Introducción
Biografía
La filosofía ante la religión y ante la ciencia
¿Por qué es «grande» un filósofo?
Lo Englobante
Dos conceptos básicos: Situación-límite y
existencia posible
El Dasein
La política, la paz y el derecho
Las formas de la culpabilidad alemana
Filosofía y psiquiatría
Contra el psicoanálisis
Introducción
Karl
Jaspers (1883-1969) es el filósofo que salvó la
dignidad moral del pensar en una época de terror en la
medida que fue el único de los grandes maestros que permaneció
en el interior de Alemania, sin doblegarse ante la brutalidad
nazi y fiel a su conciencia, haciendo en lo posible una vida de
universitario y acompañando a su esposa Gertrud, que era
judía, sin escuchar los cantos de sirena ante los que se
hundió, por ejemplo, Heidegger.
Prototipo
del “Herr Professor Doktor” de otro tiempo –lamentable
tiempo para el deber moral tantas veces desoído, pero a
la vez una admirable época del conocimiento– no debieran
pasarse por alto alguna de sus más profundas intuiciones,
especialmente en una época nihilista en que “intuiciones”
o “teorías” arbitrarias o poco fundadas esconden
la falta del «conocimiento» más mínimo.
Jaspers
es el autor de dos obras esenciales en el pensamiento democrático
y conservador: «LA SITUACIÓN ESPIRITUAL DE NUESTRO
TIEMPO» [Die geistige Situation des Zeit], escrita como
protesta ante el advenimiento del nazismo, y «LA CULPABILIDAD
(alemana)» [Die Schuldfrage] una reflexión sobre
la derrota; pero su influencia no acaba en el ámbito de
la filosofía política. De hecho su reflexión
sobre el sentido y los límites de la psicología,
su anticipo de algunas intuiciones bioéticas o su teoría
de la “fe filosófica” son monumentos –aunque
a veces parece que se trate de monumentos poco visitados, todo
hay que decirlo– del pensamiento humanista en el siglo XX.
Este
texto, que sigue la huella del libro introductorio sobre Jaspers
de su discípula Jeanne Hersch pretende simplemente servir
de incitación a la lectura de un filósofo de los
que todavía participaban en la confianza kantiana en la
razón, capaz de escribir sin pestañear cosas como:
«La razón nos ofrece una imagen de la libertad humana
tal como esperamos hacer nacer, en tanto que se halla en nosotros.
Es, esta libertad, accsible a todos los hombres» [RAZÓN
Y SINRAZÓN EN NUESTRO TIEMPO]. Jaspers es desgraciadamente
cada vez menos leído hoy por hoy, obscurecida por la galaxia
Heidegger (e incluso por el más que discreto meteorito
Arendt) y su obra pasa un momento de eclipse, pero sigue siendo
una referencia fundamental, especialmente en lo que toca al ámbito
de la antropología filosófica. Y obviamente es imprescindible
para entender el significado de la libertad civil contra el totalitarismo.
Biografía
Jaspers
nació en Oldenburg (cerca de las costas del Mar del Norte)
el 23 de febrero de 1883. Su padre era director de una sucursal
bancaria y su madre era de origen campesino. Después de
algunos semestres de estudio del derecho, realizó estudios
de medicina que terminó en 1909. Fue primero asistente
en la Clínica psiquiátrica de Heidelberg y luego
enseñó psiquiatría en la misma Universidad.
De hecho su manual de Psicopatología fue texto de estudio
para varias generaciones de universitarios. Desde 1921 ocupó
una Cátedra que le fue retirada por los nazis –se
le despojó del derecho a enseñar en 1937–
y que le devolvieron las autoridades norteamericanas (posiblemente
por intermedio de Golo Mann). Su forma de resistencia al nazismo
fue la redacción de las mil páginas de su libro
DE LA VERDAD [Von der Wahrheit], primer volumen de su LÓGICA
FILOSÓFICA y único que logró terminar de
tan vasto proyecto. Víctima de “una mala salud de
hierro” (decía que «hay que estar enfermo para
llegar a viejo»), no se destacó en política
partidista, pero consideró que su deber cívico –y
el amor que le unía a su esposa Gertrud Mayer, judía
y religiosa- le obligaba a mantener una postura moral irreductible.
Jaspers
es el filósofo que ejemplifica la resistencia de la tradición
humanista en Alemania y su curso del mismo año 1945 sobre
“la culpabilidad de Alemania” es un clásico
del pensamiento republicano de todos los tiempos, a la vez que
el fundamento filosófico sobre el que se edificó
la República Federal democrata-cristiana Pero en 1948 para
evitar que su independencia de intelectual le fuese secuestrada
–y nada deseoso de jugar el papel de “bueno”
en una cultura en que los “malos” eran tantos de sus
connacionales– aceptó una Cátedra en la Universidad
de Basilea (Suiza), no sin intervenir ante las fuerzas de ocupación
para minimizar el castigo a Heidegger y a otros intelectuales
que habían colaborado con Hitler. Desde Suiza, sin embargo,
intervino activamente en el debate sobre la bomba atómica
y la guerra fría (planteando el debate en términos
kantianos como lucha de dos imperativos, paz y libertad –y
defendiendo la libertad como superior a la paz). Todavía
en 1956 lanzó una fuerte crítica a quienes en la
República Federal establecían una primacía
del objetivo de reunificación (finalidad nacionalista)
por encima de la libertad (finalidad transcendente).
