
era lograr que las personas abandonaran la filosofía. Esa
fue sin duda la razón por la que emprendió una campaña
salvaje contra mí en una serie de conferencias llamadas
“Sense and Sensibilia” en las que parodiaba a Jane
Austin y a Russell. Su ataque estaba dirigido principalmente contra
las primeras dos páginas de mi libro THE FOUNDATIONS OF
EMPIRICAL KNOWLEDGE. Aquella fue una acción muy mal intencionada.
La llamada “Escuela de Oxford” estaba formada, pues,
por este movimiento de los años cincuenta acaudillado por
Austin. Russell y yo nos opusimos enérgicamente a ellos.
Cuando Price, un empirista, se cansó del clima que se vivía
en Oxford y renunció al cumplir 68 años, yo ocupé
su lugar y lo hice con la firme intención de combatir a
Austin. Pero, por desgracia, Austin murió ese año
y, curiosamente, después de su muerte la filosofía
del lenguaje corriente se vino abajo. Sólo él era
capaz de sostenerla, gracias a su fuerte personalidad. Sus dos
albaceas literarios, Warnock y Empson, eran excelentes personas
pero no tenían talla como filósofos y no pudieron
dar continuidad al movimiento.
LA
INGENUIDAD DE LOS CIENTÍFICOS
-
La advertencia de Reichenbach en el sentido de que la tarea de
la filosofía consiste simplemente en intentar resolver
los problemas que plantea la ciencia ha sido en gran medida el
lema del positivismo lógico y de la llamada filosofía
analítica. ¿Sigue usted considerándola válida?
-
Así es. Aunque no creo que haya una “tarea”
que sea propia de la filosofía, de haberla, debería
ser esa. Sin duda es una de las tareas de la filosofía,
una tarea que cada día es más importante. Sin ir
muy lejos, la mecánica cuántica está llena
de dificultades filosóficas, como ocurre en general con
toda la física de las partículas elementales. Pero
también es evidente que hay muy pocos filósofos
capacitados para lidiar con los temas de la física. Los
filósofos de mi generación venían casi todos
del campo de las humanidades. Hoy en día para hacer filosofía
se necesita una sólida base científica. Tanto Russell
como Whitehead, Wittgenstein, Quine y Putnam, por mencionar algunos
de los filósofos que más respeto, tenían
un sólido conocimiento de las matemáticas. Quien
se disponga a trabajar seriamente en la filosofía debe
prepararse en matemáticas y en física más
que en los clásicos o en la historia de la filosofía.
Ahí tiene usted a Schlick o a Carnap, figuras representativas
del Círculo de Viena, que comenzaron siendo físicos.
-
¿Y que piensa usted de la actual tendencia especulativa
que ha ganado a los físicos, especialmente en el campo
de la astrofísica?
-
No me sorprende y debo decir que, si me sorprendiera, no sería,
desde luego, una sorpresa favorable. Por ejemplo, hace poco publiqué
una reseña del llibro de Stephen Hawking “Historia
del tiempo”. En ella afirmo que Hawking es muy ingenuo.
Analicé su noción de un tiempo reversible y demostré
que es inconsistente, por no decir que su teoría física
es incomprensible para un filósofo.
-
¿”Ingenuo”? ¿Quiere decir usted que
las especulaciones científicas, en cuanto tienen de metafísica,
son puras pamplinas?
-
Por supuesto, la metafísica, cualquiera sea, es una tontería.
Heidegger o Derrida son unos vulgares charlatanes.
-
¿Y no encuentra usted que su posición es algo dogmática?
-
Mire usted, yo los he leído. Sus textos me parecen puro
teatro y por otra parte no suelo hacer afirmaciones a priori.
Me he metido en “Ser y Tiempo”, por ejemplo. De Derrida
no he leído gran cosa, pero cuando vino a Oxford y empezó
con sus juegos de palabras y se puso a hablar de “diferencia”
y “diferancia” pensé: “Esto es puro bla
bla” y se lo dije.
-
¿Y qué le respondió Derrida?
-
Puso cara de sorpresa. Hace poco, el año pasado, durante
un debate convocado por Ronald Penrose en el Institute of Contemporary
Art de Londres acerca de toda clase de temas, historia, semántica,
filosofía, física, etcétera, con representantes
de Francia y de Inglaterra –se suponía que Derrida
venía por su país y yo representaba al mío–
él faltó a la cita. No se atrevió a enfrentarse
conmigo y envió a un discípulo que, como era de
esperar, no daba la talla.
