TOTALITARISMO, CRISTIANISMO Y «RELIGIÓN ARIA»
Se ha hablado mucho del fondo religioso de las tesis totalitarias porque en el fondo y en la forma los totalitarismos son «teorías de salvación», cuya justificación es inseparable de la creencia en principio sagrados y trascendentes al individuo — ya sea el pueblo o la clase. Es difícil separar el comunismo de la idea del paraíso original (aunque sabemos que a Marx lo que de verdad le gustaba era el Jardín de Epicuro) o de la comunión de los santos que se realizaría al final de la historia. No por casualidad a Lenin lo gustaba comparar a los bolcheviques con los jesuitas. En cuanto al nazismo (como vio Raymond Aron) todo tipo de elementos permiten presentarlo como una auténtica ‘religión política’. Incluido el infierno, naturalmente. Pocas cosas son más religiosas que la idea misma de ‘sacrificio’. No hay totalitarismo político, ni redención religiosa, sin sangre y, por inquietante que ello pueda parecer, ese es un dato importante a la hora de comprender la mentalidad totalitaria.
Richard Steigmann-Gall en EL REICH SAGRADO. CONCEPCIONES NAZIS SOBRE EL CRISTIANISMO, 1919-1945. Akal: Madrid, 2007 (ed. original Cambridge U.P., 2003), ha realizado una excelente síntesis sobre las relaciones del nazismo con el protestantismo conservador de Alemania. Hay una obvia polémica entre quienes negaron la relación entre nazismo y cristianismo, como Arendt, para quien: « el nazismo no debe nada a ninguna parte de la tradición occidental, sea o no alemana, católica, protestante, cristiana» y quienes, como G. Steiner consideran que: «No (…) podremos ‘entender la Shoah’ aunque sea de forma inadecuada, si separamos su génesis y su radical enormidad de sus orígenes teológicos». Para Arendt: «El hilo de la tradición se ha roto» y, por eso, el totalitarismo es incomprensible desde la tradición del pensamiento político. Sin embargo, hoy parece claro que el nazismo implicaba tanto una ruptura como una continuidad. La investigación histórica está dando la razón a Steiner de manera clara: el nazismo propuso, efectivamente, una especie de curiosa ‘religión pagana’, o de ‘religión nacional’ (aria) más o menos wagneriana, pero el sistema no puede ser comprendido sin el cristianismo.
Muchos testimonios avalan que el nazismo está estrechamente emparentado con el cristianismo — o para ser más exactos con la concepción del cristianismo protestante tradicional y profundamente antisemita que se había difundido a lo largo del siglo 19. Ya en la novela «Michael» de Goebbels (1929), se decía que: «La lucha que estamos librando hoy hasta la victoria o el amargo final es, en su sentido más profundo, una lucha entre Cristo y Marx». El 450 aniversario del nacimiento de Lutero tuvo lugar unos meses antes de la toma del poder por los nazis y — como recuerda Steigmann-Gall — en aquellos meses la comparación de Lutero y Hitler como liberadores del pueblo alemán e intérpretes del sentir del «Volks» fueron absolutamente tópicas. Y en el mismo sentido podrían reproducirse multitud de textos.
En la década de 1960 se desarrolló una curiosa teoría sobre el ‘ocultismo nazi’, que daba prioridad a la tesis del paganismo y a supuestas doctrinas secretas, pero esa interpretación, aunque popular, se ha revelado inconsistente. En el partido nazi coexistieron militantes cristianos y paganos, pero los primeros tuvieron el poder efectivo y los segundos fueron relegados a organizaciones más o menos secundarias en el aparato de organización del partido. La conocida tesis nietzscheana de la «muerte de Dios» y el wagnerismo fueron importantes en la agitación política pero su influencia real en el sistema político fue muy minoritaria.