Murió
en Basilea en 1969 a los 86 años, dejando un texto necrológico
autobiográfico donde, entre otras muchas cosas, recuerda
–y reivindica– que: «Gozó del noble privilegio
de poder vivir en libertad, como Profesor que se asigna a sí
mismo sus obligaciones. Mediante su enseñanza pudo, por
su parte, contribuir a la continuidad de la tradición apoyándose
confiadamente en el sentido de la Universidad en Occidente».
Jaspers es, en toda la extensión de la palabra, un “culturalista”:
un profesor que vive la cultura, la reflexiona en el silencio
de su biblioteca y la difunde –abierto a toda tradición
humanista.
Convencido
de que Europa va por la senda del nihilismo y de que la filosofía
occidental ha cumplido su ciclo, Jaspers dedicó sus últimos
años a poner los fundamentos de lo que sería una
ética mundial. De hecho la última frase de su necrológica
autobiográfica aclara su proyecto con una lucidez extrema:
«A través de esta labor [filosófica] que inspiraba
una anticipación tentativa más que un saber ya adquirido,
ensayando el pensamiento sin poseer certezas, quiso hacer su parte
de la tarea que es la de su siglo: encontrar el camino que conduce
desde el fin de la filosofía europea hacia una futura filosofía
universal».
La
filosofía ante la religión y ante la ciencia
Religión
y ciencia constituyen los dos ámbitos ante los que la filosofía
se ve obligada a definirse primariamente; en el caso de Jaspers,
cuya PSICOPATOLOGÍA (1911) era el manual más habitual
de la época en el ámbito germánico, consta
que su reflexión sobre la el significado de la ciencia
la llevó a cabo, en compañía de su esposa,
en los años más negros del nacional-socialismo.
Y en cuanto a su reflexión sobre la fe, por encima de cualquier
confesión religiosa concreta, cabe decir que es una de
las más refinadas expresiones del laicismo que no niega
a Dios como horizonte pero se niega a usarlo como argumento; un
peculiar laicismo, en todo caso, que (contra el resentido parecer
de Heidegger) va mucho más allá del humanismo impotente
o del tópico de la “fe filosófica” en
la racionalidad como alternativa civil a la transcendencia.
Tanto
ciencia como filosofía se sitúan, en opinión
de Jaspers, mucho más allá del análisis de
la realidad empírica: son «orientaciones»,
en el sentido de procesos orientados. La orientación científica
es previa en tanto que objetiva el mundo. Sin la previa asimilación
de la ciencia ninguna filosofía puede aspirar a ser significativa;
pero en la ciencia se habla acerca de la materia, mientras que
lo propio de la «orientación filosófica»
consiste en recordarnos los elementos problemáticos de
la concepción científica del mundo. La filosofía
no es una visión sintética de los resultados de
la ciencia, sino una visión problemática que muestra,
estrictamente, la imposibilidad de cualquier visión única,
o absoluta, del mundo.
Y
en lo que se refiere a la religión, en la medida en que
es un relato civilizador y transcendente, Jaspers es también
taxativo: la «fe filosófica» nada tiene que
ver con una sola religión, ni con ninguna comunidad o autoridad,
ni con un único Libro. Como tal tampoco puede reivindicar
ni la más mínima evidencia científica. En
consecuencia tampoco puede proponer una conducta, ni justificar
un programa o un orden del tipo que sea. Sin embargo, la fe en
la razón es lo único que puede esclarecer “el
otro lado” de lo real. Es porque el hombre vive en la comunión
de la racionalidad –que como resulta obvio, va más
allá del modelo occidental de racionalidad– que podemos
levantarnos ante la irracionalidad.
La
«fe filosófica» consiste, en definitiva, en
la comunicación de la razón. Como dice en LA FE
FILOSÓFICA ANTE LA REVELACIÓN: «La filosofía
contrariamente a la fe revelada no hace propaganda, deja a cada
cual su libre decisión. Ni anuncia ni fuerza la convicción.
En ella los hombres libres se encuentran en tanto que compañeros
con un destino común. Según algunos mi manera de
filosofar debiera conducir a la Fe revelada, pero tal no es en
absoluto mi intención. Yo mismo no puedo dejar de pensar,
con Kant, que si la Revelación fuese una realidad, constituiría
un desastre para la libertad creada del ser humano». En
definitiva, la fe filosófica: «Busca no la hostilidad
sino la lealtad, no la ruptura sino la comunicación, no
la violencia sino la liberalidad». Y por ello mismo el judaísmo
y el cristianismo, a la vez que expresan una lección moral
significativa han de ser criticados por pretender una unicidad
y una exclusividad que no les es realmente propia.
