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NEUROÉTICA

LOS PROBLEMAS ÉTICOS QUE PROVOCA UNA HORMONA

 

 


En el año 2005, un experimento realizado por un equipo de la Universidad de Zurich y publicado por la revista Nature [M. Kosfeld et al., « Oxytocin increases trust in humans », Nature, vol. CDXXXV, n° 7042, 2 junio 2005], produjo un cataclismo en el ámbito de la ética. Cincuenta y seis personas aceptaron jugar con dinero. Se les daba una cantidad y ellos debían decidir si aceptaban (o no) entregarlo para que lo administrase a un banquero con el que tenían una conversación. Antes de la conversación, la mitad de entre ellos respiraban un spray de oxitocina, una hormona perfectamente natural y producida por el hipotálamo entre cuyas propiedades está la de tener un importante papel en las relaciones interpersonales. Pues bien el resultado de la experiencia fue que, comparados con el grupo testigo, entre los voluntarios que habían respirado oxitocina, fueron el doble quienes entregaron el dinero al banquero.

La oxitocina era conocida porque estimula la producción de leche materna y los comportamientos maternales. Pero hacia 1980 se supo también que esa hormona interviene en los comportamientos sociales y en las situaciones en que se genera confianza. Incluso está demostrado que la oxitocina interviene en la fidelidad matrimonial; de ahí que tenga un gran interés su uso como psicofármaco. En junio de 2008 diversos equipos de investigadores anunciaron tener a punto un ‘elixir de la confianza’ para enfermos de fobia social. [Véase « L’hormone ocytocine pour réduire l’anxiété (ou phobie) sociale », PsychoMédia, 23 junio 2008. Disponible enwww.psychomedia.qc.ca]  


Pero la confianza no es sólo un problema hormonal. Constituye también un poderoso regulador de las actividades sociales y los filósofos la describen como un valor moral, en la medida que reduce la incertidumbre y el riesgo, que son siempre problemáticos en una perspectiva de bienestar. Francis Fukuyama ha considerado incluso que es el fundamento mismo de la actividad económica y Russell Hardin, en «Trust», [Polity Press, 2006], ha realizado aportaciones interesantes a la cuestión de la relación entre riesgo y confianza. Cuando votamos en una sociedad democrática llevamos a cabo un acto de confianza en un contexto de riesgo y cuando compramos o vendemos confiamos en la calidad del producto o en que recibiremos por él un precio justo, pero confianza y riesgo van de la mano. Todo lo que signifique usar medios manipuladores del tipo que sea para que un grupo de usuarios de un producto pierda la sensación de riesgo y acentúe hábitos de confianza, tiene unas consecuencias colectivas inmediatas.


Así, pues, ¿sería posible manipular con oxitocina a un grupo para que votase por un determinado candidato? ¿O, tal vez, un banquero desaprensivo podría quedarse con nuestros ahorros porque previamente nos rociaron con oxitocina en la sala de espera?

Para un filósofo la pregunta es apasionante: ¿La confianza es una construcción social o un problema biológico, hormonal? Y en todo caso: ¿Cómo se articula lo biológico con lo social? Una posible respuesta al problema ha sido la de negar que mediante la oxitocina se pueda, verdaderamente, provocar confianza. La confianza es una situación permanente, extendida en el tiempo y tiene carácter intencional y no físico. En cambio, el experimento con la oxitocina es algo puramente físico, que no pone en juego ningún elemento simbólico de carácter permanente y tiene efectos limitados. Cuando la hormona se evapora termina el hechizo.

Pero hay estudios muy abundantes sobre manipulación de conductas mediante hormonas y se conoce desde hace tiempo que una disminución de la tasa de serotonina produce depresiones y un aumento lleva a la euforia. Los medicamentos que contienen serotonina mejoran el comportamiento social y disminuyen los sentimientos negativos hacia uno mismo.
Sociólogos, filósofos morales y neurocientíficos se sienten interpelados por los problemas que plantea la relación entre el substrato biológico y las construcciones sociales. Explicar la conducta moral ‘sólo’ por la biología o ‘sólo’ por la cultura parece un reduccionismo. Pero sin comprender los fundamentos biológicos de la conducta humana, la ética puede quedar reducida a una serie de ‘consejitos’ absolutamente intrascendentes por inaplicables. La neuroética trata de dar respuestas convergentes a los problemas que suscita la relación entre nuestro conocimiento de la mente y los principios morales. Hoy resulta poco más que un programa, pero su horizonte puede resultar sorprendente en cuanto permita realizar la vieja utopía ilustrada de una ética plenamente científica.  

 

 

 

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