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RENÉ GIRARD:

«EL APOCALIPSIS NO ES UNA METÁFORA»

 

Entrevista con Benoit CHANTRE y Steven ORTOLI (2009)


La obra de René Girard se articula alrededor de cuatro etapas decisivas: el descubrimiento del deseo mimético en la literatura, la síntesis de lo religioso arcaico alrededor del mecanismo victimario, una apología del cristianismo como revelación del asesinato fundador y un análisis apocalíptico de las violencias contemporáneas.

René Girard ha descrito el papel de la violencia y de lo religioso en la constitución de la cultura. Los primeros grupos humanos lograron perdurar porque inventaron el sacrificio. Esa intuición se apoya sobre un estudio de los comportamientos imitativos, tanto en las sociedades animales como en las humanas. La imitación entre los hombres es tan habitualmente negativa como positiva: el modelo que se imita siempre resulta susceptible de convertirse en un rival. Los ritos y las instituciones, surgidos del sacrificio, permiten retener esa violencia contagiosa que, de otro modo, destruiría al grupo.

Esta aproximación a las sociedades arcaicas es tanto más útil en la medida en que vivimos hoy en un mundo donde los ritos se disgregan y con ellos también las castas y las jerarquías que contenían la violencia: surge a la luz del día un mundo de «indiferenciación», dice René Girard, con violencia económica, conflictos étnicos, conflictos entre los sexos y las generaciones, crisis de instituciones… B.C.



B. Chantre: En su último libro ACABAR CLAUSEWITZ (2007) usted acentúa la vena apocalíptica, ya presente en sus libros anteriores. ¿El desarrollo del mecanismo del chivo expiatorio, del cual usted dice que es el hecho de la revelación cristiana, no podría hacernos evitar el Apocalipsis?

René Girard: La revelación cristiana desvela el mecanismo victimario en la raíz de toda cultura. Interviene en la historia en un momento en que la humanidad, largamente educada por los ritos y las instituciones, puede empezar a comprender el mecanismo de su propia violencia. Cristo sitúa así a la humanidad ante una alternativa terrible: o renunciar a su violencia o correr el riesgo de autodestruirse. Parece que la humanidad haya escogido la segunda solución. El Apocalipsis puede así ser definido como un rechazo de lo que en teología se denomina «el ofrecimiento del Reino».


B. Chantre: ¿Cómo se produce esta revelación?

René Girard: La revelación cristiana libera de la ilusión propia de lo religioso arcaico. Esta ilusión consiste en vincular a una única víctima toda la responsabilidad del mal que amenaza a un grupo social. Los mitos son aniquilados todos por ese asesinato fundador. Por ello debe responder a un acontecimiento real Las primeras sociedades humanas debieron conocer la inmolación de una primera víctima (a la vez culpable del desorden y restauradora del orden), antes de reemplazarla por víctimas substitutorias, mas tarde más tarde por ritos y prohibiciones cada vez más complejos y, finalmente, por instituciones.

Este mecanismo es fundamental porque se halla en el origen de todas las sociedades humanas. Es el mecanismo que revela la Pasión. Dice un secreto exponiendo una víctima cuya inocencia es inmediatamente perceptible. Pero es absolutamente necesario que las víctimas sean consideradas culpables para que el fenómeno victimario funcione. Por eso la inocencia de Cristo revela la inocencia de todas las víctimas propiciatorias y perturba el conjunto del sistema. El conocimiento que tenemos de la inocencia de Cristo denuncia el proceso de desconocimiento mediante el cual cada cual se convence de que la víctima es culpable. Tal es el sentido de la palabra de Cristo en la cruz: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»

La paradoja es que esta revelación, que impide al mecanismo victimario actuar desde la sombra, lo desencadenará a la luz del día porque los hombres tendrán cada vez menos exutorio para su violencia.

Así que la violencia se exacerbará. Una violencia privada, de chivos expiatorios, tan solo puede conducir a eso que Clausewitz, ese gran contemporáneo de Stendhal y de Tocqueville ha llamado el «ascenso de los extremos». Ese es el drama en que hemos entrado.


