Karl Marx
«Ningún tipo de socialismo real puede decirse hijo de Marx; hay cosas de él que son válidas.
Una entrevista con Georg Sans (Fragmentos)
Georg SANS es un jesuita alemán, profesor de Filosofía y de Teología en la Universidad Gregoriana de Roma, que provocó un pequeño escándalo en el ámbito católico al defender la vigencia del marxismo desde las páginas del mismísimo diario vaticano L’OBSERVATORE ROMANO, en un artículo publicado con motivo del 20 aniversario de la caída del muro de Berlín. En esta entrevista de Irene Hernández Velasco, publicada en el diario El Mundo (Madrid, España, 25 de diciembre de 2009), explica desde un punto creyente la vigencia de Marx.
Pregunta: — Juan Pablo II arremetió contra el comunismo muchas veces durante su pontificado, y lo mismo cabe decir de Benedicto XVI. Usted, sin embargo, reivindica el marxismo. ¿No es contradictorio?
Respuesta: — Puede parecer una contradicción absoluta. Y por eso es necesario que le haga inmediatamente dos precisiones. La primera es que el marxismo, concebido como realidad histórica, en mi opinión no coincide enteramente con el pensamiento de Marx. Es necesario distinguir entre marxismo como realidad histórica y el pensamiento filosófico de Marx. Y en segundo lugar, yo no reivindico el pensamiento de Marx en general. Como comprenderá, no comparto para nada el pensamiento de Marx a propósito de la religión. Tampoco reivindico la visión marxista del hombre, y considero errónea la idea de una antropología materialista. Y estoy en contra de la filosofía marxista de la historia ya que, en mi opinión, el determinismo histórico no se mantiene.
P. — Entonces, ¿qué parte de Marx reivindica?
R.- Reivindico dos puntos bien precisos. El primero es la concepción del trabajo. Tenemos la tendencia a considerar el trabajo como una necesidad desagradable que no queda más remedio que aceptar. Se trabaja para vivir, para ganar el dinero que nos permite vivir. Pero el trabajo se podría entender como una actividad a través de la cual el ser humano se realiza y contribuye al bien común. Según Marx, si consideramos el trabajo como una simple necesidad para sobrevivir, significa que es algo extraño al hombre, un «alien» para el ser humano. Marx lo llama trabajo alienante, que va contra su naturaleza. Y la idea de que nos amenaza un tipo de trabajo que va contra la naturaleza del hombre me parece importante, válida y vigente. Además, un aspecto no muy considerado en la época de Marx pero que hoy es importantísimo es: ¿Qué hacemos con todas las personas que no tienen trabajo? El trabajo es parte integral de nuestra dignidad y no simplemente una necesidad, una mercancía o un bien económico.
P. — Y, si no me equivoco, el segundo punto que reivindica de Marx es su teoría del dinero, ¿no es así?
R. — Sí. Marx explicaba el dinero en términos de capital. El capital es una forma de dinero que no sirve como objeto de cambio. Es más: quien tiene capital no quiere gastarlo, sino aumentar. Marx en El Capital trató de explicar cómo es posible que ese tipo de dinero, el capital, aumente. Y la respuesta que ofrece es que aumenta gracias a la plusvalía del trabajo.
P. — Pero desde el punto de vista de la teoría económica la explicación marxista de la plusvalía está absolutamente superada…
R. — Sí. Es verdad que ningún economista cree realmente en ella. Pero aun así la pregunta permanece: ¿Cómo se explica que exista esa extraña forma de dinero, el llamado capital, que aumenta? ¿De dónde proviene? Yo sostengo que aun siendo la teoría marxista esencialmente falsa, nadie ha propuesto otra mejor.
P. — Pero insisto: la mayoría de los expertos consideran que Marx no logra explicar las profundas desigualdades que genera la economía de mercado…
R. — E insisto yo también: si Marx no las explica, ¿cómo las explicamos? ¿Se pueden explicar esas desigualdades por la diligencia de unos y la holgazanería de otros? ¿Por la suerte natural? ¿Por el destino? ¿Es algo a lo que tenemos simplemente que resignarnos? Marx dice que esas diferencias no son un factor natural o del destino, sino que son el efecto de ciertas estructuras económicas. Puede que Marx no sea la solución, pero nos indica el camino para resolver este problema. Y no sólo desde un punto de vista moral, sino también estructural. Ha sido él el primero en decir que en las estructuras económicas se encuentra una explicación a las desigualdades. Y si su aclaración es falsa, que en muchos aspectos creo que lo es, busquemos una mejor.
P. — Pero, ¿admite usted que la economía planificada no funciona?
R. — Por supuesto. Todos sabemos que la economía planificada ha sido un fracaso, que no ha funcionado ni funcionará jamás. Sobre todo porque, según nos explica la historia, la socialización ha servido para camuflar los intereses de ciertos grupos particulares. Nunca ha habido una propiedad colectiva, sino otra oligarquía que se adueñaba de los bienes.
P. — ¿Quiere decir que en su opinión el marxismo puro nunca ha sido llevado a la práctica?
R. — La gran tragedia de Marx es que nunca ha sido un pensador político que haya dicho claramente qué tipo de sistema político y económico se deba poner en marcha. Marx ha dejado un vacío tremendo que luego sus seguidores han colmado al tratar de llevar a la práctica el marxismo. Por eso, ningún tipo de marxismo o socialismo real puede decirse hijo de Marx.
(…)
P. — ¿Marx ha sido víctima del fracaso del marxismo?
R. — Marx es víctima de aquellos que han llevado a la práctica el llamado marxismo y que han interpretado su pensamiento de una manera que no corresponde a sus ideas.
(…)
P. — ¿Qué puede aportar Marx en la actual situación de crisis económica que vivimos?
R. — Yo creo que tenemos que preguntarnos si la injusticia social es fruto de los mecanismos del marcado o de un orden económico creado por nosotros, y sobre el cual debemos decidir si lo queremos o no. Yo veo una perversa semejanza entre el marxismo mal entendido y el neoliberalismo, en el sentido de que ambos son en cierto sentido deterministas. Ambos quieren hacernos creer que existen mecanismos históricos y económicos que hacen que al final tenga que haber desocupados. Y la Iglesia en este sentido es fuertemente antideterminista. No son los mecanismos de mercado sino nosotros los responsables de la situación actual, y somos nosotros los que debemos reflexionar sobre estas estructuras y cambiarlas si es necesario.