P.
KROPOTKIN
«ÉTICA:
ORIGEN Y EVOLUCIÓN DE LA MORAL»
[Cap. XI]
LA
FILOSOFÍA MORAL DE KANT
Traducción
directa del ruso por Nicolás TASIN.
Ed. MAUCI, Barcelona s.d. (posterior a 1922)
La ÉTICA de Kropotkin es el último texto
del filósofo anarquista; fue escrita después del
triunfo de la Revolución soviética, en el exilio
interior al que le condenaron las autoridades bolcheviques, en
la pequeña ciudad de Dmitrov a 65 km de Moscú y
en un aislamiento brutal, prácticamente sin libros de consulta.
Al margen de lo correcto o no de su interpretación de Kant,
no debe olvidarse que Kropotkin identificaba su ética con
el «darwinismo social de izquierdas», absolutamente
laico. Su crítica a Kant se centra en tres supuestos que
hoy, atendiendo a criterios historiográficos estictos,
son poco defendibles: que malinterpretó a Rousseau (y que
subordinó el problema de la justicia) y que «La Región
dentro de los límites de la mera razón» significa
una rendición de la autonomía moral y que –finalmente–
se amilanó ante las consecuencias de la Revolución
francesa. Pero su comprensión del conflicto entre utilitaristas
y kantianos (que ha centrado buena parte de la filosofía
moral hasta nuestro días) sigue siendo profundamente vigente.
R.A.
Como
ya hemos señalado, las doctrinas de los pensadores franceses
de las segunda mitad del siglo XVIII, como Helvecio, Montesquieu
y Rousseau, así como también los enciclopedistas
Diderot, D’Alembert y Holbach ocupan un puesto muy importante
en la historia de la ciencia moral. Su negación audaz del
origen religioso de la moral, su afirmación de la igualdad,
por lo menos política, y la importancia decisiva que dichos
pensadores atribuyeron al interés personal, entendido razonablemente
en la creación de las formas sociales de vida, todo ello
tuvo una importancia tan considerable en la elaboración
de las ideas morales que contribuyó a que se propalara
en la sociedad la idea de que la moral puede estar completamente
emancipada de toda sanción religiosa.
Sin
embargo, el terror de la Revolución francesa y la perturbación
provocada por la abolición de los derechos feudales después
de las guerras que siguieron a la revolución empujaron
a muchos pensadores a tratar de sentar las bases de la Ética,
una vez más, en principios sobrenaturales más o
menos disfrazados. La reacción política y social
fue seguida en la Filosofía por el renacimiento de la Metafísica.
Empezó este renacimiento en Alemania, donde a fines del
siglo XVIII aparecieron las obras del más considerable
de los filósofos alemanes Emmanuel Kant (1724 –1804).
Su doctrina viene a quedar colocada entre la Filosofía
especulativa de los antiguos y la científico-natural del
siglo XIX. Vamos a analizar brevemente las ideas morales de Kant.
KANT
se propuso crear una «Ética racional», es decir,
una teoría moral fundamentalmente distinta de la «Ética
empírica» cultivada en el siglo XVIII por la mayoría
de los pensadores ingleses y franceses.
El
objetivo que perseguía no era nuevo: casi todos los pensadores
anteriores procuraron determinar las bases racionales de la moral.
Pero Kant creyó descubrir las leyes fundamentales de la
moral, no mediante el estudio de la naturaleza humana y la observación
de la vida y de los actos humanos, sino por medio del pensamiento
abstracto. Esta característica le distinguió de
los filósofos franceses e ingleses de los siglos XVII y
XVIII.
Kant
lllegó al convencimiento de que la base de la moral reside
en la «conciencia del deber». Esta conciencia no obedece
a consideraciones de utilidad personal o social ni al sentimiento
de simpatía o de benevolencia, sino que constituye una
particularidad de la razón humana. Según Kant, la
razón humana es capaz de crear dos clases de reglas de
conducta: unas son condicionales y facultativas, otras incondicionales.
