«Sócrates»
de Pierre HADOT
«¿Qué
es filosofía antigua?»
Un
resumen
Resumir «¿Qué es filosofía
antigua?» (1996), un texto que ha marcado un antes y un
después en los estudios sobre el tema, supera con mucho
los límites de un artículo. Baste decir que con
Hadot hemos encontrado un camino para salir del atolladero en
que nos habían metido los estructuralismos y antihumanismos
diversos a la hora de hablar sobre Grecia. Por su misma formación
(había sido sacerdote católico, cosa que la de una
especial sensibilidad hacia las formas de vida comunitarias y
le permite, además, tomarse en serio el tema de la verdad
como búsqueda interior), Hadot estaba preparado como nadie
para destacar los elementos de continuidad entre la concepción
griega y la concepción cristiana del mundo. Hadot nos ha
mostrado que la filosofía consiste para los griegos en
«un modo de vida» antes que una teoría del
conocimiento o un sistema; de manera que para un griego (como
luego para los primeros cristianos) la filosofía exige
específicamente una auténtica «conversión»
personal, y una decisión de vivir de acuerdo a una determinada
estética vital. Como dice él mismo, resumiendo su
tesis en las primeras páginas del libro:
«No se trata de negar la extraordinaria
capacidad de los filósofos antiguos para desarrollar una
reflexión teórica sobre los más sutiles problemas
de la teoría del conocimiento o de la lógica, o
de la física. Pero esa actividad teórica debe situarse
en una perspectiva diferente de la que habitualmente se asume
cuando nos representamos la filosofía. Para empezar y por
lo menos desde Sócrates, la opción por un modo de
vida no se sitúa al final del proceso de la actividad filosófica,
como una especie de apéndice accesorio, sino al contrario,
en el origen (...) El discurso filosófico se origina en
una elección de vida y una opción existencial y
no a la inversa.»
Ante la imposibilidad de resumir el texto, nos
limitaremos a sintetizar un capítulo, el tercero del libro,
dedicado a «La figura de Sócrates.»
El nacimiento de la filosofía parece estar
vinculado a la aparición de Sócrates, ese extraño
personaje que nada escribe y cuya muerte cambia simbólicamente
el destino de la polis griega. En cierto sentido hay algo de mítico
en Sócrates, aunque sólo sea porque de él
lo ignoramos casi todo y por la forma como ejerce su influjo sobre
los otros. El Sócrates histórico es, en cambio,
«difícilmente cognoscible». Por ello mismo
Hadot no estudia Sócrates, sino «la figura [mítica]
de Sócrates», en tanto que se presentó en
la tradición filosófica antigua como la imagen misma
del filósofo, lo que exige un tratamiento bien distinto
al que sería conveniente frente a alguien concreto y personal.
Lo que interesa a Pierre Hadot es descubrir cómo
nació y cómo evolucionó la filosofía,
no desde el punto de vista histórico, sino en cuanto interrogación
del espíritu humano sobre sí mismo y sobre el sentido
de su actividad. Sócrates parece constituir la encarnación
misma de este interrogante. «A lo largo de toda la antigüedad,
-dice Hadot casi al final del capítulo– Sócrates
quedarà como el filósofo ideal, cuya obra filosófica
no es otra que su vida y su muerte.»
La comparación entre Sócrates y
Jesucristo, recurrente en la historia de la filosofía,
sirve a Hadot para superar los límites del determinismo
histórico. Ambas figuras ejercen su actividad sobre un
espacio minúsculo, nada escriben y sólo tienen un
puñado de discípulos que fundarán escuelas
para difundir sus ideas. Pero sobre todo ambas figuras son a la
vez excepcionales y universales. Excepcionales en la medida en
que no tienen equivalente humano y universales en la medida en
que su originalidad no es una excentricidad sino, al contrario,
la realización de la naturaleza profunda del espíritu
humano en su perfección. Esta característica de
excepcionalidad se acentúa porque ambos reivindican una
inspiración divina o casi divina. La experiencia socrática
en particular muestra una experiencia interior mística
que responde a la voz del “daimon”, prefigurando la
conciencia moral.