Curiosamente,
y contra el protestantismo liberal de su época que con
Bultmann defendía la “desmitologización de
la religión”, Jaspers no dejará de notar que
el mito y el símbolo son una adquisición enormemente
compleja y sofisticada del espíritu humano, de tal manera
que sería absurdo desecharlos por “acientíficos”:
precisamente lo que hace interesantes, e inquietantes todavía,
a los símbolos es no poder reducirlos a ciencia. Es precisamente
en el ámbito de lo simbólico y del mito donde –contra
positivismos ramplones– se libra el combate del espíritu.
¿Por
qué es «grande» un filósofo?
En
sus últimos años, Jaspers se dedicó a la
lectura de LOS GRANDES FILÓSOFOS sobre quienes escribió
un libro que va mucho más allá del manual al uso,
en la medida que pretendía encontrar un núcleo de
“ética mundial” –en un proyecto que luego
ha sido continuado por algunos significativos filósofos
y teólogos (Hans Küng y Leonardo Boff entre otros).
Tal vez para precisar el proyecto filosófico de Jaspers
y para diferenciarlo de opciones ideológica más
al uso, tenga un cierto interés recuperar los tres criterios
que en su opinión hacen grande a un filósofo –aunque
haya en ellos cierto aire de nostalgia:
«En
primer lugar están por encima de su tiempo –dice
Jaspers– (...) Grande no es sólo quien capta su época
con ayuda de sus pensamientos, sino el que a través de
ellos toca la eternidad. En segundo lugar –añade
–todo pensador auténtico es original, como todo hombre
grande es natural y verdadero. Pero el gran pensador es original
en el seno de su carácter original. Es decir, aporta al
mundo una comunicabilidad que antes de él no existía
(...) En tercer lugar –resume finalmente –el gran
filósofo ha adquirido una independencia interior desprovista
de rigidez. No es la independencia del amor propio, del desafío,
de la doctrina sostenida con fanatismo. La independencia del filósofo
es obertura permanente. Soporta ser distinto a los demás
sin desearlo. Planta cara a la soledad».
Es
obvio que el combate intelectual de Jaspers le enfrenta a Nietzsche
y a Kierkegaard –se ha podido decir que lo que Jaspers propone
es limar su “mordiente” a ambos autores. Pero en tiempos
de crisis del sujeto, de final de la modernidad, etc., la profunda
ambición intelectual y la confianza de Jaspers en el poder
de la razón y en la originalidad autentica de pensamiento,
tal vez nos coge en fase escéptica pero no deja de tener
un sentido; ni que sea para plantearnos la distancia entre lo
que hace la filosofía hoy y lo que se propuso hacer en
tiempos menos tocados por la crisis lingüística de
la razón.
Lo
Englobante
Jaspers
nunca consideró que la filosofía pudiera, por ella
sola, producir la verdad en su plenitud substancial. Pero puede
ayudar a esclarecer la naturaleza de la verdad. Siguiendo a Jeanne
Hersch puede decirse que la tarea de la filosofía según
Jaspers consiste en: «traducir la conciencia inmediata de
la verdad en un saber reflexivo de tal manera que mi conciencia
“me asegure” de la verdad». Un proyecto filosófico
de tal calibre parecería hoy excesivo pero muestra también
la seriedad del empeño.
Mediante
el concepto de «lo Englobante» [das Umgreifende],
“lo que circunda”, con el que designa la totalidad
de los modos del ser, se pretende mostrar que el sentido de la
filosofía sólo puede captarse cuando intenta, al
modo quasi kantiano, mostrar la relación de todo con todo.
La existencia se vive como algo que nos circunda y que a la vez
nos define y nos religa; como un todo que no se deja reducir a
concepto y que a la vez constuímos y nos construye. En
la medida que la realidad es dinámica no se puede confundir
la “búsqueda” con cualquier ilusión,
temporal y finalmente infundada, de poseer o de conocer la Totalidad.
La lógica filosófica es una búsqueda que
se sabe interminable, un esfuerzo de clarificación de lo
que nos circunda, pero a cuya vis más profunda no accederemos
jamás.
Ciertamente,
Lo Englobante tiene algo de místico. De ahí que
otros conceptos de Jaspers (“situación-límite”
o “existencia posible”) hayan tenido una posteridad
más significativa, pero la clara conciencia de no alcanzar
nunca «lo Englobante» no ahorra su búsqueda,
ni el esfuerzo intelectual que ello exige.