Por ejemplo: quien quiera tener buena salud ha de moderarse. Esta
es una regla condicional. El hombre que no quiere llevar una vida
moderada, poco interès puede tener por su salud. Reglas
semejantes no son obligatorias. A ellas pertenecen todas las reglas
de conducta basadas en el interés y que por lo tanto no
pueden constituir la base de la moral. Los postulados morales
tienen que tener un carácter de mandamientos incondicionales,
es decir, han de estar basados sobre el «imperativo categórico».
Este imperativo categórico representa la conciencia del
deber.
De
la misma manera que los axiomas de las Matemáticas no proceden
de la experiencia (así opinaba Kant), la conciencia del
deber lleva en sí el carácter de una ley natural
y es propia del entendimiento de todo ser que piensa racionalmente.
Es una actualidad de la «razón pura».
No
importa que el hombre jamás obedezca en absoluto al imperativo
categórico. Lo que importa es que el hombre haya llegado
al reconocimiento de este imperativo no recurriendo a la observación
o a sus sentimientos, sino descubriéndolo en sí
mismo y reconociéndolo como ley suprema de su conducta.
¿En
qué puede consistir el deber moral? Según su naturaleza
misma, el deber es lo que tiene un valor absoluto y por lo tanto
no puede ser sólo un medio para la consecución de
otro fin, sino que es la «finalidad» en sí
misma. Ahora bien: ¿qué es lo que para el hombre
puede tener valor absoluto y por lo tanto constituir una finalidad?
Según
Kant, lo único que tiene en el mundo y aun fuera de él
una importancia absoluta es la «voluntad libre y racional».
Todo lo demás tiene en el mundo, según Kant, un
valor relativo. Tan sólo la personalidad racional y libre
tiene en sí un valor absoluto. Así, pues, la voluntad
libre y racional constituye el objeto del deber moral. «Debes
ser libre y racional», tal es el mandato de la conciencia
moral.
Después
de haberla establecido, Kant deduce de ella la primera fórmula
de la conducta moral: «Obra de tal modo que emplees la humanidad,
tanto en tu persona, como en la de cualquier otro, siempre al
mismo tiempo como un fin y nunca sólo como un medio».
Pues todos los hombres, iguales a nosotros, están dotados
de una voluntad libre y racional y no pueden, por lo tanto, servirnos
jamás como medio. Según Kant, el ideal al cual aspira
la moral es una comunidad de hombres libres y racionales en la
cual cada individuo constituya una finalidad para todos los demás.
Basándose en esta idea, Kant definió así
la ley moral: «Obra de tal modo que puedas siempre querer
que la máxima de tu acción sea ley universal»;
o en otra fórmula: «Obra como si la máxima
de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, en ley
universal de la naturaleza».
El
pequeño ensayo en que Kant formula estas ideas (La FUNDAMENTACIÓN
DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES) está escrito
en un estilo sencillo y vigoroso, apelando a los mejores instintos
humanos. Nada tiene, pues, de raro que la doctrina de Kant ejerciera,
sobre todo en Alemania, una enorme influencia. En oposición
a las doctrinas eudaimonistas y utilitaristas que predicaban la
moral porque proporciona al hombre la felicidad (según
los eudaimonistas) o el provecho (según los utilitaristas),
Kant afirmó que el hombre ha de ser moral en la vida porque
así lo exige nuestra razón. Decía, por ejemplo:
debes respetar tu propia libertad y la de los demás no
solamente cuando esperas sacar de ella un placer o un provecho,
sino siempre y en todas las circunstancias porque la libertad
es un bien absoluto y por sí sola constituye una finalidad:
todo lo demás no es más que un medio. En otras palabras,
la personalidad humana ha de ser objeto de una estima absoluta
y en esto, según Kant, reside la base de la moral y del
derecho.
La
Ética de Kant ha de satisfacer indudablemente a los que
dudan del carácter obligatorio de los preceptos de la Iglesia
y del Evangelio y que al mismo tiempo no se deciden a adoptar
el punto de vista de la ciencia natural; la Ética de Kant
encuentra partidarios entre las gentes cultas que se complacen
en creer que el hombre cumple sobre la tierra el mandamiento de
una voluntad suprema, en una palabra, entre los que ven en esa
doctrina la expresión de sus propias creencias vagas y
nebulosas.
