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LOS ESTOICOS Y LA DESNUDEZ

 

Hegel construyó el tópico edificante y francamente aburrido del estoico que es tan «libre en el trono como encadenado», porque ha aprendido a hacer de la necesidad virtud y del autocontrol moral una especie de gimnasia matutina. A base de proponer un programa basado en ‘soportar’ y ‘abstenerse’, no parece que un hombre libre pueda ir demasiado lejos. Fue Nietzsche quien dio en el clavo: los estoicos son «superficiales por profundidad», dice en La Gaya Ciencia. En una sociedad moderna cuyo ideal de libertad como realización de los deseos espontáneos tiene algo de adolescente, los estoicos fácilmente nos resultan antiguos. Pero lo profundo no es la sociedad del espectáculo contemporánea sino el reconocimento de la pugna —tal vez eternamente insatisfecha— entre el deseo y la necesidad, en que la sabiduría sólo puede lograrse mediante una elección reflexionada y centrada en una idea del hombre interior.

La propuesta de Séneca (Cartas a Lucilo, 124, 11-12) según la cual el bien del hombre consiste en «un alma libre, noble que somete las otras cosas a sí, sin dejarse someter por ninguna», exige que la racionalidad no provenga del éxito mundano, sino de la intimidad (124, 23, 24). Así una de las metáforas más significativas del estoicismo para explicar su concepto del hombre es la de la desnudez.

Para conocer al hombre los estoicos recomiendan verlo desnudo: «Si quieres formarte un juicio exacto sobre un hombre y saber cómo es verdaderamente, míralo desnudo.» (Séneca, Carta a Lucilo, 76, 32) En la medida en que la virtud es el único bien auténtico, conocer al hombre significa despojarlo de lo accesorio, de lo ornamental y postizo para comprender lo que verdaderamente es en la desnudez de su alma. Sólo en la desnudez del alma nada nos queda por ocultar.

La metáfora se consolidará cuando Petrarca, en el humanismo medieval, propone a su propia alma abandonar «La gola e’l somno et l’otïose piume» [‘la gula, el suelo y las vanas plumas’] para abrazar la desnudez de la filosofía. Petrarca sabe que esa desnudez del alma puede ser motivo de escarnio para las gentes sólo interesadas en la ganancia inmediata: «‘Povera e nuda vai, philosophia’/dice la turba al vil guadagno intesa»; pero esa superioridad moral de la desnudez y del destinterés del alma sobre la vestimenta hipócrita del cuerpo se convierte, hasta ahora, en la metáfora del triunfo de la verdad frente al interés. Contemplar al hombre en su desnudez exige, por cierto, empezar por uno mismo.

Sólo muy avanzada la crítica a la modernidad el concepto de ‘vida desnuda’ aportado por Walter Benjamin rompió, tal vez para siempre, con la majestuosa concepción de la noble nudez de nuestra alma. Pero es que, entre tanto, no se había hundido la idea de desnudez, sino la de ‘alma’.


 

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