¿CORROMPE
EL CAPITALISMO EL SENTIDO MORAL?: ¡EVIDENTEMENTE!
Michel
WALZER *
La
competición que mueve a los mercados alienta a los actores
a romper las reglas morales y a buscar buenas razones para hacerlo.
Son esas racionalizaciones (que llevan a engañarse a uno
mismo para traspasar sin escrúpulo la línea roja),
las que corrompen el sentido moral. Se puede hacer una analogía
con el sistema político democrático. La competición
por el poder incita a los candidatos a mentir en las reuniones
con sus electores, a hacer promesas imposibles de cumplir, a aceptar
dinero sucio, etc. Elecciones libres y libre mercado nos enseñan
no tan solo a arriesgarnos, a intercambiar y a deliberar colectivamente,
sino también a vigilarnos y a desconfiar los unos de los
otros, a traicionar a nuestros amigos, etc. Lo sorprendente es
que no tratemos de la misma manera los riesgos inherentes al mercado
que los derivados de la política. Allí donde las
democracias han tenido éxito (mediante Constituciones políticas)
para emanciparse de los caprichos de los tiranos y de la arrogancia
de los aristócratas y para poner fin a las peores formas
de la corrupción política, los mercados han sido
abandonados a sí mismos. Hoy la peor forma de corrupción
no proviene del ámbito político (pese a sus imperfecciones),
sino del ámbito económico, caracterizado por un
mercado desregulado, en que los comportamientos no están
encuadrados y cuya responsabilidad es casi nula.
El
mayor éxito de la democracia constitucional es haber eliminado
la desesperanza de la política: perder el poder no significa
perder la vida ni verse obligado al exilio. El Estado providencia
estaba obligado a hacer lo mismo en el ámbito de la economía:
constitucionalizar el mercado estableciendo límites sobre
lo que se podía perder. Pero en Estados Unidos el constitucionalismo
económico es casi inexistente. De repente, el reto de la
competición consiste en la supervivencia de una familia,
la sanidad para los niños, una educación decente,
la dignidad de las personas mayores… Tales riesgos no dejan
demasiado espacio a la moralidad. Pues las gentes sólo
actúan decentemente cuando son tratadas decentemente.
No
tenemos ‘constitucionalismo económico’. Los
contrapoderes de los sindicatos se han debilitado considerablemente,
el sistema de impuestos se ha vuelto regresivo de manera desproporcionada,
la regulación de la banca, de la inversión, de los
fondos de pensiones… es totalmente inexistente. Y la arrogancia
de la élite económica, que tiene la convicción
de ser libre de hacer todo lo que le venga en gana, es sideral.
Este tipo de poder, como escribió Lord Acton, es el más
corruptor. Gana progresivamente la esfera pública, donde
la influencia del dinero ganado sin restricciones en un mercado
no regulado, amenaza la moral política misma.
* Profesor emérito (Princeton) y experto en teorías
sobre la paz y las relaciones internacionales. Respuesta a una
pregunta planteada por PHILOSOPHIE MAGAZINE, nº 26, febrero
2009, p.44. [Trad. R.A.]