Es
indudable que la Ética de Kant alcanza una gran elevación.
Pero ella nos deja en absoluta ignorancia sobre el más
importante de los problemas morales, és decir: “el
origen del sentimiento del deber”. Decir que el hombre experimenta
en sí el sentimiento elevado del deber moral al cual se
cree obligado a obedecer no resuelve la cuestión: esta
afirmación es análoga a la de Hutcheson, el cual
aseguraba que el sentimiento moral que guía al hombre en
su conducta está profundamente anclado en la naturaleza
humana. La razón, según Kant, nos impone la ley
moral. La razón, independientemente de la experiencia y
de la observación de la naturaleza. Pero después
de haber tratado de probar esta idea con gran calor, hubo de reconocer
Kant, una vez publicada la CRÍTICA DE LA RAZÓN PRÁCTICA,
que la fuente del amor a lo moral no puede residir en el hombre
y se inclinó a atribuirle un origen divino.
Esta
regresión a la Ética teológica obedeció,
tal vez, a la decepción provocada en Kant por la Revolución
francesa. Sea de ello lo que fuere, he aquí sus propias
palabras: «Hay sin embargo en nuestra alma algo que provoca
nuestra admiración y entusiasmo y ello es nuestra capacidad
moral innata». ¿Pero en qué reside esta capacidad
que nos eleva tan por encima de nuestras necesidades habituales?
«Su origen misterioso, tal vez divino, levanta nuestro espíritu
hasta el entusiasmo y nos da fuerzas para todos los sacrificios
que reclame el sentimiento del deber» [LA RELIGIÓN
DENTRO DE LOS LÍMITES DE LA MERA RAZÓN]
Por
lo tanto, después de haber negado la importancia y casi
la existencia misma en el hombre del sentimiento de simpatía
y del instinto de sociabilidad, sobre los cuales habían
basado sus doctrinas morales Hutcheson y Adam Smith, considerando
sólo que la capacidad moral es uno de los atributos fundamentales
de la razón, Kant no podía en verdad encontrar en
la naturaleza nada capaz de señalarle el origen natural
de la moral y por esto se vió obligado un origen divino
para nuestro sentimiento del deber moral. Cierto es que Kant admitía
que la conciencia de la ley moral es propia no sólo del
hombre sino también de «todos los seres racionales»,
pero como quiera que de esta designación excluía
a los animales hay que suponer –como ya lo observó
Schopenhauer– que aludía al «mundo de los ángeles».
Kant
contribuyó mucho sin embargo al aniquilamiento de la Ética
religiosa tradicional y a preparar el terreno para una Ética
nueva puramente científica. Puede decirse sin exageración
que Kant ha abierto el camino para la Ética evolucionista
contemporánea. Tampoco hay que olvidar su idea justísima
de que la moral no puede basarse en consideraciones de utilidad
ni en la idea de felicidad, como habían tratado de hacerlo
los utilitaristas y los eudaimonistas. Al mismo tiempo afirmaba
que el sentimiento de la simpatía no da una base suficiente
para explicar la moral. En efecto, aun en los hombres que tienen
muy desarrollado el sentimiento de la simpatía para con
los demás pueden darse a veces casos de contradicción
con otras aspiraciones de la naturaleza humana. Y aun cuando puede
admitirse que estas contradicciones sean solamente momentáneas,
es indudable que, cuando se producen, el hombre vacila entre la
conciencia moral y sus aspiraciones de otra índole. ¿En
qué consiste, pues, la condición que ayuda al hombre
a resolver el problema moral? ¿Por qué la solución
que nosotros calificamos de moral nos produce satisfacción
y es aprobada por los demás? Este problema, que es el fundamental
de la ética, Kant no lo ha resuelto.
