Así planteado este título es perfectamente absurdo, pero no se me ha ocurrido nada mejor para señalar que cuando se habla de ‘enfermedades genéticas’, conviene ir con tiento. No sólo muchas enfermedades supuestamente ‘genéticas’ tienen componentes no genéticos (como la alimentación, el estrés en el trabajo, la pureza del aire que se respira y del medio ambiente en general...). Se habla con demasiada precipitación de que algo es genético, cuando:
1.- produce un comportamiento distinto al aceptado por las normas sociales.
2.- es resultado de una herencia familiar, médicamente reconocida.
3.- no se sabe a qué atribuir un comportamiento.
Es decir, llamar a algo ‘genético’ puede ser una buena forma de salir de del paso, y en el campo de la neuroética puede ser, incluso, una coartada que nos permita hacer pasar por biológico lo que no lo es. Además, el mismo gen puede ser ‘bueno’ para una cosa y ‘malo’ para otra.
Para complicar las cosas, una enfermedad puede llegar a ser ‘genética’ por causas que no lo son en absoluto. Hiroshima, Nagasaki, Tchernobyl, Bhophal o la desecación del mar de Aral en el Asia Central (antaño el cuarto lago más extenso del mundo), han producido enfermedades que han afectado a los genes de los individuos que allí vivían pero sus causas proceden de la pura incompetencia tecnológica o política. Sabemos también que el DDT provoca malformaciones y que, al no ser biodegradable, las seguirá provocando durante generaciones por muy prohibido que esté. En definitiva, muchos procesos ‘genéticos’ han sido ‘culturalmente’ producidos.
Habría que matizar mucho cuando se dice, pues, que ‘todo está en los genes’ y que la conducta está genéticamente determinada, En realidad lo biológico y lo ecológico han evolucionado en paralelo. Cualquier nuevo organismo biológico produce, a su vez, la creación o la modificación de su entorno ecológico. Suponer que el Santo Grial de la ética está en las neuronas tiene el peligro de acabar conduciéndonos a alguna ingenuidad conceptual. Así, por ejemplo, resultaría peligroso acabar convirtiendo a la neurona en una especie de nuevo receptáculo de viejo concepto de ‘alma’. Una determinada ideología de la ‘salud perfecta’ (paralela a la de la ‘conducta intachable’) circula demasiado tanto en el ámbito de la genética y de las neurociencias como en el de la ética. Y entre tanto nos impide entender el papel creativo del error.
