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INTRODUCCIÓN A MAX STIRNER (1806-1856)

 

Max STIRNER (Bayreuth, 25 octubre 1806 – Berlín, 26 junio 1856) es una especie de “filósofo secreto” tal vez por demasiado obvio. Unas cuantas frases socorridas, del tipo «He fundado mi causa en la nada», o «mi causa no es divina, ni humana, no es ni lo Verdadero, ni lo Bueno, ni lo Justo, ni lo Libre, es lo mío, no es general sino única, como Yo soy único», bastan para que algunos lo admiren y otros simplemente se sonrían por tanta (¿bendita?) ingenuidad, o se indignen porque el egoísmo stirneriano conduciría ya no a la anarquía, sino al Caos.

Claro que ello no es óbice para que, alguna que otra vez STIRNER pueda resultar muy agudo en tanto que observador, como cuando muestra que «en manos del Estado la fuerza se llama derecho, en manos del individuo se llama delito», pero en general sólo da para situarlo en alguna de las infinitas ramas del árbol otrora frondoso y hoy algo ralo que, por simplificar, llamamos “anarquismo”.

Sin embargo la obra del desconocido y casi clandestino STIRNER ha sido reconocida fuente de inspiración –y acicate conceptual más o menos confesado– para gentes tan diversas como MARX que le dedicó un estudio con el significativo título de «San Max» en el cap. I.III de LA IDEOLOGÍA ALEMANA, como NIETZSCHE, cuya relación con él todavía se discute y que ante EL ÚNICO llegó a temer que lo considerasen un vulgar plagiario. O como Carl SCHMITT que lo leyó en la cárcel en 1947 y se llegó a «obsesionar»; o como Benito MUSSOLINI y los situacionistas. Incluso parece que hay una página de Husserl –sólo una– donde se habla de la «fuerte tentación» que representa EL ÚNICO...

Hay, pues, una multitud ingente de stirnerianos confesos o secretos, aunque sólo sea porque una u otra vez toparon con la obra del filósofo posthegeliano, fuese para quedar presos de ella (caso del situacionismo y de Mussolini) o para pelearse en profundidad con él (Nietzsche, Marx...)

A veces STIRNER ha sido leído como un “egoísta radical” (por aquello de que: «Egoísta es no atribuir a nada un valor propio o “absoluto” sino buscar siempre en mi su propio valor.») Otras veces aparece como un develador del poder para el que «todo Estado es despótico, sea uno el déspota, sean muchos o sean incluso todos, como sucede en una república donde cada cual tiraniza al otro.» Pero también la derecha más extrema lo ha reivindicado como valedor de la singularidad –más incluso de la “singularidad que del individualismo– en el tiempo de las masas. Que alguien identifique al “Yo” con la “Propiedad” no deja de resultar francamente aristocrático.

Además de «pecar contra el concepto de Estado» y de «revelarse ante el concepto de ley» sobrevalorando la individualidad, STIRNER es el autor excesivo que anuncia la llegada del nihilismo y del antihumanismo –por la propia sobrevaloración del Yo, incluso en la ceguera de la racionalidad. Por eso tal vez merece ser leído cuando el antihumanismo triunfa vestido, precisamente, de exaltación del Yo.

Hay dos tendencias muy distintas a la hora de leer el que fue el único libro de STIRNER: EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD (1844) –aunque tal vez sería mejor traducir DER EINZIGE UND SEIN EIGENTUM como «El ego y su propiedad», dicho sea de paso.

Por una parte, STIRNER sería un anarquista y un teórico de la concepción libertaria del mundo. Esa es la tesis que defendió su único discípulo, John Henry MACKAY (1864-1933) que, por cierto, se suicidó en Berlín a los pocos días de la famosa quema de libros de mayo de 1933, y cuyo archivo se encuentra hoy en Moscú. Sin embargo, esta lectura puede resultar excesivamente forzada porque STIRNER sería más un solipsista que un anarquista. Su obra está más cerca de la Insurrección individualista que de la Anarquía en la medida que ni siquiera acepta la existencia de una entidad llamada “pueblo”, pues, «”Pueblo” es el nombre del cuerpo y “Estado” es el nombre del espíritu.» STIRNER, por lo demás escribió frases que no parecen nada libertarias como ésta, por ejemplo: «se oyen grandes recriminaciones a propósito de los “daños milenarios” que los ricos habrían cometido en su enfrentamiento con los pobres. Como si los ricos tuviesen la culpa de la existencia de la pobreza y los pobres no la tuviesen en la misma medida de la existencia de la riqueza.» Que Proudhon o Bakunin lo silencien posiblemente indica que jamás vieron claro el anarquismo stirneriano, aunque simpaticen más o menos con la hipótesis según la cual: «todo lo sagrado es un lazo, una cadena.»