B. Chantre: Acaba de evocar a Stendhal y a Tocqueville. ¿Hay un vínculo entre eso que llama la «mentira romántica» en su primer libro de 1961 y el fenómeno de desconocimiento que funda la ilusión religiosa?

René Girard: Se trata, efectivamente, de la misma idea. La ilusión romántica es un rechazo a creer que seamos autónomos en nuestros deseos. El desconocimiento es un rechazo a ver la inocencia de la víctima. Se trata de dos formas potentes de la negación. Y de la misma manera que la ilusión romántica es una negación de los mecanismos del deseo, las mitologías se fundan sobre una ocultación, a la vez sistemática e inconsciente, del asesinato fundador. Por eso el mecanismo victimario, si se comprende correctamente, tiene evidentes relaciones con la experiencia literaria.


B. Chantre: ¿A qué denomina usted, pues, «conversión romántica»?

René Girard: Las grandes novelas en que me interesé se basan, todas, en un giro del héroe principal que se sitúa al final de la novela y que puede decirse que transforma al personaje en novelista. En el caso de Marcel Proust es explícito, pero en otras novelas como «Rojo y negro», «Madame Bovary», o en las de Dostoievsky, también se encuentra ese héroe que se «convierte», es decir, que deja de sentirse autónomo en su propio deseo. La «conversión novelesca» sirve de testimonio de un arrancamiento ante las leyes del deseo mimético, deseo intramundano fundado sobre «la envidia, los celos y el odio impotente», como decía Stendhal. El personaje atraviesa la prueba y resucita novelista. Esa conversión simboliza para mí el paso de la novela superficial a la auténtica novela. Añadiría que siempre he pensado, con Proust, la conversión romántica como una experiencia apocalíptica. Todo novelista cuyo universo bascula —y eso es lo propio de la «conversión novelística»— lleva en sí ese tipo de inspiración. Esa es la razón por la que las metáforas de la liturgia católica abundan tanto en las últimas páginas del «Tiempo reencontrado».


S. Ortoly: ¿Una ciencia del hombre tal como usted la plantea puede prescindir de lo religioso?

René Girard: No. Estoy muy firmemente convencido de ello. Persisto en pensar que no hay ciencia del hombre posible sin una teoría válida de lo religioso.


S. Ortoly: ¿Pero, puestos en un extremo, puede usted prescindir de la Iglesia?

René Girard: La Iglesia, en tanto que tal jamás está presente en mi obra. Siempre me he interesado por conversiones solitarias, que se podrían calificar de románticas, incluso si el título de mi primer libro puede hacer pensar que para mi haya una «mentira» inherente al romanticismo. De hecho eso no es verdad. Me siento profundamente romántico en un cierto aspecto, o por lo menos es así como veo la conversión. Siempre se está solo ante la trascendencia. Pero, una vez más, esa conversión individual, tumultuosa, lacerante, se dirige siempre hacia un tipo de experiencia religiosa. En eso no transijo; el fondo de mi trabajo es tomar en serio lo que nos dicen los Evangelios, que son una teoría del hombre, tanto como una teoría de Dios.


B. Chantre: ¿Su romanticismo forma una unidad con su pensamiento apocalíptico?

René Girard: Esta vena romántica efectivamente se ha ido profundizando poco a poco en mí. Su vínculo con el Apocalipsis es evidente. No es inútil recordar que antiguamente había dos domingos apocalípticos: el último domingo después de Pentecostés y el primer domingo de Adviento, en el momento en que el año litúrgico basculaba y volvía a empezar. Los curas predicaban entonces sobre el fin de los tiempos. Pero curiosamente dejaron de hacerlo cuando el Apocalipsis se convirtió en una posibilidad real de la historia. Desde 1945 y gracias a la lectura de Proust y de Malraux tuve mis primeras intuiciones en ese ámbito. Encontré en las obras literarias y enseguida en los Evangelios la verdad radical que ni siquiera los católicos osaban testimoniar. Estoy convencido de que estamos viviendo tiempos de una gravedad tal y de una tal urgencia que vamos a vernos obligados a cambiar radicalmente nuestros modos de pensamiento y de expresión. Una literatura digna de este nombre no podrá pasar por alto estos textos que nos llevan esperando desde hace dos mil años.