Se
pude entender «lo Englobante», lo que circunda, desde
diversas perspectivas:
a.-
Lo Englobante que somos nosotros:
-
a partir del “sujeto vital” [Dasein]
- a partir de la “conciencia en general” [Bewusstsein
überhaupt]
- a partir del “Espíritu” [Geist]
- a partir de la existencia
b.-
Lo Englobante que el ser es:
-
en tanto que mundo
– en tanto que transcendencia
c.-
La relación de todos los modos de Lo Englobante en nosotros
-
las diversas funciones de la razón [Vernunft]
No
se trata de ninguna deducción de categorías a priori,
al modo kantiano, sino de la expresión de una experiencia
interior, de carácter operativo, en la búsqueda
de los límites de la razón. El sentido de Lo Englobante
tiene que ver con la experiencia cotidiana: conozco algo cuando
soy capaz de “englobarlo” en una experiencia o en
una relación lógica o ontológica. El mundo
es Lo Englobante de todo lo particular y el “sujeto vital”
[Dasein] es conciencia de vivir en conjuntos construidos, culturalmente
pautados (la sociedad, la profesión, etc.). No proseguiremos
el análisis aquí, pero quede constancia de un esfuerzo
sin el que Heidegger, por ejemplo, no habría podido elaborar
su analítica del “Dasein”.
Dos
conceptos básicos: Situación-límite y existencia
posible
Jaspers
puede ser considerado el padre del existencialismo humanista –por
la misma razón que Heidegger, por su distinta concepción
del “Dasein”, lo sería del existencialismo
antihumanista y de la muerte del hombre. De esa reivindicación
del humanismo surge la insistencia de Jaspers en el tema de la
crisis de Lo Englobante y la presencia de la discontinuidad en
la vida humana. Lo Englobante (la totalidad del ser, el mundo
en sí) no nos es dado sino a partir de una “situación”,
de un momento concreto y propio en el desarrollo de un proceso.
Debido al fracaso de la ontología -ante la imposibilidad
de comprender la entraña múltiple de lo humano que
se resiste al concepto, la filosofía debe plantearse como
un intento de clarificación de la razón. Todo lo
que percibimos se nos aparece como discontinuidad, como dualismo
y contradicción. La labor de una filosofía de la
existencia consiste en elucidar la propia situación en
relación al mundo objetivo que nos envuelve, esclarecerla
mediante la experiencia de los límites que el mundo nos
impone. En un entorno constituido por la discontinuidad y de perspectivas
inacabadas, la reflexión filosófica significa un
esfuerzo por clarificar el sentido y la objetividad del mundo
no en tanto que empírico, sino en tanto que abierto a la
indeterminación de lo humano.
La
filosofía en tanto que constituida desde la libertad y
la indeterminación se abre al discernimiento de la existencia
posible, que es también inacabable (en el sentido de imposible
de agotar en un concepto) y libre. Para Jaspers la existencia
posible no pertenece al orden de los hechos, sino al de la libertad
en el mundo –y es ese un punto que le separa radicalmente
de otros existencialismos (Heidegger, Sartre). Jaspers usa habitualmente
la expresión «existencia posible» para poner
de manifiesto que en ella no se expresa ni una universalidad impersonal
ni el capricho de lo arbitrario. Aquello que la filosofía
debería hacer manifiesto es la relación entre la
existencia (lo englobante) y la situación. El sujeto tiende
a «orientarse en el mundo» [Weltorientierung] para
situarse en una totalidad. Pero una característica de la
modernidad nihilista, y aún del mismo existir como sujeto,
es saberse formando parte de una multiplicidad de perspectivas,
siempre inacabadas. El mundo, inevitablemente desgarrado, escindido,
reenvía el sujeto a sí mismo, en tanto que único
concreto, para que esclarezca su propia existencia [Existenzerhellung].
Esclarecer la propia existencia se hace posible básicamente
en la medida que los humanos se enfrentan a «situaciones
límite».
Contra
lo que podría parecer las «situaciones límite»
no lo son porque limiten la libertad, ni porque impongan una pasiva
aceptación de lo inevitable, sino porque permiten que los
humanos encuentren a través de ellas un sentido y una autenticidad
a la existencia. La «situación» es el contexto
concreto, espacial e histórico en que se encuentra el sujeto.
El hombre se halla siempre “situado”, englobado, de
una cierta manera, en un concreto contexto actos y de posibilidades.
El carácter subjetivo y finito de la propia vivencia nos
sitúa ante la primigenia situación límite:
nacimiento, muerte, sufrimiento, lucha o culpa no son abstracciones,
sino situaciones y a la vez límites; pero es la finitud,
la conciencia del límite como algo insuperable, lo que
nos hace humanos. Jaspers niega a la existencia la capacidad de
abolir el tiempo refugiándose en una supuesta contemplación
metafísica o en ningún Absoluto de carácter
trascendente.
La
conciencia de la finitud no debiera leerse como fracaso sino como
condición del conocimiento, como capacidad para reconocer
a los otros y a uno mismo en tanto que seres constituidos por
límites. Para decirlo en las palabras de su discípula
Jeanne Hersch: «...la finitud humana no aparece de ninguna
manera como el empobrecimiento, repentinamente sobrevenido, de
un ser hecho en principio para el infinito. Al contrario: la finitud
es lo que hace que el ser humano sea humano: libre y prisionero
de las situaciones límite, llamado a la transcendencia
y condenado al fracaso» (p.34).
