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  UNA NOTA PROVISIONAL SOBRE GÜNTHER ANDERS COMO JUDÍO

Ramon ALCOBERRO

 


Plantear la cuestión de Günther Anders como judío, con todos los matices que merece el tema, excede con mucho las posibilidades de esta sesión. Existe además un magnífico material de lectura, el prólogo de Miriam Hoyo Juliá a dos textos: Learsi / Mi judaísmo (València: PUV, 2010), que sitúa muy correctamente esta problemática. Sólo quiero apuntar que el texto de Anders Mi judaísmo (1974) puede leerse también, al margen de la a veces muy tópica cuestión judía, como una reflexión sobre la identidad posible en la época de la técnica, que es también la del multiculturalismo, y que inevitablemente tiene algo de profundamente serio aunque se envuelva en la ironía del pluralismo.  

Anders no es un personaje con sensibilidad religiosa (como la que tenía su amigo Hans Jonas), ni se siente directamente heredero de una tradición creyente. De hecho sus antepasados llevaban muchos años (más de un siglo) intentando integrarse en la sociedad alemana, intentando ser ‘buenos judíos alemanes’, felizmente aculturados, sin lograrlo jamás plenamente. Como dijo él mismo: «yo no soy el primero que pertenece a los últimos». En sus mismas palabras: «… cuando mi padre subrayaba (…) que él se sentía desproporcionadamente más alemán que judío, en esos momentos con toda seguridad decía la verdad». Anders escribe que: «… yo no fui educado como judío, jamás tuve conocimiento de un rito judío, y tampoco pertenezco nacionalmente al judaísmo: es decir no soy ningún sionista o israelí». Pero eso no es óbice para que desde fuera se le recuerde siempre quién es él: finalmente un judío. Una situación que los catalanes (especialmente los que siempre han querido ser ‘buenos’ españoles aunque jamás lo lograrán) conocen muy bien).  

El esfuerzo de integración, aunque obstinadamente alguien intente engañarse a sí mismo, no sirve de nada; como sabemos quienes nacimos en una nación sin Estado, la identidad nunca es exactamente algo propio, sino que nos la otorgan los demás, con independencia de que nos guste mucho o poco. Es una pretensión inútil, por mucho empeño que en ella se ponga, «desjudaizar el judaísmo» como hicieron los ancestros de Anders al construir una sinagoga reformista en que no se celebraba el sábado sino el domingo. Como es inútil pretender no sentirse catalán o valenciano sino español, cuando a uno le recuerdan cada día, por cierto, que no lo es y le esquilman sistemáticamente.  

Ser judío implica recibir sistemáticamente una acusación (el pueblo ‘deicida’, que no se salvará), significa también ser perseguido (por ‘diferente’) y lleva, quiérase o no, a sentir el malestar, o la incomodidad del superviviente que Anders simboliza en la rememoración de su visita a Auschwitz. Pero esas tres características expresan también, en cierta manera, la situación en la que se encuentra tanta y tanta gente que vive a extramuros de cualquier sistema o que opta por una identidad nómada. Por lo demás, el mismo concepto de «pueblo elegido» tiene un sentido amargamente irónico para cualquier judío contemporáneo: fueron, efectivamente ‘elegidos’ en el andén de Birkenau. Pero elegidos para la muerte. Y «habida cuenta de que no había sido prisionero en Auschwitz y de que había salido indemne gracias a una casualidad, me sentí como un desertor». Como tantas veces, la identidad se encuentra en la desgracia y no parece que la experiencia de Anders lo desmienta.      

Al cabo, uno a veces hereda lo que no quiere. Anders termina el artículo con la anécdota del viejo judío ultraortodoxo que ante el muro de las lamentaciones, al descubrir al filósofo no creyente, le suelta en puro dialecto de Brooklyn, la terrible frase: «sin nosotros no estarías aquí»:  

«Sí, sí, yo, el que balbucea cuando se me pregunta en qué consiste mi judaísmo;

yo, el que ha pasado su juventud sin Torá,;

yo, el que nunca ha celebrado el Yom Kippur;

(…)

yo, el que como filósofo profesional desprecia toda adopción no revisada de convicciones o costumbres, tildándola de prejuiciosa e indigna del ser humano;

yo el que no sólo no conoce ningún dios, sino –este es probablemente el clímax de la herejía– siente como sacrílegas todas las religiones porque se atreven a proporcionar respuestas a preguntas que no tenemos siquiera derecho a plantear:

, pese a todo ello, yo tengo que dar las gracias a mi barbudo hermano con caftán, y no sólo a él, sino a las, con certeza setenta generaciones anteriores a él. »  

La razón para ello no es la de que los judíos hubiesen mantenido la fe, sino la de que fueron nómadas, que nunca pararon en ningún lugar. «Sí, a ellos he de darles las gracias porque sin su obcecación también yo habría quedado perdido en algún lugar del camino, en Alejandría, o en Granada, en Ámsterdam o en Lotz». En este sentido la condición judía del desarraigo es la auténtica condición del hombre moderno. La situación que Miriam Hoyo Juliá expresa con la frase: «no estar talado ni definido por ningún mundo en concreto», la de verse obligado a «chocar con todo» es tal vez nuestra profunda identidad.       

El Tercer Reich para Anders no ha sido para nada «un hecho, un hecho único, errático, como algo atípico en nuestra era o en nuestro mundo occidental» (Nosotros, los hijos de Eichmann) sino que puede describirse como algo que estaba inscrito en la naturaleza de las relaciones sociales que se establecen en un mundo maquinizado: «Nuestro mundo actual en su conjunto se transforma en una máquina, está en camino de convertirse en máquina» (Nosotros….) y por eso es importante retener la idea judía de desarraigo, en cuanto describe una situación que hoy no es específicamente judía. Ser «resto», es decir, estar fuera de las convenciones y de los sobreentendidos del mundo maquinal es adquirir una inexcusable condición de paria, de judío, ya no por etnia o por opción religiosa sino por destino o por opción. Esa idea de que  «cada uno procede de todas partes». O de que «Todos los seres humanos son mestizos» que Anders ve en el origen mismo de la identidad judía se ha convertido hoy, guste o no, en el modelo de la identidad moderna. Por eso termino esta nota con el recuerdo de una posibilidad que Anders plantea en la p. 128 de su texto: en la actualidad «hay un antisemitismo sin judíos». Simplemente hay en la especie humana un odio a la diferencia. Por eso mismo «Quien desea golpear judíos y ya no encuentra ninguno disponible, probablemente designará a otro grupo como ‘judío’, hoy estudiantes, mañana reactores contra reactores nucleares». Nada es más fácil hoy que convertirse en «judío»; profetas de la catástrofe, marginados y justos sufrientes los hay cada vez más por todas partes. Y eso debiera darnos materia para pensar. Ya no sólo sobre Auschwitz sino sobre nosotros mismos.          

Gunther ANDERS: Learsi / Mi judaísmo. València: Publicacions de la Universitat de València, 2010.        

MATERIALES DE UN SEMINARIO PRIVADO SOBRE LA OBRA DE GÜNTHER ANDERS, Barcelona, marzo, 2011

  

 

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