Tan
sólo ha señalado Kant la lucha que existe en el
interior del hombre entre lo que es moral y lo que no lo es y
ha afirmado que el papel decisivo en esta lucha lo desempeña
la razón y no el sentimiento. Pero entonces se plantea
el problema siguiente: ¿por qué la razón
toma tal resolución y no otra distinta? Kant ha excluído,
y con mucha razón, del problema moral en las consideraciones
de utilidad. Por supuesto, las consideraciones sobre la utilidad
de los actos morales han tenido para el género humano mucha
importancia y han influido en la elaboración de nuestras
ideas éticas; pero queda siempre algoque estas consideraciones
no pueden explicar y este «algo» es precisamente lo
que se trata de comprender. Tampoco bastan las consideraciones
sobre la satisfacción que experimentamos después
de realizar un acto moral, porque lo que se trata de explicar
es el “porqué” de esta satisfacción,
de la misma manera que al explicar el efecto que nos producen
ciertas combinaciones de sonidos y acordes hay que estudiar el
porqué unas combinaciones nos resultan más agradables
que otras.
Así
es que, aunque Kant no pudo contestar a las cuestiones fundamentales
de toda Ética, preparó el camino para los que, como
Darwin, siguiendo las indicaciones de Bacon se fijaron en el instinto
de sociabilidad propio a todos los animales que viven en común
y vieron en este instinto, cada día más y más
desarrollado, la «cualidad fundamental del hombre».
De este modo Kant ayudó a la creación de una nueva
Ética realista.
Mucho
podría decirse sobre la Filosofía moral de Kant,
pero me contentaré con formular algunas observaciones finales.
En
su FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES,
obra principal sobre la Ética, Kant reconoció honradamente
que no sabemos por qué nos sentimos obligados a actuar
según la ley moral: «¿De dónde procede
el carácter obligatorio de la ley moral...? Es una especie
de círculo que pareceno tener salida». «Nos
consideramos libres y al mismo tiempo estamos sometidos a las
leyes morales», atribuyendo esta sumisión a nuestra
libre voluntad. Kant procuró aclarar este pretendido error
del pensamiento con una explicación que muestra a las claras
la base de toda su Filosofía del conocimiento. La razón
–decía– está no sólo por encima
del sentimiento, sino también del entendimiento, puesto
que contiene algo más de lo que nos proporcionan los sentidos.
«La razón se manifiesta en una espontaneidad tan
pura, en lo que califico de Ideas, que va mucho más allá
del límite de lo que pueden proporcionarle los sentidos;
su función principal consiste en establecer la distinción
entre el mundo de los sentidos y el del entendimiento, señalando
con ello los límites de este último». «Al
concebirnos como seres libres nos trasladamos al mundo del entendimiento
y reconocemos la autonomía de la voluntad, por su consecuencia,
la moral; mientras que al considerarnos obligados nos observamos
como perteneciendo simultáneamente al mundo de los sentidos
y al del entendimiento». La libertad de la voluntad, según
Kant, no es otra cosa, por lo tanto, que una Idea de la razón.
Claro
está que Kant, al hacer estas afirmaciones, se basa en
su «imperativo categórico» que es «la
ley fundamental de la razón pura moral» y, por lo
tanto, una forma indispensable de nuestro pensamiento. Pero no
pudo explicar de dónde y a merced de cuáles causas
nació en nuestra razón esta forma de pensamiento
precisamente. Nosotros podemos ahora, según creo, afirmar
que esta forma emana de la idea de justicia, es decir, del reconocimiento
de la igualdad de derechos para todos.