El
Dasein
Es
casi imposible entender a Heidegger y a Hanna Ardendt sin plantear
su relación con el concepto de “Dasein” en
Jaspers, con el que el primero polemiza y que la segunda adaptó
al gusto norteamericano con su acostumbrado oportunismo.
A
diferencia del existencialismo ateo, el Dasein de Jaspers no es
el puro «ser-ahi» [da sein] en el espacio y el tiempo,
puramente arrojado al mundo. El Dasein engloba espacio y tiempo,
no es una pura presencia objetiva: vive y por ello puede ser estudiado
como objeto de ciencia. Pertenece jubilosamente al mundo y a la
vez sufre por pertenecer al reino de lo efímero. Sabe que
podría no ser pero es realmente y a la vez no constituye
su propia creación. Vive a la vez en retiro y en acción
en Lo Englobante.
En
esquema le corresponderían las siguientes características:
1.-
Cada Dasein es único y singular: yo soy siempre tan sólo
un único Dasein.
2.- El Dasein vive en un entorno concreto que percibe y en el
cual actúa.
3.- Nace y muere entre otros Dasein que nacen y mueren antes y
después de él.
4.- Está animado de deseos y voluntades, quiere vivir y
ser feliz –pero cualquier plenitud que logre es momentánea,
no permanece.
5.- Queriendo vivir y sintiéndose amenazado, busca la potencia
y no rehuye la lucha. Mientras vive, vive también su inquietud.
6.- Es englobante, pues nada es real para mí, ni siquiera
yo mismo, sino actualizándose como mi “ser ahí”.
Dasein es, pues, también mi cuerpo, siempre presente y
por el que todo debe pasar.
Siguiendo
estas características, puede colegirse que los debates
sobre “totalidad”, “fin último”,
etc., quedan eliminados. Mientras la acción del hombre
es libertad, el ser del hombre es, en cambio, al mismo tiempo,
libertad y necesidad. Una antropología filosófica
de la libertad debiera dar cuenta de ello y aunque se hace difícil
no ver aquí la huella de un combate con la antropología
de Nietzsche y Kierkegaard, es obvio que el programa implícito
en la propuesta de Jaspers tiene muchos desarrollos posibles todavía
en un humanismo que no se manifieste satisfecho de sí mismo,
ni ahogado en el culturalismo.
La
política, la paz y el derecho
Jaspers,
en virtud de su mala salud, intervino muy poco de forma directa
en la política pero tiene para la consolidación
de la Alemania de Adenauer, la misma importancia, o tal vez más,
que Weber para la República de Weimar. Actualmente hay
una curiosa tendencia en medios intelectuales a sobrevalorar el
periodo de Weimar por su rupturismo político y social.
No se debiera olvidar, sin embargo, el “pequeño detalle”
del fracaso social de Weimar, y del éxito de la República
Federal, a la hora de considerar si su planteamiento político
fue más adecuado –aunque ciertamente mucho menos
innovador– que el que se respiró en los años
de Weimar. La política representaba para Jaspers un “test”,
una prueba de la autenticidad de un pensamiento y se construye
con una mezcla de autenticidad y fuerza (o coraje), que a su vez
está cimentado, indisociablemente, de libertad y verdad.
La
política en Jaspers tiene un claro sentido cultural, es
decir, conlleva un sesgo conservador explícito e inevitable,
porque la cultura necesariamente implica conservación del
pasado y de la memoria, sin los cuales sólo cabe el desarraigo.
Exige, además, competencia y capacidad técnica,
pero no consiste sólo en técnica. Lo que se enfrenta
en profundidad en el ámbito político no son exactamente
intereses; son fuerzas espirituales orientadoras. De ahí
que, en la medida en que esas fuerzas no son unívocas,
el pensamiento no puede hacer otra cosa que trazar puentes y ayudar
al discernimiento cívico. Además de su responsabilidad
política, el filósofo lleva consigo otra responsabilidad:
la de la verdad, que no es posesión de ningún partido,
y cuya necesidad imperativa no puede quedar disimulada ni por
un falso respeto, ni por consideraciones de eficacia.
Jaspers
no escribe exactamente acerca de “democracia”, sino
de algo más complejo: la Idea de democracia. «La
verdad de la democracia –dice en un momento de HOFFNUNG
UND SORGE– no reside en principio sobre un contenido, sino
en la forma en que éste es pensado, mostrado y discutido:
en el modo de pensar de la razón». La democracia
puede tener diversos aspectos formales, pero lo significativo
es que los diversos modelos comparten la reivindicación
de la crítica –que no es ni nihilismo cínico
ni ilusión utópica. No es un juego de habilidad,
ni la consecuencia de una “oligarquía de partidos”.
La crítica en democracia no es pesimista ni optimista,
simplemente es consciente de lo que se juega en cada una de las
decisiones políticas: la libertad y el destino futuro de
los humanos.
