SIEMPRE
HAY QUE OBEDECER A LA PROPIA CONCIENCIA
Antología
de los tópicos más tontos.
José
Antonio MARINA.
Obedecer a la conciencia es nada menos que un
derecho constitucional, además de un supuesto deber moral.
Entonces, ¿por qué esta frase me parece una tontería?
Porque no especifica qué es esa conciencia a la que hay
que obedecer. Todo el embrollo se debe a la antiquísima
idea de que la voz de la conciencia era el eco íntimo de
la ley moral y, si me apuran, del mismo Dios. Al obedecer la voz
de la conciencia, se estaba obedeciendo a Dios. Por desgracia,
esa voz divina debía decir cosas distintas a los distintos
sujetos, que se engarzaron en terribles guerras de religión.
Para liberarse de inquisiciones y otras pedagogías contundentes,
se apeló a la obligación de no interferir en las
conciencias ajenas. Apareció el derecho a la libertad de
conciencia. Pero este derecho era meramente defensivo. Prohibía
que alguien me persiguiera por mis convicciones, pero ni las justificaba,
ni garantizaba que el comportamiento que se siguiera de ellas
fuera bueno. La conciencia nos puede soplar una imbecilidad o
una injusticia supina. La conciencia del fanático es fanática.
Estoy seguro de que muchos terroristas matan siguiendo la voz
de su conciencia. Conclusión: no es a la propia conciencia
a quien hay que obedecer, sino a la propia inteligencia cuando
se ilustra, reflexiona, argumenta con los demás y se critica
a sí misma.
Diario EL MUNDO – Crónica, domingo, 13 octubre
2002, p.14