RICHARD
WATSON: DESCARTES, EL FILÓSOFO DE LA LUZ
(Fragmentos)
[EL
COGITO]
Cabría
pensar que podemos dudar de todo. Pero en lo más profundo
de nuestra escéptica desesperación, resulta que
sí existe algo que podemos saber con certeza.
Al
caso, voy a explicarles una historia.
Un
día, Morris Raphael Cohen, un legendario profesor del City
College de Nueva York, dio una clase magistral sobre la duda metódica
de Descartes dejando en suspenso la cuestión de la existencia
de todo. A la mañana siguiente, cuando el profesor Cohen
llegó a su oficina, lo esperaba un joven que estaba angustiado
por lo demás. El profesor Cohen abrió la puerta
y lo hizo pasar. «Profesor Cohen –barbotó el
estudiante-, me he pasado la noche en vela. Por favor, dígame
si existo.» El profesor Cohen lo miró con ojos acerados
y preguntó con marcado acento yiddish: «¿Quién
quiere saberlo?»
Dando
pie para mil chistes y caricaturas, Descartes afirmó en
su DISCURSO DEL MÉTODO (1637): «Pienso, luego existo.»
Nadie que piense en ello puede poner en duda tal declaración.
Es válida para Dios (si piensa «Soy el que soy»)
y también para el perro que piensa: «Ladro, luego
existo» (si es que los perros piensan). Es verdadera toda
vez que reparamos en que estamos haciendo algo. Quien camina o
habla con conciencia de sí, o sólo piensa en caminar
y hablar, o sólo sueña con caminar y hablar, existe.
Esta certidumbre se origina en la experiencia directa, no en razones
ni argumentos, así que en sus MEDITACIONES METAFÍSICAS
(1641), Descartes desechó el «luego», para
limitarse a aseverar: «Pienso, existo.» Es intuitiva
y evidentemente cierto que mientras sé que hago algo, aunque
sólo sea pensar, existo. Escribo estas palabras y ¡abracadabra!
Existo. Mi existencia queda confirmada por el mero hecho de ponerla
en duda.
[DESCARTES, EL MÉTODO Y EL MUNDO MODERNO]
(...)
Sólo hemos de partir del mejor conocimiento que poseemos,
descomponer los problemas en partes y resolverlas en orden, esto
es, de lo simple a lo complejo (como sumar una columna de cifras
paso a paso). Luego, debemos revisar los pasos del razonamiento
y verificar los resultados. Éste es también el fundamento
del igualitarismo cartesiano. Usando este método, nuestra
capacidad de razonamiento es tan buena como la de cualquiera.
¡Manos a la obra!
El
mundo moderno es cartesiano, pues, no porque haya inducido a los
filósofos profesionales a buscar la certidumbre (y a terminar
mirándose el ombligo), sino porque el método cartesiano
de razonamiento analítico permite que la gente común
sea dueña y señora de la naturaleza. Descartes facilitó
el control paso a paso.
Antes
de Descartes, los filósofos escolásticos creían
que todo tiene un espíritu o alma que posee deseos y el
poder de buscar su satisfacción. Aristóteles aseguraba
que todos los cuerpos sienten el impulso de moverse hacia el centro
de la Tierra. Podemos verificarlo: arrojemos algo y veamos si
no intenta ir hacia el centro del planeta. Apartémonos
del camino, si es que se nos antoja algo pesado. Las bellotas
pugnar por devenir robles y, de hecho, algunas lo consiguen. Esta
es una visión panpsíquica, según la cual
todo tiene un alma que desea ser en alguna parte. (...)
Un
completo desatino, sostiene Descartes (...) Sólo las personas
con mente tienen deseos y pueden hacer cosas. Los cuerpos carecen
de deseos o poderes. Se mueven sólo porque sus engranajes
interactúan, por así decirlo, cuando chocan los
unos con los otros. Para controlarlos sólo hay que saber
hacia dónde empujar.
Esta
nueva ciencia mecanicista de cuerpos desprovistos de alma que
se desplazan sólo cuando se hace fuerza contra ellos desacralizó
por completo a la naturaleza. Descartes desmitificó lo
sobrenatural. Como los cuerpos no tienen alma, no son conscientes
de sí, no sienten y no piensan. No hacen nada por sí
mismos, porque carecen de un yo. Sólo son empujados. Aún
los cuerpos vivientes son máquinas, materia inerte y, si
no tuviésemos alma, nosotros mismos no seríamos
personas, sino sólo carne y huesos; zombis, robots, androides.
No hay nada especial, espiritual ni sagrado en el cuerpo (...)
Descartes
declaró –fausta o infaustamente– que los animales
son máquinas y que incluso el cuerpo humano lo es. Los
humanos serían autómatas –como los demás
animales–, ingenios vivientes que actúan de forma
inconsciente por estímulo y respuesta, de no ser porque
cada cuerpo humano está unido a un alma. Y sólo
los animales humanos la tienen. Para Descartes, esta alma era
la mente humana y lo consciente, era ésta, no el cuerpo.
El yo humano, la persona, a su juicio era la mente, no el cuerpo,
puesto que la mente tiene libre albedrío, esto es, la capacidad
para lograr que el cuerpo humano actúe de formas diversas
al modo en que respondería sólo a los estímulos
del entorno.
©
Richard WATSON: «DESCARTES, EL FILÓSOFO DE LA LUZ»,
Ed. Vergara- Grupo Ediciones B.; Barcelona, 2003. Fragmentos de
las pp. 13 a 17; trad. Carlos Gardini.