De aquí que, en democracia, sea fundamental la transparencia
(cosa que incluye la libertad de prensa) y el control recíproco
de las instituciones que sólo puede garantizarse mediante
el derecho. De ahí que la paz –pero no cualquier
paz– sea una exigencia de la democracia. La paz no es, sin
embargo lo que los políticos tienden a llamar “paz”,
puras tentativas para evitar lo inevitable del conflicto, sino
una exigencia de justicia que sólo será posible
con una «conversión ético-política»
de nuestra manera de pensar que no sea ni puramente “realista”
(los realistas son quienes creen que la humanidad no cambiará
jamás), ni “moralista” (es decir utópica,
convencida de que el hombre puede renacer, negando la realidad
actual.
Las
formas de la culpabilidad alemana
El
tema de la «culpabilidad alemana» resulta ya un tanto
manido hoy en día, por mucho que Jankélévitch
y otros autores lo declarasen “imprescriptible”. De
hecho debiera ser tratado con mucha más extensión
que la de este texto y, en cualquier caso, parece un tanto hipócrita
olvidar que todo el mundo –y eso no excluye a nadie–puede
ser tan culpable hoy de un montón de injusticias y de guerras
como lo fue un alemán en la época hitleriana. Aquello
que en un momento dado distinguió a la “culpabilidad
alemana” es hoy algo podría decirse de la humanidad
entera –incluso muy concretamente de los judíos en
Palestina. “Lo imprescriptible” no se reduce a la
significación concreta o a un momento histórico
(siempre la historia ha sido hecha con dolor y barbarie), sino
que su amoralidad profunda se debe a una peculiar forma de considerar
ese dolor: como si se tratase de algo puramente mecánico
o que, simplemente, “no nos concierne”. “Lo
imprescriptible” es la brutalidad en el hombre y la deshumanización:
algo que es tan alemán como judío, tan propio de
los pobres como de los ricos y de los sabios como de los tontos.
Lo
que sigue vivo hoy del planteamiento de Jaspers –y lo que
tiene sentido aún hoy en la reflexión sociomoral–
es su análisis profundo de las cuatro formas de la culpabilidad
(criminal, política, moral y metafísica) que pueden,
por desgracia, aplicarse hoy a muchos y muy diversos lugares de
todo el mundo. Asi Jaspers distinguía entre:
1.-
La culpabilidad criminal: Los crímenes son algo de naturaleza
objetiva, que contraviene la ley, afecta a los individuos como
tales, singularmente, la instancia competente para juzgarlos es
un tribunal, constituido en un procedimiento formal.
2.-
La culpabilidad política: Reside en los actos de los hombres
de Estado, pero también en los ciudadanos que los han permitido
porque cada individuo es responsable de la forma en que decide
o acepta ser gobernado, en tal sentido es colectiva. La responsabilidad
política se decide por el éxito de la empresa y
es al vencedor a quien compete juzgarla, pero no pude ser juzgada
arbitrariamente sino con arreglo al derecho natural y al derecho
de gentes.
3.-
La culpabilidad moral: Aunque se quiera disimular con frases como
“una orden es una orden”, un crimen siempre será
un crimen sea quien sea quien lo ordene. Es una culpabilidad personal,
intransferible. La instancia competente para juzgarla es la conciencia
–y exige la comunicación, el diálogo.
4.-
La culpabilidad metafísica: De carácter ontológico,
que se produce cuando se deja de reconocer la humanidad del Otro
y, en consecuencia, quedan rotos los vínculos humanos,
es decir, cuando se rompen los lazos ontológicos que nos
vinculan con todos los demás humanos. La instancia competente
para juzgarla en toda su profundidad sólo puede ser Dios,
en la medida que sólo un Dios es amor perfecto.
Reflexionar
seriamente sobre esas diversas formas de culpabilidad es una condición
imprescindible para una democracia republicana de calidad. Y resulta
todavía más necesario en lugares como el Estado
Español que ha programado durante siglos el genocidio contra
la cultura catalana, o en Latinoamérica, donde las lenguas
y culturas indígenas padecen hoy un genocidio mucho peor
–por más largo y pertinaz– del que sufrieron
los judíos en Alemania). En todas partes la culpabilidad
es exactamente la misma y inevitablemente la excusa de los opresores
cuando se ven desenmascarados (“nosotros no sabíamos”)
también lo es.
Por
su importancia, y porque los genocidas tienden a ocultarlo, reproducimos
aquí un párrafo de LA CULPABILIDAD ALEMANA (curso
de 1945), sobre “La culpabilidad metafísica”.
