PARA LEER «DERECHO DE MUERTE Y PODER SOBRE LA VIDA», de MICHEL FOUCAULT
DERECHO DE MUERTE Y PODER SOBRE LA VIDA es tal vez el capítulo más significativo de «La voluntad de saber», vol. I de la Historia de la Sexualidad de Michel Foucault.
Con ese título, Foucault rendía homenaje a Nietzsche y a su crítica de la voluntad de verdad. Siguiendo al filósofo alemán, reconstruye el mito inherente al pensamiento occidental desde Platón, de una pureza y de una neutralidad del saber y de la ciencia en relación al poder político. La ‘voluntad de saber’, anónima, polimorfa y susceptible de transformaciones regulares permite, en efecto explicar por razones históricas, los poderes específicos de los discursos que en un cierto momento son reconocidos como verdaderos. En 1976, Foucault proponía, pues, una experiencia que se planteaba como tan desmitificadora como la de La genealogía de la moral de Nietzsche: escribir la historia de la sexualidad como una producción histórica de verdad y, en consecuencia, romper con una concepción lineal y consensual de esa historia, según la cual la sexualidad habría sido, en Occidente, el objeto de una represión y de una interdicción continua desde el cristianismo hasta las sociedades burguesas y conformistas.
Esa visión represiva de la historia de la sexualidad era, por lo demás, muy ampliamente compartida en la medida en que tenía la doble aceptación teórica del marxismo y del freudismo, las dos corrientes que dominaban el pensamiento francés de la década de 1970. Por una parte podía inscribirse en una historia más general y menos anecdótica del capitalismo y de la lucha de clases, y por otra parte Freud aparecía como una ruptura salvadora que habría revelado no sólo el papel central que la sexualidad ocupa en la vida psíquica y en la cultura sino los mecanismos mediante los cuales es reprimido y reelaborado. A esas garantías científicas, Foucault opone un conjunto de contenidos históricos extremadamente precisos y eruditos de saberes siempre locales y habitualmente marginalizados por las ciencias institucionales. Esas «genealogías» constituyeron los materiales de sus cursos en el Collège de France, por ejemplo la psiquiatrización de los perversos y la sexualidad infantil en Los Anormales o la histerización del cuerpo de las mujeres en El poder psiquiátrico.
En «La voluntad de saber», esos dispositivos históricos, autónomos y heterogéneos, se reagrupan en el interior de una articulación histórica del poder y del saber («la sexualidad»), cuya descripción valdría como una «arqueología del psicoanálisis». Ello nos permitirá reconocer en nuestra creencia contemporánea – pretendidamente emancipada – en la universalidad ahistórica de la sexualidad, aquello en que «somos todavía piadosos», como decía Nietzsche en su época a propósito de los ideales de la ciencia.
Frédéric Rambeau – de su edición de ‘Derecho de muerte y poder sobre la vida’. París: Folio, 2006, pp. 71, 72.
Si leemos DERECHO DE MUERTE Y PODER SOBRE LA VIDA, el primer requisito es conocer las implicaciones de la teoría del poder en Hobbes y en el derecho natural (Grotius). Para Hobbes la sociedad política legítima se funda en un contrato de sumisión al soberano. El derecho de vida y de muerte constituye la prerrogativa básica del poder. En palabras de Foucault: «el poder era ante todo derecho de tomar: sobre las cosas, el tiempo, los cuerpos y finalmente la vida». Pero desde la época clásica, Occidente ha conocido «una muy profunda transformación de esos mecanismos de poder.»
«El derecho de muerte tenderá desde entonces a desplazarse o al menos a apoyarse sobre las exigencias de un poder que gestiona la vida». El poder se convierte en convertirse en «control», «vigilancia», «mejora» y «organización» de las fuerzas que somete. Eso no significa que prescinda del derecho de muerte, sino que se desplaza, de hace complementario «de un poder que se ejerce positivamente sobre la vida, que pretende gestionarla (…), ejercer sobre ella controles precisos y regulaciones de conjunto». El ejemplo que propone Foucault sobre éste tema es significativo: la guerra no se hace en nombre ya del soberano sino «de la existencia de todos». Esa idea de la masacre como tecnología (que proviene de Arendt) se convierte en Foucault en una de las claves para la comprensión de las sociedades liberales.