En todo caso siempre ha habido una corriente de socialismo individualista que ha asumido con Jean Jaurès en un artículo en la revista SOCIALISME ET LIBERTÉ de 1898 (dos años antes de la muerte de Nietzsche) que «el socialismo es la afirmación suprema del derecho individual», en la medida en que el capitalismo y la máquina representan la negación de la individualidad. La paradoja de que la supuesta revolución liberadora en realidad no logró más que esclavizarnos todavía de una manera más zafia está, de hecho, implícita –y explícita– en la argumentación de EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD.

Una segunda lectura posible de la obra de STIRNER es la de quienes se le acercan en clave existencialista. Así se pondría de relieve la significación de un ateísmo consecuente, capaz de enfrentarse a quienes desde el racionalismo no logran asumir con radicalidad las consecuencias de haber abandonado «el círculo mágico de cristianismo.» Es conocida la frase stirneriana: «nuestros ateos son gente piadosa.» Así STIRNER representaría la auténtica opción de quienes pretenden «filosofar con el martillo.» Si hay alguien que haya planteado qué significa ser «propietario de mi propio poder» y que reivindique la propia singularidad en «lo efímero mortal» ese es STIRNER. Hoy todavía se critica en EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD ese punto “frenético” que anuncia el vacío existencial de Sartre.

Es bien sabido que uno de los pocos argumentos realmente valiosos para evitar el vértigo y el sin sentido de la Nada existencial sería la existencia de un derecho que cobija, ni que sea temporalmente las relaciones humanas bajo el paraguas de la racionalidad. Pero STIRNER pretende mostrar que la concepción del derecho deriva directamente del concepto de «Espíritu» («ya sea este Espíritu de la naturaleza, de la especie, de la humanidad, o de Dios, de Su Santidad de su Eminencia, etc.») Lo que la izquierda hegeliana anuncia –es decir el hecho de la dinámica social acelerada que vive de su propia destrucción– se realiza en Marx bajo la forma de una teoría de la historia que creará un nuevo “sentido existencial” (superando así el vértigo mediante la nueva ciencia del materialismo histórico) o se asume como tal nihilismo en STIRNER.

No puede pasarse por alto la hipótesis, defendida por algunos “marxólogos” que ven en el debate con STIRNER una de las motivaciones del origen del materialismo histórico. Lo que Engels despachaba como «un caso curioso» [en LUDWIG FEUERBACH Y EL FIN DE LA FILOSOFÍA CLÁSICA ALEMANA, (1888)] sería en realidad mucho más que eso: toda la teoría marxista de la historia vendría a constituir así un mecanismo racional y objetivador que permite escapar del lenguaje moralizante, irracionalista y subjetivo de EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD. La auténtica polémica sería, pues, la de quienes construyen un artefacto histórico y lógico (los marxistas) contra quienes negan la trascendencia y la racionalidad de la historia, en la medida que la consideran un mal remedo del viejo concepto de lo “divino”. Uno de los hallazgos más radicales de STIRNER consiste, precisamente, en distinguir entre lo que somos (hombres con minúscula) y lo que nos engañamos al pretender ser –y que por lo tanto nos esclaviza– es decir «Hombres» con mayúscula. Así frente a quienes veían a la clase obrera como la nueva comunidad salvadora, STIRNER escribe: «No, la comunidad como “objetivo” de la historia, hasta el presente es imposible. Deshagámonos cuanto antes de toda ilusión hipócrita acerca de ello, y reconozcamos que si como Hombres somos iguales, iguales no lo somos, puesto que no somos Hombres.»

También podría hablarse de un STIRNER postkantiano que toma radicalmente “por los cuernos” (con perdón) la hipótesis kantiana de la «autonomía» hasta decidir que lo único que posee un valor radicalmente autónomo y antiinstrumental es el Yo absoluto e incondicionado, inevitablemente aristocrático.

E incluso cabría recoger un STIRNER irónico en la tradición más pura del cinismo antiguo, cuando dice aquello de:«Los crímenes surgen de la ideas obsesivas. El matrimonio es una idea obsesiva.»

¿Para qué leer hoy EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD? Tal vez para retener en sus páginas algunas intuiciones profundas sobre la forma como el Poder –escríbase en este caso con mayúscula– es capaz de construir súbditos. Si la respuesta de STIRNER parece algo ingenua, su pregunta sobre cómo nos constituimos y nos identificamos a nosotros mismos desde el poder –y desde sus máscaras, que incluso a veces pueden parecer filantrópicas– está en el centro de las preocupaciones de quienes quieren preservar la libertad individual en los tiempos del control informacional del mundo. Hoy sabemos que incluso quienes luchan «contra» el Poder, luchan «por» el poder. Y eso da a STIRNER una actualidad inquietante. Pero además STIRNER nos muestra que el nihilismo no es sólo un estado de desvanecimiento y de falta de sentido. Hay un nihilismo narcisista que hoy se aprovecha hábilmente en la política como en las técnicas del marketing. Tal vez en sus páginas hay profundas intuiciones sobre ello.


INTERVENCIÓN DE RAMON ALCOBERRO EN UN SEMINARIO DE LECTURA DE «EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD»; BARCELONA, FEBRERO 2007.

 

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