«La
Culpabilidad Metafísica: Existe entre los hombres, por
el hecho de ser hombres, una solidaridad en virtud de la cual
cada uno se encuentra corresponsable de toda injusticia y de todo
mal cometido en el mundo, y en particular de los crímenes
cometidos en su presencia, o sin que él los ignore. Si
no hago lo que puedo para impedirlos, soy cómplice. Si
no he arriesgado mi vida para impedir el asesinato de otros hombres,
si no he dicho esta boca es mía, me siento culpable en
un sentido que no puede ser comprendido de manera adecuada, ni
desde el punto de vista jurídico, ni políticamente,
ni moralmente. Que yo esté todavía con vida después
que cosas tales hayan sucedido, pesa sobre mí como una
culpa inexpiable. En tanto que hombres, si la suerte no nos ahorra
situación tal, nos encontramos lanzados contra el límite
en el que se debe elegir: o arriesgar nuestra vida en lo absoluto,
sin fin, incluso sin perspectiva de éxito, o bien preferir
continuar vivos en la medida en que el éxito está
excluido. En alguna parte, en la profundidad de las relaciones
humanas, se impone una exigencia absoluta: en caso de ataque criminal,
o de condiciones de vida que amenazan al ser físico, no
aceptar otra cosa que no sea vivir todos juntos o que no viva
nadie; eso es lo que constituye la substancia misma del alma humana.
Pero eso no es así ni en la comunidad de todos los hombres,
ni entre los ciudadanos de un Estado, ni en el interior de grupos
más pequeños; la solidaridad resta limitada a los
más estrechos vínculos humanos, y eso constituye
nuestra culpa común. La instancia competente para juzgar
eso es sólo Dios».
Prescindiendo
ahora de lo que diría un lector del primer tratado de «La
Genealogía de la Moral», de los tópicos más
al uso sobre el nihilismo y del origen democratacristiano de su
autor, tal vez habría que reconocer al texto una profunda
dignidad, cuanto menos...
Filosofía y psiquiatría
Jaspers
inicia su labor profesional en el ámbito de la psiquiatría
y desemboca en la reflexión filosófica precisamente
en la medida que se da cuenta de los límites, antropológicos
pero también morales, de su disciplina científica.
Si la psiquiatría quiere delimitarse como saber sobre el
alma, entonces debería explicar con alguna claridad la
diferencia entre “cerebro” y “personalidad”
(lo que hoy denominamos la diferencia entre cerebro y “mente”).
Pero faltaba en la psiquiatría de su época, y tal
vez nos sigue faltando hoy, una clara definición de ambos
términos. De ahí que, según una anécdota
que al parecer le gustaba repetir, un día cuando todavía
no se había decantado por la filosofía dijese en
una reunión de médicos: «Los psiquiatras han
de aprender a pensar», lo que mereció una única
respuesta displicente de sus colegas: «habría que
darle una bofetada».
A
partir de 1911, Jaspers se encamina hacia la filosofía
a partir de la psiquiatría usando como método la
fenomenología de Husserl en la medida en que le ofrece
un método descriptivo de la experiencia subjetiva tal como
dicen experimentarla los enfermos. Su filosofía de la psiquiatría
le lleva a profundizar en una intuición de Dilthey que,
por su parte, ya había distinguido entre un modelo de psicología
explicativa y otro de carácter descriptivo y analítico.
Jaspers profundiza en ese segundo modelo y lo denomina «psicología
comprensiva».
La
distinción entre «Psicología Explicativa»
[erklärende Psychologie] y «Psicología Comprensiva»
[verstehende Psychologie] continúa siendo significativa
hoy. Una comprensión auténtica del “otro”
(del enfermo) exige que el psiquiatra no lo conciba como un objeto
de estudio sino como una experiencia subjetiva. No se trata sólo
de dar una explicación causal de la enfermedad mental (la
sobreexcitación de ciertos nervios, la estructura psicofísica,
etc.). Además, la comprensión de la enfermedad exige,
para Jaspers, acercarse al proceso interno, a la «causalidad
interior» de la enfermedad: la infinidad irreductible de
cada ser humano –y en consecuencia, el respeto que se le
debe– necesitan de la comprensión, que se halla en
el nivel valorativo, más allá de la explicación
descriptiva y causal. Que las dos aproximaciones, explicativa
y comprensiva, sean correctas, no debería hacernos olvidar
que su objetivo es diverso. Estudiar el mecanismo psicofísico
como si tratase acerca de un ser sin alma resulta tan absurdo
como pretender la existencia de un alma sin cuerpo.
Contra
el psicoanálisis
Jaspers
se manifestó abiertamente contra el psicoanálisis
(véase la conferencia SOBRE LA CRÍTICA DEL PSICOANÁLISIS,
1950) precisamente porque no distingue entre los dos niveles explicación
referidos. De hecho, era el mismo uso de la palabra “teoría”
lo que le disgustaba profundamente en el ámbito de la psicología
que, a su parecer, abusa de una analogía con las ciencias
físicas aun sabiendo que nunca podría lograr su
mismo status. La psicología, en la medida que se configura
como saber sobre el alma no es una ciencia (no progresa, no puede
experimentar en sentido pleno...). La psicología no mantiene
más que una analogía, pero no una identidad, respecto
a las ciencias naturales y ello es debido, precisamente, a que
el alma no es, ni puede ser, un concepto propio de las ciencias.