S. Ortoly: ¿Cómo definiría hoy el Apocalipsis? Usted ha escrito que el cristianismo ha sido la única religión que supo preveer su propio hundimiento…

René Girard: Sí; pero ese hundimiento no está del todo vinculado a la insuficiencia del cristianismo. Podría decirse que ‘eso tenía que fracasar necesariamente’ siendo los hombres lo que son.


S. Ortoly: ¿Mantiene usted esperanza en que la humanidad realmente pueda cambiar?

René Girard: No, en todo caso ahora no. El Apocalipsis es el mundo que ve su propio fin en la violencia y que recuerda suficientemente lo que ha oído para comprender que él mismo forma parte del problema y que en parte es responsable de eso. En eso mi visión es romántica: sólo algunos individuos serán conscientes del desastre en curso, serán culpables de haber comprendido de verdad el sentido de ello. ¿Por qué las Escrituras dicen cada vez que hay que salvar a ‘algunos’ para que la humanidad no logre perderse por completo? Pero yo nunca me he tomado por un profeta. Yo no llamo a la conversión. Tan solo intento seguir el texto evangélico tan de cerca como puedo y afirmo que nos ayuda a comprender el tiempo en que vivimos.

En este sentido, el Apocalipsis es la conciencia del fracaso del cristianismo, incluso si puede convencer a unos en su creencia o a otros en la convicción de que es irremplazable. La destrucción de todo no es perceptible. Tan solo el cristianismo permite percibirla. Per eso el Apocalipsis no es una metáfora. Es una realidad. Si escucháis a los científicos y lo que dicen sobre la desaparición de las especies o sobre la evolución del planeta, constataréis que hoy hay un encuentro decisivo entre ciencia y religión. Pero esta confusión entre lo natural y lo artificial está anunciada en los Evangelios. La transcendencia ha prevenido y es implacable. Se hace necesario arrancar el Apocalipsis tanto a los integristas que lo toman por voluntad de Dios como a los progresistas que rechazan verlo. Siempre he mantenido esto obstinadamente entre dos formas de desconocimiento. Esta concepción del fin de los tiempos nos permite prescindir de la idea del Padre Terrible. No hay un dios implacable que quiera castigar a los hombres, sino un Apocalipsis humano en preparación. Es una consecuencia de nuestros actos.


B. Chantre: ¿Esta constatación, sin embargo, la hace usted sobre un fondo de esperanza.

René Girard: Naturalmente. La esperanza consiste en que Dios está ahí. No sólo el Apocalipsis. El retorno de Dios, la parusía, el ‘Second Coming’, es eso. ¡Dios no dice nada que no sea perfectamente comprensible, científico, razonable y racional cuando nos dice que el mundo está a punto de fastidiarse! De hecho soy más optimista que muchos porque veo un sentido en todo lo que pasa hoy, mucho sentido incluso. Si existiesen seres de otros planetas dirían: ¿cómo es posible que estos hombres tengan textos que anuncian el Apocalipsis, que no se los crean y que hagan todo lo posible para conseguir que llegue? Soy, pues, más optimista que la gente, porque afirmo que hay un sentido en todo cuanto nos sucede; un sentido que supera toda significación. Esta constatación es una liberación frente a nuestro pequeño universo.


© PHILOSOPHIE MAGAZINE, nº extraordinario, dedicado a los Evangelios, ‘La Biblia de los filósofos’; noviembre-diciembre 2009, pp.96-98. Traducción para uso exclusivamente escolar. [R.A.]

 

 

 

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