Figuras como Sócrates o Jesús aguijonean
a la humanidad; no sólo proponen modelos del pensar, sino
una forma de vivir liberado del peso de las pasiones, del miedo
a la muerte, del egoísmo y de la insatisfacción
que les acompaña.
En este sentido la figura de Sócrates es
fundamental porque rápidamente se convierte en modelo para
todas las escuelas filosóficas posteriores, no sólo
en Platón, sino en los cínicos y los escépticos
y luego en los estoicos y los epicúreos. En el caso de
Platón, además, el “Yo” no aparece y
se hace difícil distinguir entre doctrinas socráticas
y doctrinas platónicas. Eso le otorga todavía más
contenido mítico: «Es precisamente el mito de Sócrates
el que ha marcado de una manera ideleble la filosofía.»
¿Por qué la figura socrática
es hasta tal punto ejemplar y universal? Porque representa en
principio un modo de vida y de pensamiento, no un conocimiento
establecido con la pretensión de explicar algún
tipo de verdad.
«La tarea de Sócrates, la que le
ha sido confiada, dice la APOLOGÍA, por el Oráculo
de Delfos, es decir, en último término por el dios
Apolo, será la de hacer tomar conciencia a los otros de
su propio no-saber, de su no-sabiduría.»
Reclamarse socrático no significa pensar
tal o cual cosa; es más bien pensar desde una cierta perspectiva
no para lograr la virtud o la perfección sino para tender
hacia ellas.
Como subraya P. Hadot, la filosofía socrática
no es un saber, sino un no-saber como atestigua aquel momento
de la APOLOGÍA en que Sócrates narra las conversaciones
con ciudadanos atenienses que podían ser considerados sabios
para comprender las palabras del Oráculo. En definitiva,
Sócrates es el primer filósofo en la medida en que
plantea la cuestión del hombre en lo que tiene de más
profundo.
Hadot hace una aportación muy significativa
cuando muestra que: «... el no-saber y el saber (socràticos)
hacen referencia no a conceptos, sino a valores (...) Sócrates
no sabe nada sobre la muerte porque escapa a su poder, porque
la experiencia de su propia muerte se le escapa por definición
. Pero sabe el valor de la acción moral y de la intención
moral porque dependen de su elección, de su decisión,
de su implicación...»
«El contenido del saber socrático
es, en lo esencial “el valor absoluto de la intención
moral” y la certeza que podruce la elección de tal
valor. Evidentemente la expresión es moderna. Pero puede
ser útil para subrayar la inclinación del mensaje
socrático. Se puede decir, en efecto, que un valor es absoluto
para un hombre cuando está dispuesto a morir por ese valor.»
Por su manera de interrogar a sus conciudadanos,
que pone en cuestión su tipo de vida y los valores por
los que se mueven –pero también por su propia forma
de vivir como ciudadano ejemplar, rechazando el lujo y sin temer
ni el sufrimiento ni la muerte. Sócrates es la filosofía
en acto, la permanente búsqueda de la sabiduría,
planteada como valor supremo, que no puede ni debe ser suplantada
por nada en la vida del hombre. En Sócrates: «La
cura por uno mismo está unida indisolublemente a la cura
por la ciudad y a la cura hacia los otros.»
En este sentido el saber socrático tiene
algo de «misionero» y de «popular» que
se retomará en la filosofía posterior sobre todo
en la época helenística. Pero tanto Platón
(en su definción de la filosofía en el BANQUETE)
como Aristóteles, a quien muchas veces se ha descrito como
opuestos al ideal socrático, seguirán a Sócrates
concibiendo, cada cual a su manera, la filosofía como ideal
de vida.
[Materiales de la participación de R. Alcoberro
en una lectura y debate del libro de Pierre Hadot «Qu’est-ce
la philosophie antique?» Girona, julio de 2006. El resumen
se refiere exclusivamente al cap. III del libro: “La figure
de Socrate”.]