Se
ha escrito mucho sobre la esencia de la ley moral kantiana. Lo
que constituye el mayor obstáculo para que la fórmula
de esa ley sea reconocida por todos: ¿es su afirmación
de que la solución moral debe ser tal que pueda ser aceptada
como debe ser reconocida? ¿Por la razón de un solo
hombre o por la sociedad? Si lo es por la sociedad, entonces,
para la apreciación común de un acto determinado
es preciso que este acto sea útil al bien común
y, en este caso, llegamos a las teorías de la utilidad
(utilitarismo) o de la felicidad (eudaimonismo) que tan resueltamente
rechazó Kant. Si se trata del reconocimiento de dicha solución
por la razón de cada hombre aislado y no como consecuencia
de la utilidad de tal o cual acto, sino porque lo impone la razón,
hay que reconocer que en la razón humana debe existir algún
elemento que Kant, por desgracia, no ha señalado. Este
“algo” existe, en efecto, y para concebirlo no era
necesario pasar por toda la Metafísica kantiana. Estuvieron
muy cerca de la concepción de este algo los materialistas
franeceses, así como los pensadores ingleses y escoceses
y esta particularidad de la razón es, como ya he dicho
varias veces la idea de justicia, es decir la de la «igualdad
de derechos». No existe, en efecto, ni puede existir otra
idea capaz de convertirse en regla universal para la apreciación
de todos los actos humanos. Más aun: esta validez no está
reconocida solamente por los «seres pensantes» -o
por los ángeles, a los cuales aludñia quizás
Kant– sino también por muchos animales sociales;
y es imposible explicar esta facultad de la razón sin tener
en cuenta el desarrollo progresivo o sea la evolución del
hombre y del mundo animal en general. En efecto, no cabe negar
que la aspiración principal del hombre es la de llegar
a la felicidad personal en el más amplio sentido de la
palabra. En esto tienen razón los eudaimonistas y utilitaristas.
Pero tampoco cabe dudar de que el principio moral regulador se
manifiesta, al mismo tiempo que en la aspiración a la felicidad,
en los sentimientos de sociabilidad, de simpatía y de ayuda
mutua que se obserban no sólo entre los animales sino en
el hombre y que se desarrollan continuamente con él.
La
doctrina de Kant despertó la conciencia moral de la sociedad
alemana y le ayudó a atravesar un período crítico.
Pero Kant no analizó profundamente la base de la vida social
alemana. Después del panteismo de Goethe, la doctrina de
Kant provocó un retroceso social y la vuelta a la explicación
sobrenatural de la Ética; apartó a ésta del
método que emplearon los pensadores franceses del siglo
XVIII, método que consistía en buscar la explicación
del principio fundamental de la moral en causas naturales y en
la evolución progresiva.
En
general, los admiradores contemporáneos de Kant harían
bien en ahondar en la doctrina moral de su maestro. Sería,
por supuesto, deseable que la regla de nuestra conducta pudiera
convertirse en una ley general. ¿Pero ha descubierto Kant
esta ley? Hemos visto ya que todas las doctrinas morales, incluso
la de los eudaimonistas y utilitaristas, veían la base
de la conducta moral en el interès de la colectividad.
Pero la cuestión reside en saber lo que puede calificarse
de interès general; y esto, que tanto había preocupado
a Rousseau y a los demás pensadores franceses anteriores
a la Revolución, así como a sus predecesores ingleses
y escoceses, Kant no procuró en manera alguna tratar de
resolverlo. Se contentó con alusiones a la voluntad divina
y a la fe en la vida futura.
En
cuanto a la segunda fórmula del imperativo categórico
de Kant: «obra de tal modo que emplees la Humanidad, tanto
en tu persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo
como un fin y nunca sólo como un medio», puede ser
expresada en palabras mucho más sencillas: en las cuestiones
que interesan a la sociedad, persigue no sólo tu interès
personal, sino el de toda la comunidad.
Este
principio altruista, en el cual Kant creía reconocer el
mérito principal de su Filosofía, es tan antiguo
como la moral misma. En Grecia se sostuvieron, alrededor de este
principio vivas polémicas entre estoicos y epicúreos
y luego, en el siglo XVII, entre Hobbes, Locke, Hume, etc. además
la fórmula de Kant es, en sí mismo, falsa. El hombre
es un ser verdaderamente moral, no cuando cumple la ley que cree
divina, ni cuando actúa en su pensamiento egoísta
de esperanza y miedo, como por ejemplo los elementos que entran
en la vida de ultratumba, sino tan sólo cuando sus actos
morales se han convertido para él en una segunda naturaleza.