-
Sin embargo hay una reconocida influencia de Derrida en el medio
anglosajón, especialmente en los EE.UU.
-
No es lo que parece. Derrida no tiene la menor incidencia en la
filosofía seria que se hace en los EE.UU. Su base ha sido
sobretodo Yale, pero sólo en el departamento de Inglés.
Los filósofos no lo aceptaron en su departamento y finalmente
lograron sacarlo de Yale, de modo que ha tenido que marcharse
a enseñar en algún lugar de California.
RORTY
-
Mi pregunta alude a un comentario que en una ocasión me
hizo Richard Rorty. Rorty se quejaba diciendo que en EE.UU. ya
no se enseña filosofía en los departamentos correspondientes
sino en áreas como Literatura Comparada, Historia de las
Ideas, etc.
-
Rorty se equivoca. Yo lo conocí, incluso discutí
con él, pero él se sentía muy intimidado
delante de mí y no dijo gran cosa. Rorty es una persona
muy inteligente a la que le gusta soltar de vez en cuando una
“boutade”. En esos casos no conviene tomarlo en serio.
-
La queja de Rorty iba más allá de la “boutade”.
Advertía que la filosofía analítica se había
convertido en una especie de tecnología de la argumentación
que sólo sirve para formar abogados, una especie de técnicos
de la contraargumentación que lo saben todo cuando se trata
de rebatir los argumentos ajenos pero que no son capaces de producir
una sola idea original y que nada saben de la vieja tradición
de la filosofía occidental. Y a mí me pareció
que su observación era muy certera.
-
Ciertamente los abogados y los filósofos tienen mucho en
común. En cuanto a que si los filósofos norteamericanos
–los buenos, Quine, Putnam, Goodman– se limitan a
contraargumentar, eso no es cierto.
WITTGENSTEIN
-
Los ejemplos de Quine y Goodman no son representativos del análisis
filosófico toda vez que se trata de personalidades heterodoxas
en su tradición, incluso se diría que han señalado
una posición crítica...
-
Tiene usted razón en cuanto a Quine, por ejemplo en el
tema de la analiticidad, pero por muy críticos que sean,
pertenecen a la escuela analítica y así se reconocen
a sí mismos. Sólo quedamos tres miembros del antiguo
Círculo de Viena: Quine, yo y un chino llamado Chan Hoon.
Quine y Goodman, en cualquiera de sus libros, están muchísimo
más allá de cualquier cosa que Rorty haya hecho
o pueda hacer en el futuro. No hay asomo de comparación
posible.
-
Lo cierto es que la escuela analítica se ha constituido
como tradición autoreferente, de espaldas a la gran tradición
de la filosofía occidental ¿no le parece?
-
De ninguna manera. El análisis filosófico se remonta
a Sócrates.
-
¿Llamaría usted “análisis” a
la mayéutica socrática?
-
¿Qué hacía si no Sócrates, cuando
preguntaba qué es la justícia o que es conocer?
¿No buscaba la misma precisión que ha sido el empeño
de la filosofía británica con el análisis?
Sócrates entendía esa precisión como un efecto
psicológico, pero la meta era la misma que el análisis.
Ahí tiene usted el principio de causación en Hume...
-
En su intervención de ayer usted observó que Wittgenstein
usaba la filosofía como psicoanalísis, ¿qué
quiso decir con ello?
-
Wittgenstein habría estado totalmente en desacuerdo con
este comentario mío, y lo estuvo en su momento, por esa
razón rompió sus relaciones conmigo, porque puse
mi opinión por escrito. Wittgenstein pensaba que cuando
las personas filosofan, por lo general lo que hacen es decir sin
sentidos, y esto porque les abruman problemas tales como saber
qué es lo que el otro tiene en mente, lo cual demuestra
que se trata de personas serias, valiosas. No obstante, Wittgenstein
pensaba que esa actitud es el síntoma de una especie de
enfermedad. Sus “Investigaciones del lenguaje” tenían
por objeto llegar a curar a quienes padecían de la enfermedad,
hacer que ya no se planteen ese tipo de preguntas. Y esto, en
mi opinión, se parece mucho al método psicoanalítico,
en la medida en que el psicoanálisis propone un retorno
al pasado para encontrar el origen de los síntomas, un
retorno que se realiza también a través del lenguaje.