Para muchos cristianos Hitler era la única respuesta posible a la crisis del sistema de Weimar (con diecisiete gobiernos en menos de quince años y una hiperinflación galopante), y que además el nazismo era la única manera de mantener el orden social: no se olvide que el comunista Thaelmann tenía cerca de cinco millones de votos en las elecciones de del 13 de marzo de 1932 y un poco menos de cuatro en la segunda vuelta el 4 de abril — donde Hindenburg, con el apoyo socialdemócrata, fue reelegido presidente con más de 19 millones de sufragios y Hitler logró trece millones y medio de votos; sólo un desinformado pude decir que Hitler ganó las elecciones.
El nazismo, además se definía a sí mismo como «una fe activa». El punto 24 del programa el partido nazi (1920) afirmaba que: «El partido como tal defiende la perspectiva de un cristianismo positivo» — expresión que obviamente significaba que se declaraba neural en la pugna entre católicos y protestantes y permitía un amplio espectro de significados. Pero obviamente tranquilizaba las conciencias y así lo entendieron no sólo en Alemania sino en toda Europa.
Conviene tener en cuenta que el conflicto religioso que enfrentaba a católicos y protestantes en Alemania tenía profundas raíces. Entre 1871 y 1880 el canciller Otto von Bismarck se enfrentó a la iglesia católica y al partido de los católicos, el ‘Zentrum’, en la llamada «Kulturkamp» [‘combate por la cultura]. Para Bismarck, la Iglesia de León XIII era un enemigo de la unidad alemana (establecida en enero de 1871), especialmente por su labor de proselitismo entre los alemanes de Polonia. Expulsó a la mayoría de las órdenes religiosas (salvo a las que trabajaban en hospitales) en 1875, confiscó sus bienes, cerró los seminarios menores y encarceló a tres obispos católicos (el de Poznan, el de Munster y el de Colonia) y expulsó de sus parroquias a 1.500 sacerdotes. Aunque la persecución cesó, los jesuitas expulsados en 1872 no pudieron regresar a Alemania hasta 1903.
En consecuencia el catolicismo alemán se veía a sí mismo con un gran complejo de inferioridad (y es un hecho que ser católico dificultaba la vida de funcionarios y profesores a todos los niveles). Con estos antecedentes, el concordato del 20 de junio de 1933 daba a la iglesia católica una seguridad jurídica que no había logrado de la república de Weimar y pacificaba al menos teóricamente las relaciones. Los nazis violaron constantemente el concordato (hubo 55 protestas de la Iglesia hasta 1937), pero eso importó poco en general a la opinión pública católica. Y menos todavía a los católicos españoles, incluso después de la publicación en 1937 de la encíclica «Mit Brenneder Sorge» en que Pío XI condenaba explícitamente no tanto el nazismo como el paganismo nazi de Rosemberg. El franquista Luís de Galinsoaga en DEL BIDASOA AL DANUBIO BAJO EL PAVELLÓN DEL REICH (1940), evocaba: «El apacible caminar de los católicos berlineses tranquilos en su conciencia religiosa, cumplidores y firmes en su conciencia civil nacionalsocialista». Y Carmen Velacoracho en su panfleto UN CAUDILLO (1943) presenta a Hitler como «verdadero apóstol del socialismo que con el nombre de cristianismo nos predicó el Mesías» [textos recogidos de Alfonso Lazo: LA IGLESIA, LA FALANGE Y EL FASCISMO; Sevilla: Universidad de Sevilla, 1995]
En lo referente al sensible tema de la educación, el periódico del partido nazi publicó en 1931 una «Declaración de la política escolar del NSDAP» que entre otras cosas decía: «La educación no puede ofrecer conocimientos muertos, sino impartir aquellas cosas que moldeen el alma y el carácter de los jóvenes. Las fuentes vivas son el ‘Volkstum’ alemán, la ‘Heimat’ alemana y los antecedentes eternos del pueblo alemán. La premisa básica de la educación es el cristianismo activo». Tras esta declaración, el miedo a una educación anticristiana estaba del todo fuera de lugar.
