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TOTALITARISMO SOVIÉTICO: REPRESIÓN Y PROPAGANDA

 

 

Parece fuera de duda que el origen del totalitarismo es inseparable del leninismo que a partir de los años 1902-1903 pone el acento en la organización de revolucionarios profesionales — los futuros integrantes de la máquina totalitaria — como guías externos y por encima de la clase obrera, que mediante una ficción ideológico-doctrinal (la ideología marxista unida a uso del terror) operó la mutación directa de la autocracia hasta la revolución socialista mediante una lucha de clases encarnizada. El uso de la violencia totalitaria no era desconocido en Rusia y el «Catecismo revolucionario » de Serge Netchaïev ya reclamaba la destrucción de la sociedad mediante un acto de voluntad sobrehumana. Pero es Lenin quien propugna ‘el triunfo de la voluntad’, encarnada en una vanguardia radicalizada que se considera portadora del sentido histórico.

Para el triunfo de la ideología leninista fue precisa la marginación, la exclusión y finalmente el exterminio de poblaciones enteras, según criterios definidos por la ideología. Se crearon conceptos ad hoc como «clases moribundas», «gentes del pasado» o «personas socialmente peligrosas» consideradas indeseables en la medida en que se oponían al «sentido de la historia» y a la «construcción del socialismo». El hambre como instrumento del control (años 1932-1933) y el terror indiscriminado de 1937-1938 permiten hablar de un «genocidio de clase», aunque el concepto de ‘clase’ como el de ‘raza’ (ambos tan típicos ambos del totalitarismo) tienen la curiosa particularidad de no poder ser definidos de una manera mínimamente clara. Entre 1914 y 1917 murieron en Rusia casi tres millones de soldados y más de trescientos mil civiles. Del año 1917 hasta 1920 la población de la Rusia europea descendió en seis millones de personas como consecuencia del Holocausto provocado por la revolución bolchevique.

El totalitarismo soviético se basó en dos elementos: (1) una enorme burocracia que controlaba toda la sociedad (hasta el punto que ya en THE PRACTICE AND THEORY OF BOLCHEVISM (1920), Bertrand Russell dijo que en la URSS se estaba construyendo una ‘aristocracia burocrática’) y (2) una máquina represiva brutal de proporciones desconocidas hasta entonces. La lógica interna del bolchevismo hacía imprescindible el exterminio de «enemigos del pueblo», cuya definición quedaba perfectamente en el aire y dependía de los deseos del dictador. Eran ‘enemigos’ los sacerdotes, los políticos de la oposición, pero también quienes dentro del propio partido no parecían suficientemente entusiastas de la causa o no sabían cambiar de opinión en el momento adecuado. Los «lichentsy» —‘enemigos’ o personas sin derechos cívicos— eran tratados sin miramientos y entre 1930 y 1935 medio millón de familias de «lichentsy» (2.200.000 hombres mujeres y niños) fueron deportados. Sólo en cinco días (del 23 al 28 de febreros de 1944) 520.000 chechenos (mujeres, niños y viejos) fueron deportados mientras los hombres eran movilizados por el mismo ejército rojo que destruía a sus familias.

Que la maquinaria represiva no fue inventada por Stalin, sino que proviene de Lenin y Trotski, es algo perfectamente documentado. A modo de ejemplo, recogemos estas directrices de Lenin dirigidas el 11 de agosto de 1918 a los comunistas de Penza:

«El interés de la revolución exige (…) que se ejemplarice:

1º colgar (colgar sin dudad, que todo el mundo lo vea) no menos de un centenar de personas conocidas por kulaks;
2º publicar sus nombres;
¡3º quitarles todo su trigo;
4º designar rehenes».

[Hélène Carrère d’Encausse: LENIN; Madrid: Espasa Calpe, 1998; p.295]

El campo de concentración, el Gulag, es el gran instrumento de represión totalitaria y su eficacia está fuera de toda duda. Nacido en la periferia del sistema, se convirtió en el dispositivo central del control sobre la sociedad. Según Anne Applebaum: «Desde 1929, cuando comenzó la gran expansión del Gulag, hasta 1953, año en que murió Stalin, las estimaciones más precisas indican que unos 18.000.000 de personas pasaron por este sistema masivo. Cerca de 6.000.000 fueron enviados al exilio, deportados a los desiertos de Kasaj o a los bosques siberianos» [GULAG, HISTORIA DE LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN SOVIÉTICOS, Barcelona: Debate, 2004, p.21]

El sistema ‘chekista’ (nombre del organismo de represión creado por Lenin) tenía un doble sentido: era una máquina de represión política y a la vez un instrumento económico: todo contrarevolucionario (real o imaginario) debía ceder sus propiedades a la Cheka. Un recibo firmado por Lenin muestra como éste recibió de la Cheka de Moscú un traje, un par de botas, un cinturón y unos tirantes de una víctima [Donald Rayfield: STALIN Y LOS VERDUGOS, Madrid: Taurus, p. 102].

No se puede entender el sistema del Gulag sin el contexto religioso cristiano ortodoxo de la cultura eslava. De la misma manera que el comunismo proponía la realización de una vieja idea cristiana (el paraíso) convertido en motor de la historia, el concepto de redención vinculado a la culpa (más o menos metafísico) hizo su propio y peculiar curso. La idea de la penitencia vinculada a la culpa era muy antigua; su realización comunista simplemente la actualizó.