Para
Jaspers la causalidad de la enfermedad mental es un problema distinto
al del sentido de la enfermedad mental. La causalidad es técnica
y constituye un problema de tratamiento (psicoterapia) más
o menos eficaz; el sentido, en cambio, es existencial y no resulta
traducible a fórmulas. Es la personalidad moral tanto del
enfermo como del terapeuta lo que se pone finalmente en juego
en la enfermedad mental.
Jaspers
elabora una serie de críticas al psicoanálisis que
giran entorno del intento freudiano de reducir el “sentido”
de la enfermedad mental a una serie de fórmulas o de síntomas
objetivados. Para el filósofo, el psicoanálisis
hace una reducción incorrecta de la neurosis a la causalidad
mecánica a la vez que desatiende el proceso comprensivo
(que tal vez hoy denominaríamos “empático”,
entre enfermo y terapeuta. Para Jaspers la terapia freudiana,
precisamente porque es profundamente directiva –porque establece
una “ortodoxia” sobre la mente– no puede dar
razón de lo específico de la neurosis.
En
resumen se proponen cinco críticas centrales al psicoanálisis
en Jaspers:
1.-
Todo lo que sucede al hombre (y no sólo en la enfermedad
mental) tiene un sentido. Pero traducir el sentido a “síntoma”,
absolutizar el significado de los síntomas, e interpretar
una biografía entera por una serie más o menos incompleta
de ellos es degradar al individuo. En psicoanálisis los
síntomas se interpretan y contrainterpretan una y otra
vez, precisamente porque no es posible absolutizarlos, porque
siempre hay algo en ellos que se nos escapa. Por eso el psicoanálisis
hace mala ciencia.
2.-
Hay un totalitarismo psicoanalítico que proviene de no
reconocer la división entre cuerpo y alma. El psicoanálisis
se pretende previo a esta distinción y precisamente por
pretender un conocimiento “total” del ser humano,
acaba en totalitario.
3.-
Pese a su supuesto amoralismo, el psicoanálisis manipula
el sentimiento de culpa. Halla una cierta culpabilidad en la enfermedad
mental, y ello hace sufrir al enfermo, lo vuelve vulnerable y
altera el sentido mismo de la ayuda médica.
4.-
El psicoanálisis presupone que existe un estado humanamente
perfecto que se denomina “salud”; pero ello es cuanto
menos dudoso (la salud es un estado dinámico) y conlleva
una filosofía implícita con “artículos
de fe” no siempre confesados.
5.-
En psicoanálisis el terapeuta interviene excesivamente
en la curación y mediatiza las decisiones supuestamente
autónomas de sus pacientes.
En
resumen el psicoanálisis actúa como una ideología
(interesada) o como una fe -la fe propia de los tiempos nihilistas,
podríamos decir– pero no como una ciencia. Podría
compararse a los “Ejercicios Espirituales” de San
Ignacio de Loyola en la medida en que, para Jaspers, ambos procedimientos
no buscan descubrir la verdad, sino algo más sutil: manipular
la propia conciencia, autoconvencerse. El psicoanálisis
es una “fe”, algo no necesariamente malo en principio
–toda curación requiere fe– pero que pude derivar
en fanatismo, en autoengaño; y que, desde luego, nada tiene
que ver con la ciencia. Frases de Jaspers como la referida a los
psicoterapeutas: «no se puede lleva a nadie más allá
de donde se encuentra uno mismo» debieran ser objeto de
atención todavía hoy.
Por
lo demás, alguna de sus opiniones pueden parecer hoy muy
conservadoras en la medida en que Jaspers considera que a extramuros
de la cultura lo humano se degrada inevitablemente en resentimiento
y nihilismo; pero toda su crítica al psicoanálisis
arraigadas en la convicción de que, precisamente, es la
cultura lo que nos protege de la neurosis y no, de ninguna manera,
lo que de forma nihilista la provoca. Veamos simplemente dos frases
claramente reveladoras de su convicción de que es estrictamente
la cultura lo que salva al espíritu en vez de ser lo que,
supuestamente, nos conduce al malestar: «Quien no ve en
el matrimonio más que una forma particular entre otras
igualmente posibles, no ha entendido nada, o muy poca cosa, y
no es apto para el papel de higienista del alma» y «Alguien
que liquida la fe religiosa como sugestión o ilusión
no debiera ocuparse de higiene mental». La función
de la medicina en Jaspers no puede separar el aspecto ético
(madurar moralmente él mismo y acompañar al paciente)
del aspecto científico instrumental. Si el psicoanálisis
no le merece confianza es, al fin y al cabo, porque no ha sido
capaz de comprender el aspecto moralizador y, por tanto de crecimiento
y de plena humanización, que se esconde en la sociabilidad
–y especialmente en sus formas más complejas, más
alejadas de lo instintivo e, incluso, más, barrocas (la
familia, la religión...).
Bibliografía básica:
Jeanne
HERSCH: KARL JASPERS.
Lausana: Éd. L’Age d’Homme, 1978 (2ª ed.
2002)
G.
CANTILLO: INTRODUZIONE A JASPERS
Roma, Bari: Ed. Laterza, 1997