Los métodos de la cura, en ambos casos, son semejantes:
se vehiculizan a través del lenguaje como si tan sólo
bastara hablar de los problemas. Wittgenstein, igual que los psicoanalistas,
trata siempre que el sujeto se enfrente a sus problemas de expresión
para ver hasta qué punto son ilusorios. Por supuesto, esta
lectura no habría sido del agrado de Wittgenstein. Él
pretendía ser absolutamente original. Y no lo era en absoluto,
era un tramposo. Siento decir eso de un gran hombre, pero es verdad.
Si usted relee el “Tractatus” conjuntamente con Schopenhauer
encontrará los pasajes de la obra de este último
que Wittgenstein simplemente se dedicó a reproducir; a
veces, palabra por palabra.
-
La literatura, por otro lado, de nada serviría para la
tarea filosófica.
-
No creo que la literatura influya a la filosofía, sino
que es al revés. La obra “Matière et Mémoire”
de Bergson, por ejemplo, tuvo una gran influencia en Proust, pero
poca influencia ha tenido la literatura en la filosofia. salvo
–de nuevo– en el caso de Wittgenstein, quien fue influido
por los escritos de Tolstoi sobre los Evangelios, pero no en su
trabajo filosófico sino en su vida privada. La lectura
de Tolstoi, lo indujo a renunciar a su herencia familiar y optar
por una vida de ermitaño. Más que literatura lo
que nos hace falta es una buena teoría estética.
-
¿Pero no lo ha intentado Goodman?
-
Lo de Goodman yo no diría que es una teoría estética
sino una teoría de la denotación. En cambio, quien
fue mi asistente en Londres Richard Wollheim, sí ha intentado
una estética aunque él trata las obras de arte como
objetos físicos y falla al plantearse el problema de los
conceptos en la pintura y en la consideración de la música.
-
A propósito de estética, en su autobiografía
no manifiesta usted mayor respeto por la figura de Adorno [3].
-
Así es. Adorno vino a Oxford en los años 30, era
una figura bastante ridícula, por cierto, a la que sólo
le preocupaba saber quién había sido invitado a
cenar a la mesa principal de los refugiados. Por cierto que él
no fue invitado. Vivía obsesionado por su prestigio personal
y en aquellos tiempos dedicado a la filosofía del jazz.
Debo decir que a mi me gustaba mucho el jazz cuando era joven;
me encantaba bailar y ver películas musicales norteamericanas,
pero hacer de ello un tema filosófico siempre me pareció
una tontería. De modo que nunca tomé en serio a
“Teddie” Adorno. Ahora bien, reconozco que era una
persona mucho más importante de lo que yo creía,
sobre todo en materia de cuestiones sociológicas.
-
Menciono a Adorno porque tiene un papel destacado en la filosofía
continental de este siglo que, dicho sea de paso, ha seguido un
curso muy diferente de la anglosajona.
-
La brecha a la que usted alude ya no es tan marcada como en otras
épocas porque los alemanes –los franceses no sé
por qué siempre han seguido al pie de la letra a los alemanes–
han desarrollado un interés especial por la filosofía
del lenguaje, libres ya de la influencia del existencialismo.
Ahora se observa con gran atención lo que se hace en Gran
Bretaña. No ha ocurrido lo mismo por parte de los ingleses,
en parte porque pocos hay que hablen lenguas –yo soy una
excepción a la regla– y no son especialmente afectos
a viajar. Peter Strawson, por ejemplo, una persona muy culta,
habla francés pero creo que sólo ha viajado una
vez a Francia por razones académicas. Hay que decir que
los franceses son también bastante insulares. Rara vez
se los ve por Gran Bretaña. Creen inopinadamente que sólo
los alemanes están habilitados para hacer filosofía.
no leen a Bergson, que es un excelente filósofo, y en cambio
se atosigan con Heidegger. Sé que Habermas es un pensador
respetable, aunque no lo he leído, de modo que no me siento
competente en la materia. En cambio, sí he leído
a Heidegger: puro sin sentido, palabreo inconsciente.
-
¿Qué piensa usted del compromiso nazi de Heidegger?
-
No me sorprende en absoluto porque era un estafador.
EL
TACHERISMO
-
Cambiando de terreno: actualmente se discute mucho en Gran Bretaña
sobre las causas y consecuencias de los recortes presupuestarios
decididos por el gobierno de la señora Thatcher, dirigidos
en gran medida contra la enseñanza de la filosofía
en las universidades británicas. ¿Qué opinión
le merece esta política?