Como
ha dicho Paulsen en su SISTEMA DE ÉTICA, Kant profesó
respeto por las masas populares, entre las cuales se encuentran,
con más frecuencia que entre las gentes cultas, personas
dotadas de un fuerte y sano sentido del deber. Pero no llegó
al reconocimiento de la igualdad de derechos de las masas con
las demás clases de la sociedad. No se fijó en que
al hablar con tanta elocuencia del sentimiento del deber no proclamaba,
sin embargo, los principios que habían proclamado ya Rousseau
y los enciclopedistas, que la Revolución había escrito
en su bandera, en una palabra, la igualdad de derechos. No se
atrevió porque le faltó valor lógico. Apreciaba
las ideas de Rousseau en sus consecuencias secundarias, pero no
en su esencia fundamental, es decir, en el llamamiento a la justicia.
Al inclinarse, como lo hacía, ante el sentimiento del deber,
Kant no se preocupaba de averiguar de dónde nace esta tendencia
de la naturaleza humana y se contentaba con decir que se trata
de una ley general. Finalmente, puso su Ética bajo la protección
de un ser superior.
La
corrupción de las costumbres al finalizar el siglo XVIII
la atribuía Kant a la influencia nefasta de los filósofos
franceses, ingleses y escoceses. Se empeñó en restablecer
el respeto al deber desarrollado en el hombre, a su juicio, gracias
a la Religión y con este empeño la Filosofía
moral kantiana, so pretexto de utilidad social, contribuyó
a retrasar el triunfo de la Filosofía de la evolución
en Alemania. Sobre esto ya se han expresado elocuentemente una
serie de críticos de la filosofía Kantiana como
Wundt, Paulsen, Jodl y muchos otros.
El
mérito inmortal de Kant, ha dicho Goethe, consistió
en haber acabado con nuestra molicie. En efecto, su Ética
inauguró un concepto más rigorista de la moral que
acabó con el libertinaje que, si no era inspirado por la
filosofía del siglo XVIII, por lo menos encontró
en ella su justificación. Pero para el desarrollo subsiguiente
de la moral y para la comprensión de la naturaleza de la
misma, la doctrina de Kant no ha aportado nada nuevo. Al contrario,
al dar a los filósofos una cierta satisfacción intelectual
en su obra de descubrir filosóficamente la verdad, esta
doctrina paralizó durante largo tiempo el desarrollo de
la Ética en Alemania. En vano Schiller, gran conocedor
de la antigua Grecia, insistió en afirmar que el hombre
es verdaderamente moral, no cuando en él luchan el sentimiento
y el deber, sino cuando la moral se convierte en su segunda naturaleza.
En vano trató de provar que el desarrollo verdaderamente
artístico (no por cierto el esteticismo contemporáneo)
contribuye a la afirmación de la personalidad, que el arte
y la belleza ayudan al hombre a elevarse hasta un nivel superior
abriendo el camino al reino de la razón y al amor a la
humanidad. Los filósofos alemanes que después de
Kant estudiaron los problemas éticos siguieron el ejemplo
de su maestro, vacilando entre el sistema teológico y el
filosófico de la Ética. No abrieron nuevos caminos,
no inspiraron al hombre la idea de servir a la humanidad, no supieron
salirse del marco del régimen feudal de la época
y mientras aparecía ya la doctrina utilitarista guiada
por Bentham y Mill, así como la positivista con Augusto
Comte a la cabeza, que más tarde condujo a la Ética
científico-natural de Darwin y Spencer, la Ética
alemana seguía alimentándose con las migajas del
kantismo o divagando en las nieblas de la Metafísica y
volviéndose a veces, más o menos francamente, a
la Ética religiosa.
Sin
embargo, si la Filosofía alemana de la primera mitad del
siglo XIX, así como la sociedad de entonces, no se atrevió
a romper con las tradiciones feudales contribuyó evidentemente
al renacimiento moral de Alemania, inspirando a las jóvenes
generaciones ideales elevados. En este sentido se destacaron sobre
todo Fichte, Schelling y Hegel.