La educación religiosa en las escuelas del Estado nunca fue puesta en tela de juicio por los nazis, aunque en palabras de un documento de la NSLB (el laboratorio ideológico nazi): «El legalismo y el materialismo judíos, el intelectualismo clásico tardío y el afán romano de poder no son compatibles con una interpretación alemana del cristianismo», cosa que evidentemente los indisponía con los católicos, especialmente en Baviera. Más que oposición a la religión cristiana, lo que existía en el nazismo fue una fuerte corriente protestante, contraria a la ingerencia de Roma y del catolicismo del ‘Zentrum’. También en los orígenes ideólogos de Ku Klux Klan y en el apartheid sudafricano se encontrarían parecidas objeciones protestantes y vínculos entre confesiones protestantes y racismo.
La encíclica «Mit Brennender Sorge» [‘Con ardiente preocupación’] (leída en las iglesias el dia 21 de marzo de 1937, domingo de Ramos) tuvo como consecuencia un abandona masico de la Iglesia por parte de los simpatizantes nazis. Aquel año 108.054 alemanes dejaron de pagar el impuesto religioso a la iglesia católica y fueron 88.715 y 88.335 más quienes también la abandonaron en 1938 y 1939 (Lewi, p.323). Conviene recordar que hubo también sacerdotes católicos y protestantes en los campos de concentración. 447 sacerdotes católicos fueron encarcelados en Dachau y 94 murieron allí. Incluso aceptando que no todos eran resistentes (algunos fueron presos sólo por comentaros imprudentes), es obvio que la situación del catolicismo ante el nazismo es un tema que merece matizarse mucho.
La tradición cristiana antisemita del nacionalismo alemán les llevaba a considerar a los judíos y a los comunistas como expresión del Anticristo. Cuando aún no había aparecido el nazismo, Adolf von Harnak (1851-1930), uno de los principales teólogos protestantes liberales de la época, ya había manifestado sus dudas sobre si el Antiguo Testamento debía ser suprimido de la biblia cristiana por expresar una visión del mundo judía. Y eso que Harnak era un liberal y su hijo Ernst fue ejecutado por su participación en el atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944. Hitler (católico) jamás dejó de usar referencias religiosas en sus discursos. En un acto público en 1922 Hitler hablaba de Cristo como «nuestro más grande ídolo ario» y en la Navidad de 1926 decía que el objetivo del NSDAP era «traducir en hechos los ideales de Cristo». Otros muchos testimonios se podrían aducir sobre el tema sin mayor variación..
La tesis (sorprendente, ciertamente) de que Jesús no era judío sino ario contaba con muchos partidarios en la época y había sido expuesta por Houston Stewart Chamberlain (1855-1927) en LOS FUNDAMENTOS DEL SIGLO XIX (1899), uno de los libros básicos de la cosmovisión nazi. En el cap. 3º de ese texto se leen cosas como: «¿Cristo era judío? De religión y de educación, indudablemente lo era; de raza — en el sentido restringido de la palabra ‘judío’ que es su sentido propio — muy seguramente, no» y desarrolló una complicada teoría francamente retórica para justificarlo. Hitler creyó lo mismo de pies juntillas, como muestra este texto recogido por si secretario Martin Bormann el 13 de diciembre de 1941: «Jesucristo era ario y san Pablo se sirvió de su doctrina para movilizar el inframundo del delito y organizar un protoblochevismo». Por lo demás, lo que Hitler personalmente creía sobre la religión en 1941 es muy claro según la misma fuente:
«Cuando era más joven pensaba que estos asuntos había que atacarlos con dinamita. Posteriormente me he dado cuenta de que puede actuarse con cierta sutileza. La rama podrida se cae sola. La situación oficial ha de ser como sigue: en la silla de san Pedro un oficiante senil; ante él, unas cuantas viejas siniestras tan chochas y pobres de espíritu como se quiera. Los jóvenes y sanos a nuestro lado».
[LAS CONVERSACIONES PRIVADAS CON HITLER – Introducción de Hugh Trevor-Roper; Barcelona: Crítica, 2004 p. 115].
Richard STEIGMANN-GALL: El Reich sagrado. Concepciones Nazis sobre el cristianismo, 1919-1945. Madrid: Akal, 2007
Guenter LEWY: L’Église catholique et l’Allemagne nazi. París: Stock, 1965.