-
No acierto a descubrir las razones que han motivado estas medidas
absurdas. No puede ser que Thatcher esté molesta porque
Oxford se negara a otorgarle el honoris causa. La negativa de
Oxford se fundaba en que ella ya estaba imponiendo los rencores.
En cualquier caso, fue un gesto muy sonado e imprudente en el
que yo nada tuve que ver porque ya estaba retirado. Fueron los
científicos los que más se molestaron con Thatcher
y los que más se opusieron a otorgarle el grado. Ahora
bien, ¿por qué esta mujer se ha empeñado
en arruinar la enseñanza en Gran Bretaña? Realmente
no me lo explico. Me parece simplemente demencial, incluso desde
su limitado punto de vista, so pretexto de defender las arcas
de la nación. No se puede tener ciencia aplicada sin promover
a la vez la ciencia pura. Si abandonamos la investigación
en ciencias puras y nos encontramos exclusivamente en ganar dinero
acabaremos dándonos de narices contra la pared.
-
¿Quién apoya la política universitaria del
thatcherismo?
-
Las pequeñas universidades y los mediocres.
-
¿Y que se proponen ustedes hacer?
-
Tratar de liquidar este gobierno cuanto antes. Espero y confío
que los laboristas ganen las próximas elecciones, aunque
ellos también son parte de lo mismo. Y lo digo pese a que
he sido simpatizante del laborismo toda mi vida. Lo principal
es quitarse de encima a esa mujer que tiene la intención
de permanecer en el poder hasta el siglo XXI.
-
Quisiera terminar con una pregunta intranscendente. Hace un tiempo,
acabado el mundial de fútbol, me sorprendió leer
un artículo suyo haciendo un comentario global de la Copa
del Mundo. No conocía esa afición suya.
-
Siempre me ha interesado el fútbol. Ya no voy al estadio
por razones de salud, pero sigo con atención a mi equipo
favorito. Siempre he sido un entusiasta de los deportes. Del cricket,
por ejemplo, soy un hincha del Middlesex, aunque ya no voy a verlo
porque, a mi edad, el sol hace mucho daño.
©
Enrique Lynch. Publicado en LA VANGUARDIA, Barcelona, martes 30
de mayo 1989, pp. 54-56.
NOTAS
[R.A.]
[1]
La autobiografía de A. J. Ayer a la que hace constante
referencia la entrevista se titula PARTE DE MI VIDA (ed. original
1977; trad. esp. Alianza Ed., Madrid, 1982. El contexto de la
entrevista es especialmente importante; conviene recordar que
Ayer se encontraba en Barcelona, ciudad que había visitado
dos veces antes de la guerra, para dar la que fue su última
lección. Ayer, que había nacido en 1910 (29 de octubre),
falleció el 27 de junio de 1989. En su autobiografía
se recoge especialmente su vista a Catalunya en 1932 (“una
región que no se parece en nada al resto de España”,
p. 121-122) y su radicalización política como consecuencia
de la guerra civil. La invitación a su última conferencia
dice (en catalán) “L’Institut d’Humanitats
de Barcelona i la Fundació Caixa Barcelona es complauen
a convidar-vos a l’acte inaugural del cicle “Memòria
i Memòries”. El professor SIR ALFRED J. AYER, de
la Universitat d’Oxford, parlarà de Biografia i Autobiografia.
A continuació hi haurà una taula rodona amb la participació
dels senyors Oriol Bohigas, Ramón Carnicer, Josep Maria
Castellet i Salvador Pániker. Dijous, 4 de maig de 1989,
a les 19 h., Pati Manning, Casa de Caritat de Barcelona, carrer
de Montealegre, 7.” La intervención fue gravada en
cinta magnetofónica y, hasta donde sé, no ha sido
transcrita ni publicada.
[2]
La admiración de A. J. Ayer por Russell es un dato fundamental
en su filosofía. PARTE DE MI VIDA termina con la frase:
“... a fe mía, sin embargo, que me daría por
más que satisfecho si resultara ser a Russell lo que Horacio
fue al príncipe de Dinamarca” (p. 301, en la ed.
esp.)
[3]
En PARTE DE MI VIDA, A.J. Ayer cuenta sobre Adorno la maldad según
la cual, éste murió de infarto: “... durante
uno de los movimientos estudiantiles de protesta, cuando algunas
de sus alumnas, con el pecho descubierto. Iniciaron alrededor
suyo una danza burlesca” (p. 150, ed. cit.)