Pero el leninismo es una forma altamente ideológica del terror (así como el nazismo es etnicida). El leninismo como cuerpo de doctrina sistematizado ‘a posteriori’ por Stalin permitía una efectividad ideológica (en forma de construcción de una Vulgata que el nazismo (mucho más abigarrado y disperso desde el punto de vista ideológico), no tuvo jamás. No puede sorprender que la pedagogía (Makarenko) fuese uno de los grandes intereses de la ideología comunista. Por una parte miles de niños hambrientos vagaban por el país, por lo demás el comunismo que había asesinado a dos generaciones de rusos necesitaba la sangre de los niños para futuras guerras.  

Hay una diferencia clara entre el totalitarismo nazi y el soviético. El exterminio nazi se centraba en las poblaciones no-arias. Era, pues, algo brutal pero con límites claros aunque la ley fuese absurda. En cambio el exterminio soviético se realiza en función de cuotas establecidas desde el poder y dirigidas a grupos cuya identificación como «gentes del pasado» o «personas socialmente peligrosas», no dejaba de ser aleatoria. La orden 00447 de la NKVD (30 de julio de 1937) que llevó al arresto en pocos meses de 767.397 personas, clasificaba las «gentes del pasado» en dos grupos: la primera categoría era la quienes debían ser ejecutados sin juicio y hoy sabemos que fueron 384.798.  Los demás ‘solo’ fueron deportados durante decenios.

Otra diferencia básica es que en el totalitarismo soviético, ni siquiera los represores podían estar tranquilos. Todo el mundo (y siempre) debía estar alerta. También el partido debía ser purgado constantemente de «elementos socialmente peligrosos» o de «potenciales quintacolumnistas». Después de 1938 todos los agentes de la NKVD provenían de partido y tenían estudios superiores. De hecho en enero de 1940, solo un año después de finalizado el periodo del terror, casi la mitad del personal de la NKVD sólo llevaba un año en el cargo. A los demás los habían ejecutado o enviado a los campos siberianos.

Igual que en el nazismo, la represión iba de la mano de la propaganda. Nikolai Iejov que dirigió el terror entre 1936 y 1938 (obviamente bajo la supervisión de Stalin con quien se entrevistó en el Kremlin 278 veces en 1937-1938) era el marido de Evguenïa Solomonova directora de la revista de propaganda «La URSS en construcción». El encuadramiento ideológico de los jóvenes y de los intelectuales resultó básico para la extensión del totalitarismo. No se olvide que cualquier poetastro que se hiciese comunista podía tener garantizadas traducciones a una gran cantidad de lenguas en todo el mundo.

La propaganda era la única forma de hacer invisible la represión. Sólo entre 1932 y 1938 fueron asesinadas o murieron de hambre en Rusia unos siete millones de personas. Y obviamente el núcleo de la propaganda se dirigía a que la gente hablase la «neolengua» bolchevique, uno de cuyos conceptos básicos «democracia popular», se acuñó en la guerra de España.

Represión y propaganda hubiesen sido ineficaces por ellas mismas sin el tercer elemento fundamental del totalitarismo: la construcción por parte de Stalin de una nueva clase de burócratas del partido que desde orígenes obreros y campesinos aprovecharon la situación para encumbrarse. 

Dando por buena la información de Robert Service en HISTORIA DE RUSIA EN EL SIGLO XX; Barcelona: Critica, 2000, ed. original, 1997; resultaría que:
 
«[a finales de los años 1930] La nomenklatura central de los organismos de gobierno a cargo de la economía la integraban 32.899 personas, de las cuales a principios de 1939 había 14.585 que hacía menos de dos años que ocupaban su puesto (un 47 por 100 del total). En el ejército rojo la proporción también era extraordinaria: Stalin había purgado los niveles superiores del cuerpo de oficiales con especial meticulosidad. El aparato del partido también se había renovado. Cuatro de cada cinco primeros secretarios en los comité provinciales se habían afiliado después de que Lenin muriera; el 91 por 100 todavía no había cumplido los cuarenta años de edad y el 62 por 100 tenía menos de 35 años» — ni que decir tiene que esa capa de nuevos dirigentes, más o menos ambiciosos y educados en la obediencia perruna y en la delación constante constituyeron la base social del totalitarismo.

El medio de vida de esa clase burocrática fue el halago sistemático al poder y la corrupción. Pero no es correcto hacer un juicio moralista sobre ese mecanismo. Halagar era imprescindible para sobrevivir. En cuanto a la corrupción, lejos de ser un elemento perturbador del sistema, constituyó la única tabla de salvación para millones de personas expuestas al hambre y resultó el auténtico lubricante del sistema. La estadística soviética fue un prodigio de construcción de mundos imaginarios (y por eso mismo el sistema de planificación central no funcionó jamás) y se logró crear un mundo teórico superpuesto al mundo real porque el intercambio económico real escapaba a los burócratas. Sólo la corrupción vinculaba a sistemas como el soviético (y el búlgaro, el polaco o el cubano) a la realidad. De hecho el hundimiento de la URSS es incomprensible sin comprender los avatares de la casta burocrática. Con Stalin y todavía más a partir de su muerte y de la elección de Brezhnev (1964), los funcionarios del partido se convirtieron en una mafia y hacia la década de 1980 esa mafia ya no necesitaba la apelación al socialismo ni la retórica de la clase obrera o del internacionalismo proletario. Simplemente terminaron con la retórica igualitarista del comunismo — en la por otra parte ya no creía nadie —  pero mantuvieron los resortes de la policía y se repartieron las empresas: a todo eso lo denominaron «Perestroika».


 

 

 

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